Hoy por hoy, Alejandro Gaviria es uno de los personajes públicos más carismáticos y queridos en los círculos académicos e intelectuales del país. Incluso ha cautivado a ciertos sectores de la política nacional que quieren verlo en el partidor de la campaña presidencial para las elecciones de 2022. Su vida parece la de un rock star. Lo invitan con frecuencia a programas periodísticos y eventos académicos, y sus libros se convierten el best sellers como sucedió con Alguien tiene que llevar la contraria (2017) y Hoy es siempre todavía (2018).

Ese éxito se repitió con su más reciente libro, Otro fin del mundo es posible (Cómo Aldous Huxley puede salvarnos). A tan solo un par de días de haber salido al público, las reflexiones del rector de la Universidad de los Andes sobre la obra del filósofo y escritor británico rompieron récords en ventas y es el libro más vendido según la Librería Nacional. En su lanzamiento virtual, realizado el jueves 8 de octubre, más de 20.000 personas se conectaron en varias plataformas para escucharlo, una cifra bastante alta si se tiene en cuenta que en Colombia la mayoría de este tipo de eventos, virtuales o presenciales, a duras penas superan los 100 asistentes.

La admiración de una parte de los colombianos ha llegado al punto de querer verlo en la Presidencia. Precisamente, en el lanzamiento de este último libro, entre los miles de personas conectadas, una dijo “nosotros necesitamos personas como usted, nosotros queremos que usted sea nuestro presidente”. Esa idea, que antes habría parecido descabellada, desde comienzos de este año empezó a sonar con fuerza en los círculos políticos de la centro-izquierda y la centro-derecha. Sectores que consideran que, en medio de un ambiente de polarización, en torno a Gaviria se podría construir un proyecto de unidad nacional.

Hasta ahora, tanto la Alianza Verde como el Partido Liberal le han hecho el guiño porque saben que tenerlo en sus filas representa la posibilidad de conquistar a los votantes de clase media de los sectores urbanos con un pensamiento progresista. Estos, por ejemplo, en las elecciones a las alcaldías de Bogotá y de Medellín fueron decisivos para el triunfo de Claudia López y Daniel Quintero. Los intentos por convencer a Gaviria de entrar al ruedo político comenzaron en mayo de este año cuando el senador liberal Iván Darío Agudelo dijo en un video: “Doctor Alejandro Gaviria, usted le daría mucha altura a la política en Colom bia (…) piense en aspirar a las próximas elecciones de la Presidencia de Colombia para que sea uno de nuestros mejores hombres el que lidere el próximo momento”.

A la par, miembros del Partido Verde comenzaron a hacerle coqueteos. En su momento, la senadora Angélica Lozano escribió: “Sueño votar por Alejandro Gaviria y Ángela María Robledo en el orden de fórmula que sea”. Se sabe que, en la convención virtual del Partido Liberal de agosto, Gaviria sonó como una importante carta de esa colectividad para recuperar la Presidencia, que le ha sido esquiva desde hace más de dos décadas Y muchos de sus miembros esperan que la amistad del expresidente César Gaviria con el rector de Los Andes materialice su candidatura.

Por su parte, el Partido Verde también aspira tener a Gaviria entre sus filas de precandidatos presidenciales. En esta colectividad ya hay cinco precandidatos: Jorge Londoño, Antonio Sanguino, Iván Marulanda, Camilo Romero y Carlos Amaya. De estos, la mayoría tiene pocas posibilidades reales de llegar a la Casa de Nariño. Por eso los verdes buscarían atraer a otras personalidades de centro con ideales progresistas como Gaviria.

El exministro les ha salido al paso a estas propuestas y ha dicho en reiteradas ocasiones que su prioridad es la Universidad de los Andes. Pero SEMANA conoció que en estos meses él se ha reunido con varias figuras políticas, pero sin comprometerse. Y frente a su participación como candidato presidencial le dijo a esta revista: “No me han hecho propuestas concretas, sí preguntas incómodas. Yo nunca me he visto en la política electoral. No sé si sirvo para ese mundo y tengo un compromiso con la Universidad de los Andes. Mi capital político es tal vez paradójico, desaparece si lo uso. Mi atractivo es quizás la reticencia”.

Por supuesto, la personalidad de Gaviria y las ideas que defiende no han caído bien en los sectores más conservadores y de extrema derecha de la sociedad, cuyos representantes más notables no lo bajan de “fundamentalista ateo” y “mamerto”. Uno de ellos, el exprocurador Alejandro Ordóñez, lo acusó de defender la muerte al promover el aborto y la legalización de algunas sustancias psicoactivas. Y el embajador de Colombia en Estados Unidos, Francisco Santos, frente a la elección de Gaviria como rector de Los Andes, escribió en su Twitter: “¿La Universidad de Los Andes tiene un rector académico o un rector activista? ¿Garantizará la imparcialidad académica? O impondrá su visión de sociedad a los profesores y estudiantes?”. La senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal ha dicho que, de materializarse la candidatura de Gaviria, él sería el candidato de “los mamertos light”.

Precisamente sus posiciones progresistas y liberales en lo filosófico, combinadas con una fe en la razón, un escepticismo, un agnosticismo y un pesimismo cósmico (como él mismo se cataloga) o un pesimismo optimista (como dice Antonio Gramsci), son las cualidades que hoy tienen a Gaviria como uno de los intelectuales de moda en el país, aunque él no se considera así. Sin contar la erudición y la capacidad de oratoria que “hipnotiza y fascina a quien lo escucha o habla con él”, según lo dicen personas que han trabajado con el rector.

Todas esas características intelectuales salen a flote en su nuevo libro, Otro fin del mundo es posible, que comienza con las diez razones por las que él es un pesimista cósmico: la decrepitud y el inevitable final de la vida humana, el carácter transitorio del cuerpo, la falta de sentido intrínseco de la vida, el amor como un consuelo, la insatisfacción del ser humano, la capacidad de sucumbir a promesas falsas y a dar la vida por ellas, la propensión al autoengaño, entre otras. Pero lo más interesante del pensamiento de Gaviria es que ese pesimismo no lo lleva a un nihilismo ni a pensar que nada se puede hacer.

Según él, esa condición, en principio negativa, es la base para actuar y transformar el mundo y la sociedad pensando “entre otras cosas, en la necesidad ética de la compasión, el asombro como imperativo vital, el escepticismo sobre las ideologías y las simplificaciones del mundo, la conexión de todas las formas de vida y la búsqueda de permanente de sentido y de autotrascendencia”. De allí la razón del título del libro.

En medio de las reflexiones filosóficas en torno a la obra de Aldous Huxley, Gaviria vuelve a sus cuestionamientos sobre la guerra contra las drogas y hace un relato que les pondrá los pelos de punta a sus críticos conservadores y de derecha: su reciente experiencia con el LSD y la apertura de puertas de la percepción.

Ante la pregunta de si no le preocupaba que narrar esa experiencia lo volviera a convertir en blanco de críticas públicas o que cuestionaran su labor profesional y educativa, respondió a SEMANA: “Probablemente lo harán. Pero toca dar la pelea. Yo llevo 20 años en estos debates sobre la inconveniencia de la guerra contra las drogas. Este capítulo es una contribución adicional a una lucha larga, es una nueva invitación a consultar la evidencia y eliminar los estigmas. Está escrito de manera cándida. Siempre he creído, tal vez ingenuamente, que la sinceridad es casi invencible”.