Durante el año pasado, Gerardo Rojas rondó la sede de la Décima Brigada Blindada del Ejército en Valledupar. Había llegado como uno de los centenares de venezolanos que huyen de la crisis de su país. A finales de enero de 2020, este hombre instaló una pequeña venta de frutas muy cerca de la instalación militar. Sin embargo, detrás de esa fachada, un refugiado que se rebuscaba la vida, había algo oscuro: se trataba de un espía enviado por el régimen de Nicolás Maduro. El hombre en realidad es un sargento segundo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB). Había recibido cursos y capacitaciones militares en la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM). Es experto en tareas de fuerzas especiales, paracaidista, capacitado en conducción y en infiltración. Pero no contaba con que, a pocos días de haber instalado su puesto de frutas, hombres de la contrainteligencia del Ejército ya estaban siguiéndole los pasos.
Desde hace tres años, la inteligencia militar y los organismos de seguridad detectaron que la FANB y la inteligencia venezolana diseñaron un plan bautizado con el nombre clave de Sombra. En pocas palabras, consistía en enviar espías a territorio colombiano, la mayoría de los cuales pasarían por vendedores ambulantes. Los investigadores informaron a las unidades militares y policiales del país. Los hombres de contrainteligencia comenzaron a seguir día y noche a Rojas. El espía venezolano sospechó que lo acechaban y abandonó su carrito de frutas, pero no su misión. Consiguió trabajo de celador en una construcción cerca de la brigada. Desde allí siguió llevando una bitácora detallada de los movimientos del personal militar y todo lo que pasaba dentro y alrededor de esa instalación.
Los hombres de contrainteligencia no le habían perdido el rastro. Cuando tuvieron los suficientes elementos para demostrar que se trataba de un espía, lo detuvieron el miércoles 10 de mayo y lo entregaron a Migración Colombia para que lo expulsara. Este es el caso más reciente, pero no el único. De hecho, las autoridades colombianas han detectado en los últimos tres años a cerca de 100 de estos espías, desplegados a lo largo y ancho del país. SEMANA obtuvo documentos ultrasecretos de inteligencia que dan cuenta de su presencia y planes en Colombia. La mayoría de ellos pertenecen al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebín) y la FANB, capacitados por la inteligencia rusa y la cubana (conocida como G2). El teniente Gilberto Ramírez, del Ejército Bolivariano, es “experto en inteligencia electrónica e informática, curso avanzado de operaciones especiales y francotirador calificado en combate”, dice su perfil. Otro espía, el teniente de infantería Luis Rivera, es “operador del sistema misilístico portátil, experto en explosivos y demoliciones”. El sargento segundo Carlos José Gutiérrez es “especialista en sistemas de guerra electrónica, comunicaciones y operador de la estación satelital El Sombrero”. Ellos son tres de los que fueron detectados el año pasado en el país.
“Su misión es establecer movimientos de tropas, capacidades reales de armamento, unidades militares, y tratar de reclutar integrantes de las Fuerzas Armadas colombianas para comprar información clasificada nuestra”, explicó a SEMANA un alto funcionario de la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI). “Lo que hacen es como meter un lobo dentro de un rebaño de ovejas, lo cual hace más difícil dar con ellos. Por eso entran bajo la fachada de migrantes, camuflados en el gran flujo de venezolanos que llegan. Pero los hemos detectado en Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Cúcuta, Riohacha y Pamplona, entre otras ciudades”, dijo el funcionario. Este fue el más reciente de esos casos, pero con seguridad no será el último de esta guerra fría entre Colombia y Venezuela, que cada vez está más caliente.