En un pais normal la Policía cuida a la población civil. En muchos municipios colombianos sucede al revés. Son los ciudadanos desarmados los que terminan salvando a los agentes de morir abaleados por la guerrilla. El asesinato a mansalva de Jimmy Guauña Chicangana, el indígena que murió el 31 de diciembre cuando pregonaba con una chirimía la resistencia civil a la toma de las Farc del corregimiento de Puracé, a 36 kilómetros de Popayán (Cauca), muestra los peligros que enfrentan estos heroicos resistentes ante la crueldad inhumana de los subversivos y el abandono estatal. Esa noche Jimmy se preparaba para recibir el año nuevo cuando fue sorprendido, como los demás pobladores de Puracé, por la arremetida de los frentes 6 y 13 de las Farc contra el puesto de Policía. El hostigamiento —que cobró la vida de dos uniformados— empezó a las 5 de la tarde. Luego la guerrilla saqueó el Banco Agrario y destruyó la casa cural. Pasadas las 10 de la noche y motivado por las recientes muestras de valor de otras poblaciones, como Bolívar, Caldono y Coconuco, también en el Cauca, Jimmy convenció a varias personas de que lo acompañaran hasta el parque central del pueblo. Por donde pasaban invitaban a sus paisanos a la resistencia civil. A dos cuadras del parque, cuando ya se congregaba un grupo de por lo menos 100 personas, se encontró de frente con varios guerrilleros, quienes lo intimidaron para que abandonara la idea. Jimmy, que acababa de terminar séptimo semestre de derecho en la Universidad del Cauca, les replicó que ellos tenían derecho a celebrar la llegada del año nuevo y les imploró que no destruyeran el pueblo. Los guerrilleros le permitieron seguir hasta el parque central con la condición de no convocar más gente. Pero Guauña Chicangana no alcanzó a caminar 100 metros cuando sonó el disparo que acabó con su vida. Los que lo acompañaban salieron corriendo llenos de pánico. La toma se prolongó hasta la media noche y los guerrilleros destruyeron 30 casas. Esa misma noche de San Silvestre las Farc encontraron resistencia civil en otros tres municipios. En Coconuco, un corregimiento ubicado a 20 minutos de Puracé, los guerrilleros trataron de hacer olvidar la lección ofrecida por la gente el 23 de diciembre, cuando los habitantes siguieron rezando la novena de aguinaldos al llegar el ELN, prendieron velas y entonaron cánticos para darse ánimo y resistir el ataque. Esta vez las Farc alcanzaron a destruir el puesto de Policía, la iglesia y a saquear el Banco Agrario antes de que los coconuquenses se unieran de nuevo para hacer resistencia. Liderados por el cura, salieron a la calle armados de sábanas blancas que blandieron en señal de paz. De esta forma evitaron, por segunda vez, que la guerrilla demoliera el casco urbano. En Berruecos, al norte de Pasto, unos 80 guerrilleros atacaron el puesto de Policía a las 4 de la tarde. En medio de los tiros la población salió a la calle para pedir que cesara el ataque. Ello permitió que unos agentes se resguardaran y otros se escondieran en la parte alta de la iglesia, con lo que se frustró el objetivo guerrillero. Y tres horas más tarde, en Belén de los Andaquíes, municipio a una hora de Florencia (Caquetá), 100 guerrilleros del frente 61 de las Farc embistieron en su cuartel a 14 policías. Cuando cesaron los disparos, hacia las 9 de la noche, la población salió de las casas y acordonó el cuartel con sábanas blancas y banderas de Colombia entonando el Himno Nacional. Otra muchedumbre se congregó en el parque y lanzó consignas en contra de la guerra. Ante semejante demostración de poder ciudadano y previendo que llegara el avión fantasma la guerrilla abandonó el pueblo. El origen Todos estos son ejemplos heroicos de poblaciones que se llenan de valor para no dejar que los actores armados utilicen la violencia en su nombre. Un fenómeno que comenzó en Caldono, Cauca, el pasado 12 de noviembre, cuando los indígenas paeces demostraron un coraje excepcional al impedir con antorchas, música de Mercedes Sosa, Ricardo Arjona y José Luis Perales que el frente 8 y la columna Jacobo Arenas de las Farc atacaran el pueblo formando cordones humanos. Sin embargo estas manifestaciones también ponen en evidencia el dramático abandono en el que se encuentran cientos de poblaciones colombianas. Ello pareció quedar demostrado con las manifestaciones oficiales hechas tras la resistencia de los habitantes de Bolívar una semana después de la de Caldono. La mayoría de los 28.000 habitantes de este municipio se enfrentó a más de 300 guerrilleros, también de las Farc. Hombres, mujeres y niños rodearon a los subversivos y desinflaron las llantas de las camionetas en las que llegaron para la toma. Dieciocho de los policías lograron huir y seis más fueron protegidos por los pobladores. En esa ocasión el comandante de la Policía departamental, coronel José Edgar Herrera Betancourt, anunció que su institución no sólo reforzaría su presencia en ese municipio sino que retornaría a otros 12 del sur del departamento que carecían, por una u otra causa, de protección policial. Anticipó la llegada de un escuadrón contraguerrilla móvil para el Cauca y prometió 3.000 millones de pesos para la construcción de nuevas estaciones de Policía como “un reconocimiento al valor civil y al apoyo de la comunidad que con esas actitudes construye paz”, según fue registrado en los medios. Pero muchos se preguntan si acaso la protección policial debe ser un premio y no una obligación constitucional del Estado. Porque, por ejemplo, en el caso de Caldono esta era la tercera vez, en menos de dos años, que esa población era agredida sin que el Estado hubiera diseñado mecanismos efectivos para protegerla. Y en Bolívar era la tercera vez que se tomaban el municipio en menos de seis meses. Tampoco deja de ser patético que la guerrilla no entienda el mensaje contundente que envían los pobladores de estos municipios cuando arriesgan su vida, desarmados, para que los guerrilleros, que empuñan fusiles supuestamente en nombre del pueblo, los dejen vivir en paz.