Ánderson Andrés Arboleda Montaño, un joven afrodescendiente de Puerto Tejada, Cauca, quiso denunciar el delito por el que moriría poco después, pero lo ignoraron. “Lo sacaron como a un perro de la estación de Policía”, cuenta su mamá, Claudia Ximena Arboleda. Ella lo acompañó el martes 19 de mayo a las 11:00 p. m. al comando central de ese municipio del Cauca, muy cerca de Cali, para elevar una queja formal. Treinta minutos antes dos patrulleros lo habían golpeado ferozmente en la puerta de su casa, según la denuncia hecha por la familia. Ánderson, que no acostumbraba a hablar mucho, les gritó a varios uniformados presentes que habían cometido una injusticia al darle esos golpes de bolillo.

Su tía Magaly Arboleda recuerda los gritos desesperados de su sobrino de apenas 19 años. Ánderson venía con su novia de un cumpleaños, y alcanzó a tocar dos veces la puerta número 27-59 de la calle 7 en el barrio Santa Elena, cuando aparecieron dos policías en una moto. Le dijeron que estaba violando la cuarentena y debía entrar inmediatamente; Ánderson les respondió que solo esperaba que abrieran. “Al policía le disgustó que él no obedeciera inmediatamente y empezaron a pegarle. Yo gritaba por la ventana: ¡no le peguen más, por favor!”, dice Magaly. Ella debía abrir la puerta, pero el sueño la había vencido 15 minutos antes. Cayó profunda y se despertó en medio de la algarabía y el llanto de la novia de Ánderson. Ella cuenta que los patrulleros le echaron gas pimienta a su sobrino, lo golpearon tres veces con un bolillo en la cabeza y uno más en el brazo izquierdo que le fracturó el cúbito. Luego los policías se fueron. No le impusieron comparendo ni lo condujeron a una estación. Simplemente encendieron la moto y se marcharon a gran velocidad. Su cráneo sufrió una fractura considerable que permitió un filtro de sangre en el cerebro. Un golpe contundente en la parte trasera generó la grave lesión.

Los recuerdos de Claudia Ximena se detienen siempre en tres escenas para describir lo que ocurrió. En sus pensamientos aún ve la estación de Policía con Ánderson y Fabio Torres, su actual pareja; tiene escritas en el alma las palabras del oficial que los atendió. “Nos dijo: váyanse de aquí, yo no les creo nada. Yo sé quiénes son los patrulleros de ese cuadrante y son gente decente. A esa historia le falta un pedazo y ahora no tengo tiempo para ustedes”. Desde ese día ha ido tres veces más a ese lugar para encontrar al mismo hombre. Ella quiere volver a oírlo ahora que su hijo está muerto. El segundo recuerdo de Claudia Ximena sucede 12 horas después de lo ocurrido con los patrulleros. Esa noche regresaron de la estación y Ánderson se fue a dormir. Tenía dolor de cabeza, pensaron que era algo leve tras los fuertes golpes. En la madrugada no lo escucharon, todos se durmieron. En la mañana, su abuela fue la primera en advertir unos ronquidos extraños. “Ella me llamó y me dijo eso. Yo pensé que de pronto estaba profundo. Llegué una hora después y traté de levantarlo, pero él ya no reaccionaba. Lo cogí por el cuello, le gritaba: hijo, hijo despierte”.

Ánderson no se volvió a levantar más. En la ESE Norte 3 de Puerto Tejada lo remitieron a Cali, a la clínica Valle del Lili. A las 3:00 p. m. les dijeron que tenía muerte cerebral y no había mucho por hacer. Su cráneo sufrió una fractura considerable que permitió un filtro de sangre en el cerebro. Un golpe contundente en la parte trasera generó la grave lesión. En la clínica lo intubaron en la unidad de cuidados intensivos. El jueves 21 de mayo llamaron a Claudia Ximena con urgencia. “Llegamos nuevamente a Cali y me llevaron hasta donde estaba él. Tenía un tubo en el pecho, pero casi no respiraba. La enfermera explicó que ya era cuestión de tiempo para que muriera”. Claudia Ximena guarda ese recuerdo como un tesoro, porque es el último que tiene con total lucidez. A partir de ahí todo ha sido nublado por el dolor. “Le cogí la mano y estaba tibia todavía. Lo miraba fijamente como si estuviéramos hablando. Yo le decía cosas, pero obviamente él no me respondía. Poco a poco fui sintiendo cómo se iba, como soltaba la vida”.

Por lo general, Ánderson era callado, pero rumbero. “A él le gustaba estar con sus amigos, tenía muchos. Yo le decía que dejara de andar muy tarde porque le podía pasar algo, y él me respondía: Ximena, relájese que yo no le debo nada a nadie”, dice Claudia. En su celular reposan los últimos videos de su hijo. Se ve alegre cantando: “... No te vayas, abrázame fuerte, y si después de la muerte pudiera estar contigo, no lo dudaría…”. El caso solo salió a la luz el lunes cuando la cantante Goyo, de ChocQuibTown, lo publicó en sus redes sociales. Ánderson nació el 1 de julio del año 2000. Siempre estuvo al cuidado de su abuela, porque su mamá trabaja como ama de casa en Cali. Hace un año decidió prestar el servicio militar, pero a falta de dos meses para terminar desertó. Su comandante de turno lo fue a buscar hasta la casa y le pidió regresar. “Le preguntó qué había visto, qué le disgustó; le decía que terminara, que él era un buen muchacho. Ese señor quería a Ánderson como si fuera un hijo. Quedaron en que regresaría, pero se desató la pandemia”, afirma Fabio Torres, su padrastro.

Al entierro de Ánderson, en Puerto Tejada, asistió una multitud. Centenares de jóvenes marcharon hasta la estación de Policía y se enfrentaron con la autoridad. Nada de eso trascendió más allá del municipio. El caso solo salió a la luz el lunes cuando la cantante Goyo, de ChocQuibTown, lo publicó en sus redes sociales. Ella hizo un símil con la muerte de George Floyd a manos de cuatro policías en Minneapolis, Estados Unidos.

Solo en ese momento Claudia Ximena recibió la primera llamada de un alto mando de la Policía en Puerto Tejada. Ignoraron la muerte de Ánderson por más de dos semanas. Como si no hubiera pasado nada. Las autoridades anunciaron una investigación a cargo de la Justicia Penal Militar, mientras la Gobernación del Cauca, por su parte, emitió un corto comunicado de solidaridad con la familia y acompañamiento psicológico. “Nosotros no queremos nada de eso. Necesitamos justicia. Que nos digan los nombres de los patrulleros que atacaron a Ánderson, que paguen por lo que hicieron”, señala Magaly. De los implicados en este hecho poco se sabe. No hay nombres, caras, ni placas para la opinión pública, pero en el seno de la Policía sí saben quiénes son. “Lo único que sabemos es que son personas blancas, que no son del municipio”, agrega. El pasado jueves, en medio de una diligencia de interrogatorio, Claudia regresó a la estación de Policía. Preguntó dos veces por el comandante de esa noche del 19 de mayo, aquel que los echó como a unos perros, dice. Pero nadie le dio razón. Allí, y furioso como nunca lo había visto, Ánderson dijo sus últimas palabras, porque una vez salieron no volvió a hablar. Su padrastro, Fabio Torres, recuerda verlo llorar de la impotencia. Es la última imagen que tiene de él. “Estoy seguro de que él murió bravo, desilusionado y triste”.