Bogotá y Cali se convirtieron en los epicentros de la mayor violencia durante el paro. La capital del Valle fue víctima de una toma de grupos armados ilegales, que confinaron a la población, paralizaron la economía y destruyeron buena parte de su sistema de transporte masivo, MIO. Varios civiles y policías resultaron muertos y heridos. La capital del país también sufrió, y aún padece, los estragos del terrorismo urbano. En los últimos días, delincuentes destrozaron las instalaciones del portal de TransMilenio en Suba, y siguen perdiéndose vidas humanas.
Ese caos, que no termina, impacta directamente en la percepción de los ciudadanos sobre la alcaldesa Claudia López y el alcalde Jorge Iván Ospina, los dos de la Alianza Verde; llegaron al poder ofreciendo ser una alternativa. Ambos tienen hoy la cifra más alta de desaprobación entre los mandatarios locales de las principales ciudades del país, según la encuesta del Centro Nacional de Consultoría (CNC) para SEMANA. En el caso de López, su desaprobación llegó al 43 por ciento. A Ospina, por su parte, lo desaprueba el 66 por ciento.
A Claudia le cobran la constante pelea con la Policía, que no le permite trabajar en equipo para enfrentar la violencia en las calles. Si algo sale bien, ella saca pecho. Si algo sale mal, de inmediato, señala a los uniformados. El otro problema de la alcaldesa se relaciona con la inestabilidad y la falta de claridad en sus posiciones. Hoy dice una cosa, mañana asegura otra. Así como un día manda al Esmad para contener las protestas, al otro día les pide perdón a los manifestantes.
Sus enfrentamientos permanentes en las redes sociales con todo tipo de funcionarios, desde el presidente de la república hasta el ministro de Salud, los candidatos presidenciales, pasando por el uribismo y el petrismo, también han terminado pasándole una factura en materia de imagen. Ella, a veces, parece más preocupada por sus futuras aspiraciones presidenciales y la suerte de Sergio Fajardo en 2022 que por Bogotá.
El caso de Ospina es muy particular. Hoy está frente a una ciudad devastada física y emocionalmente, cuyos habitantes le recriminan su falta de autoridad. Incluso, algunos sectores sienten que estuvo más del lado de los que paralizaron a Cali que de los que querían salir a trabajar en medio de la grave crisis económica y social. Su posición fue débil. Le costó trabajo hacer equipo con el Gobierno para recuperar la seguridad, y fue sacado de los barrios más deprimidos a punta de abucheos e insultos.
Ospina terminó sentado en la mesa y legitimando al grupo de la llamada primera línea, conformado por jóvenes encapuchados, cuyos métodos distan de ser pacíficos. Los caleños, durante los 48 días del paro, se sintieron desamparados. El desorden fue total. La anarquía imperó en las calles. Los bloqueos ocurrieron a plena luz del día, en cualquier vía principal. Miles de ciudadanos fueron sometidos a requisas y hasta obligados a pagar para pasar de una calle a otra.
Sorprende que Ospina cuenta con la mayor desaprobación en el estrato de menores ingresos (71 por ciento), y en el estrato medio la cifra llega al 61 por ciento. Además, el 70 por ciento de los jóvenes entre 18 y 25 años desaprueban su gestión.
La encuesta del CNC concluye que el alcalde con mayor aprobación en Colombia es Jaime Pumarejo, de Barranquilla, con el 60 por ciento. Su desaprobación es de apenas el 29 por ciento. Al otro alcalde que le va bien es al de Cartagena, William Dau, a pesar de las críticas que recibe a diario. Su aprobación es del 56 por ciento. En el caso de Daniel Quintero, en Medellín, lo aprueba el 50 por ciento.
En medio del tercer pico mortal de la pandemia y los destrozos que dejó el paro a su paso, lo que menos quieren los ciudadanos es ver a los alcaldes haciendo política. Por el contrario, hay una exigencia colectiva para que trabajen sin descanso por la vacunación, la reactivación económica y la seguridad.