En las últimas horas, el precandidato presidencial atacó a sus rivales Federico Gutiérrez y Juan Carlos Echeverry, asegurando que son los “candidatos del continuismo”. También rompió con Sergio Fajardo y la Coalición de la Esperanza, por irse con César Gaviria, y los acusó de promover vetos. Sin embargo, él es quien más ha querido vetar a otros aspirantes en la campaña con una superioridad moral inexplicable, como se lo sugirió Fajardo.

¿Por qué los virulentos ataques de Gaviria?

La verdad es que Alejandro Gaviria se ha convertido en “un destructor” de la unión y un obstáculo para lograr convergencias en todos los espectros políticos. Y poco a poco se ha ido quedando solo. Hoy está desesperado porque su primer intento como aspirante para llegar a la Casa de Nariño falló, precisamente, por haberse equivocado al presentarse como candidato independiente. El exrector de Los Andes no pudo sustentar su independencia y muy rápido quedó en evidencia ante el electorado, que en principio pensó en él como una alternativa real y políticamente virginal.

No es así y todo el país ya lo sabe. Alejandro Gaviria tiene dos mentores con décadas de carrera política y son los expresidentes Cesar Gaviria y Juan Manuel Santos. Ellos representan la política tradicional y no el cambio que claman quienes están cansados de los políticos de siempre. Gaviria y Santos fueron los de la idea de que Alejandro Gaviria se lanzara, lo apoyaron y lo convencieron.

Pasaron meses en los que el exrector aseguraba que su vida estaba en la universidad y no en el lodazal de la política. Sin embargo, en su círculo le plantearon todo como un hecho cumplido, le hicieron creer que sería el ganador indiscutible, que prácticamente solo le faltaba posesionarse, que Colombia lo estaba esperando, que su figura convencería. Pero no convenció. Para ser presidente hay que ganarse a la gente y los votos. Hay que proponer lo que los ciudadanos necesitan. Y eso es precisamente lo que no ha hecho Gaviria.

Alejandro Gaviria tampoco fue coherente con su supuesta independencia al recibir por la trastienda el apoyo del Partido Liberal para su recolección de firmas. No es malo per se tenerlo, lo malo es mentir sobre ello. Eso es querer engañar a los ciudadanos. Gaviria niega a los liberales, pese a que se beneficia de su maquinaria. Una conducta poco ética y reprochable, muy distante de un verdadero líder independiente. Eso tiene a más de un liberal cansado y ofendido y por eso, permanentemente, le reclaman a su jefe de partido. ¿Qué hacen apoyando a alguien que se avergüenza del liberalismo?

Sergio Fajardo, frente a los liberales y César Gaviria, le dio cátedra a Alejandro Gaviria. Prefirió la coherencia, a pesar de las críticas, antes que caer en el abismo del exrector.

Felicitar a Alberto Carrasquilla por ir a la junta del Banco de la República y luego echarse para atrás porque había dormido mal; decir que trabajó muy bien con Federico Gutiérrez y luego llamarlo “facho”; hacerse el independiente político, siendo dependiente del Partido Liberal; decir que es un académico, pero preferir al expresidente César Gaviria sobre el profesor Sergio Fajardo... Todo eso, y mucho más, es el reflejo de un candidato que no ha podido encontrar el rumbo.

Por lo demás, Alejandro Gaviria fue subdirector de Planeación de Álvaro Uribe, aunque hoy despotrica de ese gobierno al que perteneció. El periodista Daniel Coronell lo definió muy bien en 2008 en su columna de ese entonces en SEMANA: “Últimamente ha decidido catalogarse como “antiuribista”, solo para descalificar a los verdaderos críticos del Gobierno. Dentro de ese propósito, Alejandro ha incurrido en algunas mezquindades”.

Y agregó: “Gaviria quiere presentarse como un opinador independiente, cuando en realidad es un criptouribista. Se retiró del Gobierno, pero sigue siendo –con todo derecho– partidario del presidente y de la mayoría de sus políticas. Su renuncia a la subdirección de Planeación obedeció exclusivamente al nombramiento de su padre como gerente de las Empresas Públicas de Medellín. Las incompatibilidades legales forzaron su renuncia y no un grito de independencia frente a la administración”, sentenció de manera categórica.

Luego, resultó siendo varios años ministro de Salud de Juan Manuel Santos y fue ferviente y determinante en su cruzada por acabar con las fumigaciones aéreas con glifosato en los cultivos de coca. Hoy, Colombia nada en cocaína y el narcotráfico sigue adelante con su estela de muerte en los territorios, especialmente.

Lo último en lo que estaba empeñado, antes de aspirar a la Presidencia, era en la regularización del consumo adulto de marihuana, al lado de Martín Santos.

Tampoco ha sido fácil para Gaviria conectar con los ciudadanos siendo ateo, en un país que aún es profundamente religioso, o mostrándose a favor del aborto, cuando ni la Corte Constitucional ha despenalizado completamente dicha práctica.

Su defensa del proceso de paz de Santos con las FARC, sin duda, lo pone también en un escenario difícil, pues la opinión pública está dividida frente a ese tema y más cuando cinco años después los desmovilizados están en el Congreso, sin pagar por sus delitos de lesa humanidad y otros, como ‘Iván Márquez’, jefe de la negociación en La Habana, volvió a armarse desde el Gobierno Santos, al lado de ‘Santrich’, ‘El Paisa’ y ‘Romaña’.

Siendo así, Alejandro Gaviria no la tiene fácil y quizá por esa razón sus movidas hoy son angustiosas y equivocadas. Ya no es el candidato pacífico que busca la unión. Ahora recurre a atacar a sus rivales y a descalificarlos, a estigmatizar al que no esté con él y con sus ideas santistas, a creer que las élites que representa son las únicas que tienen derecho a gobernar.

Siendo un catedrático, es absolutamente intolerante ante la crítica, la cual considera un ataque y, en lugar de corregir sus errores, cree que no se equivoca. El Gaviria de hoy es excluyente, polariza y aplica vetos de todo tipo. Así no llegará a la Casa de Nariño; por el contrario, quiera o no, tendrá que volver a la academia, donde sí brilla con luz propia porque no necesita que se le despierte el otro Gaviria que lleva por dentro. Ni tampoco tiene que engañar a nadie diciendo que es independiente.