Casi un año después del presunto feminicidio de Ana María Castro, dos jóvenes –Julián Ortegón y Paul Naranjo– fueron capturados, presentados ante un juez y enviados a la cárcel. Las pruebas recaudadas durante estos meses por la Fiscalía y que sirvieron para judicializar a los supuestos responsables están en poder de SEMANA.
Se trata de declaraciones, informes de Policía Judicial y Medicina Legal, peritajes, fotografías, audios, videos y hasta la reconstrucción de la escena del presunto crimen a través de un dibujo hecho a mano por el testigo de la Fiscalía, quien fue fundamental a la hora de definir la medida de aseguramiento contra los capturados.
El expediente de la Fiscalía contiene los testimonios recuperados 16 horas después de los hechos y cuyo escenario se ubicó entre las avenidas 68 y Boyacá con calle 80, al noroccidente de Bogotá. La hipótesis de la Fiscalía es que Ana María Castro fue agredida y lanzada de un vehículo que se movilizaba a 40 kilómetros por hora, pasada la una de la mañana de ese 5 de marzo de 2020.
La versión que defendió la Fiscalía en las audiencias preliminares está sentada en las declaraciones rendidas por un testigo, ocho meses después, y en las llamadas que hizo a la línea de emergencia. Se trata de Daniel Alejandro Vega, cocinero y conductor de una plataforma de servicio de transporte, quien describió con lujo de detalles cómo ocurrieron los hechos, en qué lugar, la velocidad de los vehículos, los niveles de luz y hasta cómo vestían los protagonistas de esta tragedia.
En la declaración obtenida por SEMANA, el testigo aseguró que esa madrugada iba “enrutado” con destino a la localidad de Suba, y en la calle 80, pasando por la avenida 68, observó que, de un vehículo azul oscuro con vidrios polarizados, lanzaron a una mujer como si fuera un “muñeco de trapo”. Vega dijo que trató de seguir el vehículo, pero un hombre de 1,75 centímetros de estatura, fornido, con una sombra de barba, pelo oscuro y corto, camiseta Bossi (sic) negra y jean azul se atravesó en su camino para pedirle ayuda.
El testigo “estrella” de la Fiscalía aseguró que en esa madrugada la iluminación era muy buena; incluso logró grabar un video con su celular y se lo mostró a una amiga, quien resultó ser conocida de la familia de Ana María Castro. Por eso habló con ellos antes de la diligencia judicial. Reveló que su celular le fue hurtado y con el equipo se perdió el video.
Para subsanar la pérdida del celular y del video, piezas claves en el caso, el testigo les ofreció a los investigadores del CTI una reconstrucción de los hechos a través de un dibujo, que dejó algunas dudas como elemento de prueba, pero que la Fiscalía no dudó en sumar a las evidencias para imponer la medida de aseguramiento contra Julián Ortegón y Paul Naranjo.
El 12 de marzo de 2020, siete días después del incidente, el patrullero Johan Sebastián Sánchez, quien llegó primero a la escena del crimen y también hizo su aporte con otro dibujo, le dijo a la Fiscalía que cuando arribaron al sitio encontraron a una joven en el suelo y a un hombre en alto grado de excitación, identificado más tarde como Mateo Reyes. El uniformado aseguró que Reyes daba diferentes versiones de lo ocurrido: primero, que venía en un taxi y vio todo; luego, que venía con Ana María; después, que no la conocía. Finalmente, confesó que sí eran amigos.
Un día después, la patrullera Maira Estefany Ariza rindió una declaración que coincidió con la de su compañero de trabajo, aunque fue más explícita al describir a Mateo Reyes y las diferentes versiones que trató de defender hasta que su novia y padre fueron a recogerlo al CAI de Las Ferias, donde permaneció esposado por varias horas.
El expediente incluye también las declaraciones de los principales implicados, entre ellos Mateo Reyes. En su testimonio el mismo día de los hechos, 5 de marzo de 2020, advirtió que conocía a Ana María hace más de un año y que fue él quien la llamó y la invitó a salir. Fueron primero a la calle 116 y allí estuvieron desde las seis de la tarde hasta las 8:30 de la noche; luego cambiaron de bar dos veces y terminaron en el establecimiento desde donde, según los videos, salió Ana María en aparente estado de embriaguez y acompañada de quienes ahora están en la cárcel.
Asegura que estaba muy borracho, no recuerda cómo salió del bar, solo que en la calle 80 le pidieron que se bajara del vehículo; lo hizo y enseguida lo acompañó Ana María. Mientras él se subió al andén, ella discutió desde la ventanilla con Paul Naranjo. Recuerda cómo Ana María les gritaba “Por qué, por qué” y de un momento a otro aceleraron: “Como Ana estaba recostada en la ventanilla, no sé si se quedó enganchada, y como arrancó tan rápido, Ana se cayó al piso y se golpeó la cabeza”.
Aseguró que al ver a Ana María en el suelo entró en shock y empezó a pedir ayuda a los carros que pasaban. Luego, llamó a la línea de emergencia, pero no recordó lo dicho en esa llamada. Su mente se nubló hasta cuando llegó al CAI y después supo de la muerte de Ana María. Habló con una amiga común y no recordó más.
Paul Naranjo y Julián Ortegón rindieron declaración horas después de Mateo. Coinciden en casi todo, algo que la Fiscalía calificó de un “jueguito” para ponerse de acuerdo en las versiones que entregaron, pero que los abogados defendieron al recordar que durante esas primeras horas no tuvieron comunicación o posibilidad de acomodar versiones.
Naranjo relató que llegó a la calle 116 por invitación de Ana María, que se negó a entrar al bar, esperó a su amigo Julián hasta que salió del trabajo y accedió a la invitación de Ana que, según él, estaba borracha. Intentó irse en varias oportunidades, pero ella insistió y se quedaron un rato más. Cambiaron de bar y permanecieron allí hasta pasada la una de la madrugada.
Cuando salieron, Paul les dijo a Ana y Mateo que si los acercaba; se subieron a la camioneta, tomaron la calle 116, luego la autopista Norte, la avenida 68 y la calle 80. Antes de llegar a la avenida Boyacá les pidió a Ana y Mateo que se bajaran: “Les dije que me respetaran, que el carro no era para ponerse a tirar”. No lo hicieron por su cuenta, y fue Julián quien se bajó, les abrió la puerta y los sacó del vehículo.
Arrancaron para la casa de Ortegón, guardaron la camioneta, pidieron un domicilio de vodka y salieron rumbo a un amanecedero en Chapinero. Horas más tarde, finalizada la rumba, cuando cada uno estaba en su casa, ya en la mañana recibieron una inesperada llamada con la noticia. Ana María Castro estaba muerta.
La mamá de la víctima también rindió testimonio en la Fiscalía. Advirtió sobre los problemas de adicción y dependencia que padecía Ana María, los cuales estaban acompañados de episodios de depresión y ansiedad. Se enteró del consumo de sustancias alucinógenas de su hija, pues ella se lo confesó a una amiga de la familia, a la que también le contó que Mateo Reyes era su distribuidor. Fue la mamá de Ana María quien denunció que las pertenencias de la víctima desaparecieron, entre ellas un celular que sigue perdido y sería una pieza clave en la investigación.
SEMANA tiene en su poder los análisis de los investigadores del CTI a casi diez llamadas a la línea de emergencia hechas por ciudadanos que presenciaron o pasaron segundos después de ocurrida la tragedia en el occidente de la ciudad. Una en particular detalla cómo la persona que llamó se detuvo, permaneció en el sitio, habló con Mateo y esperó para contar su versión a la Policía. No lo atendieron y un año después no se conoce su declaración.
Llama la atención cómo la juez de control de garantías que envió a la cárcel a Paul Naranjo lo hizo en alguna medida basada en un segundo dictamen de Medicina Legal que le compartió la Fiscalía. Este medio obtuvo ese documento y resulta ilegible, borroso. Así quedó consignado en el expediente y fue objeto de debate en las audiencias.
El expediente recoge los cabos sueltos del presunto crimen de Ana María Castro. Cada una de las piezas es clave para armar el rompecabezas con el cual el juez podrá definir si Paul Naranjo y Julián Ortegón son responsables de feminicidio.