Un grupo de niños, que no superan los 11 años, caminan vestidos de blanco por la polvorienta carretera que conduce al cementerio de San José de Oriente, en Cesar. Se turnan por grupos de a cuatro para cargar el féretro en el que descansa Samuel David. Estos hermanos, hijos y sobrinos de excombatientes acompañan al menor asesinado, en un atentado sufrido por su padre el sábado pasado. De haber vivido, este niño de 7 meses hubiera tenido mucho para contar. Nació en Tierragrata (Cesar) entre exguerrilleros de las Farc que se preparaban para dar el salto a la vida civil. Vivía en uno de los 24 espacios territoriales de capacitación y reincorporación (ETCR) que adecuó el Gobierno para hacer más llevaderas sus vidas. El ETCR Simón Trinidad se quedó sin un alma el miércoles. Todos los pequeños salieron sin excepción a cargar al niño, durante la media hora que toma desplazarse a pie hasta el sector El Mirador, donde lo enterraron. Le puede interesar: Asesinan a un bebé, hijo de excombatiente de Farc en Venezuela Unos, por miedo de nuevos hostigamientos, y otros, por respeto, guardaron en el recorrido un silencio sepulcral. Se limitaron a agitar las flores blancas y las pancartas en las que pedían no más violencia. “Caminamos para que la gente viera nuestra marcha como una voz de protesta por el crimen”, le dijo a SEMANA Solís Almeida, el líder de la zona. Samuel David era hijo de dos indígenas wayuu. Pero de su familia solo su papá, Carlos Enrique González, tenía un estrecho vínculo con las Farc. Llevaba más de seis años vinculado al bloque Martín Caballero hasta que en 2016 se acogió al acuerdo de paz. A partir de ese momento, su nombre, como el de 13.000 hombres y mujeres más, comenzó a aparecer en las listas de reinsertados. Con los vientos de cambio, el ETCR de Tierragrata se convirtió en su hogar. Allí sentó las bases de su nueva vida: conoció a Sandra y le dio la bienvenida a su único hijo. Todo parecía marchar sobre ruedas hasta el fin de semana pasado, cuando Carlos le propuso a su familia viajar hasta la frontera para presentarle el niño a su abuela. Viajaron juntos, por tierra, el 14 de abril hasta Montelara, a un empobrecido rancho. Esas horas fueron las primeras y las últimas que la mujer pudo compartir con su bisnieto. “A las dos de la madrugada del día siguiente los atacaron. Dispararon contra todo. No sabemos cuántos hombres. Solo sabemos que había casquillos de fusil y escopeta por toda la casa”, relata Almeida. Ni Samuel ni un primo de su padre lograron salir con vida. El pariente murió al instante y el niño recibió un impacto en una pierna. En otras circunstancias lo hubieran salvado. Pero en ese lugar y a esa hora no hubo forma de trasladarlo al centro hospitalario más cercano. Sus papás no tenían la forma, y los vecinos se negaron a ayudar por miedo a una represalia. Samuel David pertenecía a la generación de niños que nacieron tras la dejación de armas de las Farc, los hijos de la paz. Él estuvo entre los 1.336 que le devolvieron la esperanza al país y llenaron de motivos a sus padres para salir adelante. “Tío, tía”, les dicen muchos de ellos a los excombatientes que hay en la zona, sin importar el parentesco. Le recomendamos: La reincorporación de los excombatientes está en pañales Sandra y Carlos por estos días no encuentran consuelo. Solo tratan de entender qué pasó y piden justicia. Mientras tanto, con ayuda de los excombatientes reunieron un millón de pesos para pagar las exequias. Ella, postrada en una cama de un hospital de Maicao, se tuvo que conformar con enviar un ramo de rosas blancas al entierro de su hijo. La muerte de Samuel David llega como otro campanazo de alerta. A pesar de que el presidente Duque pidió celeridad en el caso y aseguró que no tolerará más violencia, el partido Farc insiste en que “a diario tenemos que seguir sumando nombres de compañeros y compañeras, a la lista de muertos por culpa del Estado negligente”, dijo el representante Benedicto González. Más de 20 familiares de miembros de las extintas Farc y 128 excombatientes han muerto asesinados después de la firma. En su mayoría a manos del Clan del Golfo, las Autodefensas Gaitanistas, el ELN y las propias disidencias que quedaron tras la dejación de armas de la guerrilla a la que alguna vez pertenecieron.