Bogotá sufrió una alerta ambiental a raíz de los diferentes incendios forestales que se han presentado en el país, principalmente en la Amazonía y la Orinoquía, lo que ocasionó el traslado de humo y material particulado a la ciudad, y con ello se afectó la calidad del aire y obligó al Distrito a decretar también la alerta amarilla hospitalaria.
Aunque después de cinco días se redujo la concentración de contaminantes, lo que le permitió al Distrito levantar las alertas, la realidad es que la contaminación y el mal aire que se respira en Bogotá son recurrentes.
Al año, en Bogotá se presentan cerca de 2.500 muertes por la mala calidad del aire, principalmente entre niños y adultos mayores, es decir, más del doble del total de homicidios que se reportan en la ciudad.
Así mismo, la capital genera más de once millones de toneladas de gases de efecto invernadero, lo que se traduce en asma, bronquitis, neumonía, entre otras patologías respiratorias.
En ese sentido, la mala calidad del aire en Bogotá se convirtió en una verdadera arma mortal que, como bien lo reconoce la propia alcaldesa Claudia López, es tramposa y silenciosa.
Bogotá es la cuarta ciudad más contaminada y con peor calidad del aire de Latinoamérica, solo detrás de Santiago de Chile, Lima y Ciudad de México. El año anterior se ubicó como la ciudad capital número 42 con la peor calidad del aire del mundo entero, según los datos de IQAir.
“Existen unos límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud de cuál es la cantidad permitida de contaminantes para que no se vea afectada la salud y en el caso de Bogotá, el material particulado 2,5 supera en 400 % los parámetros permitidos y el de diez micras lo hace en 200 %. Estos dos contaminantes son los que más están relacionados con la salud de las personas”, aseguró Tatiana Céspedes, de Greenpeace, una ONG especializada en medioambiente.
La principal fuente de contaminación en Bogotá es la movilidad. Los carros, los camiones de carga y el transporte público representan el 60 % del total de los gases de efecto invernadero, pero las industrias y hasta las calles sin pavimentar también hacen parte de esta alarmante radiografía.
El sur de la capital del país es la zona más afectada por la mala calidad del aire. Kennedy, Fontibón, Usme y Puente Aranda son las localidades en donde más confluyen todos los ingredientes de este tóxico e infeccioso coctel.
“Se trata de un círculo vicioso en donde los problemas de pobreza, medioambiente y alta densidad de población se relacionan mucho con la mala calidad del aire”, afirmó Céspedes.
Esta situación no es ajena a la propia Secretaría Distrital de Ambiente, que reconoce que en la capital no se respira el mejor aire. “Bogotá es una ciudad que consume muchos combustibles fósiles y tiene una matriz productiva que no ha emprendido una transición energética. Lleva muchos años siendo honesta y transparente, y no es ningún secreto el hecho de que no siempre estamos respirando el mejor aire en la ciudad”, indicó la secretaria Carolina Urrutia.
Ahora, según Greenpeace, la medición de la calidad del aire en Bogotá podría ser aún peor porque asegura que las estaciones que tiene el Distrito no están haciendo una medición acertada sobre la verdadera calidad del aire en la ciudad.
“Encontramos que algunas estaciones de monitoreo se encuentran ubicadas muy lejos de las fuentes de contaminación como los vehículos y adicionalmente están en zonas que no están registrando lo que realmente la ciudadanía está respirando. Es necesario hacer mediciones a pie de calle, porque las condiciones cambian de un punto de la ciudad a otro”, comento Céspedes.
La secretaria Urrutia respondió a este cuestionamiento y aseguró que son dos cosas totalmente diferentes la contaminación atmosférica y la medición de cómo se está respirando en un lugar específico de la ciudad.
“Tenemos un sistema de monitoreo, una red, que lo que mide es cómo está el material particulado en cada uno de esos puntos y en consecuencia cómo está en la ciudad. Eso da la contaminación atmosférica y ahí se está midiendo, no solo el material particulado, sino cuáles son las consecuencias de las condiciones meteorológicas”, afirmó Urrutia.
Añadió que lo que dice Greenpeace “es que esas redes no alcanzan a medir cómo están respirando las personas en un punto y a una hora específica en la ciudad, pero eso se hace con equipos diferentes, porque son exposiciones y en eso ya tenemos un proyecto que parte de sensores de bajo costo, de ciencia ciudadana y de nuevos equipos en la secretaría, que van a estar midiendo exposiciones en puntos clave, pero no hay que tratar de unir ambas porque son cosas distintas”.
De acuerdo con la funcionaria, la mitad del material particulado de la ciudad es resuspendido, es polvo que cae al piso y vuelve al aire constantemente. Aunque reconoció que Bogotá tiene muchas condiciones propias que generan una fuerte contaminación, fue enfática en señalar que los incendios forestales están agudizando aún más esta realidad.
“Se vio reflejado en 2020, cuando toda la actividad económica de la ciudad estaba paralizada por la pandemia, pero aún así se reportó una mala calidad del aire por los incendios reportados en otras regiones del país”, precisó.
Urrutia advirtió que la meta del Distrito a 2030 es mejorar la calidad del aire en 10 % en la ciudad, en particular 18 % en el suroccidente de esta. Destacó varias acciones que se han adelantado como la renovación de la flota de TransMilenio y el transporte de carga, la pavimentación de vías y hasta la extensión del pico y placa.
Sin embargo, mientras esas metas se cumplen, lo cierto es que hoy Bogotá está bastante lejos de respirar un aire que no mate y enferme.