Hace unas semanas el expresidente Álvaro Uribe se veía demacrado y preocupado. En el Congreso a veces parecía distraído. Su pelo pasó rápidamente de gris a blanco. Hoy el pelo sigue igual de blanco, pero el senador está en plena forma. Refleja vigor y tranquilidad. Está trabajando como nunca y tiene sorprendidos no solo a sus contradictores, sino a su propia bancada. No es exagerado decir que en los últimos días se convirtió en el senador más poderoso del Congreso. Pero no está totalmente claro en cuál de dos papeles se concentra más, el de primer ministro del presidente Iván Duque o el de jefe de oposición a su gobierno. Porque no hay duda de que está en ambos escenarios. El mejor ejemplo de esta bipolaridad se vio en los últimos días. En relación con la propuesta del Centro Democrático de hacerle ajustes a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el expresidente no solo estuvo al pie del cañón de principio a fin, sino que se desempeñó como un hábil manejador de los hilos políticos en una negociación muy complicada. Le recomendamos: Duque y Uribe, 50 días de desencuentros Uribe trabajó ese frente al por mayor y al detal. No solo exponía en forma didáctica el contenido de las propuestas, sino que hablaba personalmente con todos los senadores presentes, y por teléfono o por WhatsApp con los ausentes. En una etapa clave del proceso, se quedó nueve horas y media en una reunión en la que también estaban La Farc, Iván Cepeda, Gustavo Petro y otros pesos pesados como Roy Barreras Armando Benedetti y Luis Fernando Velasco. Teniendo en cuenta que en los últimos años la mitad de los presentes se han enfrentado con Uribe, verlos interactuar en forma civilizada tuvo algo de novedad. Quedó la impresión de que la relación entre los dos bandos pasó de una de enemigos a una de opositores. Ante la dificultad de resolver el asunto por votación, ambas partes llegaron a un acuerdo mínimo que, si bien entraña algunos ajustes a la justicia transicional, no pone en peligro su columna vertebral (ver: ‘Crónica de una foto histórica’). El resultado de la reunión no representó un consenso, pero sí un pacto de caballeros. Y que ese término pueda usarse entre dos sectores que hasta hace poco se atacaban como jaurías es un buen augurio. Pero no solo en ese tema el expresidente ha estado en la jugada. En la nueva Colombia sin mermelada, la artillería del gobierno por sí sola no siempre da resultados. Y Álvaro Uribe ha sabido ocupar ese vacío en varios temas de la agenda duquista, como la reforma a la justicia y la reforma política. En otras palabras, no solo la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, y el alto consejero para asuntos políticos, Jaime Amín, están manejando el problema de la gobernabilidad de Duque, sino principalmente el expresidente. Vea también: Paso a paso de una derrota, Álvaro Uribe perdió el pulso por el contralor Sin embargo, Uribe también está haciendo de jefe de la oposición. Son bien conocidas sus diferencias con el gobierno en temas como la consulta anticorrupción, el aumento al salario mínimo y varios nombramientos. En todos esos temas él y sus escuderos habían mostrado independencia frente al presidente que eligieron, pero la semana pasada sucedió algo más complicado. La reforma tributaria o Ley de Financiamiento, como se le dice ahora, es un asunto de vida o muerte para el gobierno. Si no se lleva a cabo, los números no cuadran. Como obviamente el aumento de impuestos es la más impopular de todas las causas, el apoyo incondicional del partido de gobierno resulta fundamental. Duque fue un candidato que ahora está actuando como presidente. Uribe fue un presidente que ahora está actuando como candidato. La bandera de oponerse al IVA en la canasta familiar no tiene pierde y prácticamente todos los partidos están haciendo populismo con ella. Por eso, el apoyo del Centro Democrático es indispensable. El presidente Duque y el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, llegaron a esa propuesta solamente porque no encontraron una alternativa que permitiera tapar el hueco fiscal. No es que no tuvieran conocimiento de la impopularidad de ampliar la base de ese impuesto. Por eso, es particularmente grave que el propio jefe de su partido esté sumándose a la oposición. El miércoles de la semana pasada, el expresidente se tomó la molestia de hacer una rueda de prensa para insinuar en forma no muy sutil que no le jalaba al IVA en la canasta familiar. Le recordó a Duque que durante la campaña “propuso menos impuestos y más remuneración”. Es parte del juego político hacer promesas no viables durante las campañas y luego aterrizar en la realidad. Pero no cuadra que Álvaro Uribe, quien por haber sido presidente sabe esto más que ninguno, les esté haciendo un llamado de atención a su presidente y a su ministro de Hacienda. Puede ver: Iván Duque, el hombre de Uribe Iván Duque está haciendo lo que toca. Tiene claro que una cosa es ser candidato y otra cosa presidente. Ha hecho bien la transición de lo uno a lo otro. Con Álvaro Uribe pasa exactamente lo contrario. Después de haber sido un gobernante responsable y realista, está actuando como un candidato en busca de popularidad.