Junto a la ventana de una aeronave de la Policía Nacional, viaja Edna Murielle Rubio. A más de 10.000 metros de altura, observa las nubes y sobre su mejilla rueda una lágrima. En más de cuatro décadas de vida, es la segunda vez que se sube a un avión, y en las dos oportunidades lo ha hecho motivada por el amor al mismo hombre: el oficial de la Policía Julián Guevara, quien murió en cautiverio tras la toma guerrillera de Mitú, Vaupés, en 1998.
Los recuerdos llegan a su mente. La primera vez que abordó un avión fue cuando él la llevó a conocer el mar en San Andrés en su luna de miel, cinco meses antes de su secuestro. De hecho, fue la última vez que lo vio. Vuelve a tomar un avión 23 años después, acompañada del general (r) Luis Mendieta y el policía que se fugó de las Farc Jhon Frank Pinchao. Van rumbo a Mitú, donde presentarán una ofrenda floral en conmemoración del aniversario de la crueldad que dividió su vida en dos.
Es su primer encuentro con los compañeros de cautiverio de su esposo y tiene mil dudas que despejar. Durante años dice haber sido estigmatizada: “Me tildaron de oportunista por demandar al Estado y pedir lo que por derecho me correspondía”. Asegura que no le dieron la posibilidad de recibir los restos de su esposo; le dijeron que nunca habló de ella en los cuadernos que sirvieron de diario en medio del encierro, pero ella no tuvo acceso a ellos. Siempre fue la mamá del oficial y su hija quienes pedían en los medios su liberación, mientras que ella permaneció ausente.
Edna muestra una de las cartas que él le redactó: “Mi amor, así como le escribí a mi mamá, así quiero que me colabores también. No quiero que vayan a reuniones o marchas o manifestaciones, quédate juiciosa trabajando o descansando”. Ella, quien tenía 23 años para la época, acató su solicitud. Dice que no quería tener problemas cuando él regresara, ya que era un hombre estricto en sus decisiones. Era casi diez años mayor que ella y siempre lo admiró por su sabiduría.
En otras de las cartas en papel añejo de cuaderno, conservada con recelo, se leen promesas de amor eterno: “Ámame como yo te amo, adórame como yo te adoro (…) tengo muchos planes para los dos, y otros con las chinas, habrá tiempo para todo”. Se conocieron cuando tenía 14 años, en las calles de Bogotá. Pero la vida los separó. Cada uno tuvo una hija en su juventud, y, después de un tiempo, el destino los unió nuevamente. Se encontraron en un parque cuando jugaban con sus niñas, ya divorciados, y desde ahí juraron que solo la muerte los separaría. Edna, durante años, conservó un jean, una blusa ajustada y botas largas que compró por solicitud de él para que así se vistiera el día de su reencuentro. Jamás las estrenó.
Cuando Edna llegó a Mitú, los compañeros de cautiverio le dijeron: “¿Usted es la Mona de mi coronel Guevara? No pasaba un día sin que la recordara”. El corazón de Edna se aceleró y sus manos temblaban, confirmaba que su amor era verdadero. Y que lo que le escribía en las cartas era genuino. “No se me olvidan tus facciones, eres hermosa, me acuerdo de tu cabello, tus ojos, tu nariz perfecta (…) Te adoro. No te olvides de mí. Me despido”.
César Augusto Díaz, exsecuestrado de las Farc y quien ayudó los primeros años al coronel cuando la salud lo quebrantaba, le contó a Edna que, en el momento del secuestro, su superior logró sacar una foto como pudo de ella, y la ocultó en el bolsillo de su uniforme, porque verla le daba fuerzas para seguir adelante. Esa versión la ratifican Mendieta y Pinchao.
Edna asegura que nunca amó ni amará a alguien igual que a su esposo. Años después de su muerte, intentó rehacer su vida amorosa, y nacieron dos hijos, hoy adolescentes. Pero tiene claro que el vacío que dejó nunca será llenado. “Aún espero el día que me pueda reunir con él en la eternidad”.