“A las buenas o a las malas, y las malas es con plomo, ustedes verán”, de esta manera amenazante llegaba Euclides España, alias Jhonier, a reclutar menores de edad para llevárselos al monte y convertirlos en máquinas de guerra. Se trataba de uno de los más veteranos hombres de las Farc, que terminó en las disidencias al lado de Iván Mordisco y Gentil Duarte, máximos cabecillas de ese grupo terrorista. Su carrera criminal terminó de tajo esta semana, cuando en medio de una operación conjunta de Fuerzas Especiales del Ejército y la Policía, fue impactado por un francotirador en un campamento cerca a Toribío, Cauca.
En los casi 24 años de vida delictiva con las antiguas Farc alias Jhonier estuvo metido de lleno en el negocio del narcotráfico, y participó de delitos como secuestros, tomas guerrilleras y atentados terroristas. Era un hombre de armas. Pero en esta última etapa, cuando no quiso sumarse al acuerdo de paz que firmó el Gobierno con esta guerrilla, su misión se centró en un solo objetivo: reclutar niños y niñas para llevarlos a los campamentos en Cauca, Nariño y Valle. Era el reclutador de las disidencias.
Informes de inteligencia en poder de SEMANA se refieren así a este cabecilla, integrante del “Secretariado del Estado Mayor” de las disidencias: “Bajo falsas promesas llegaba a corregimientos, veredas y casas de familias humildes transmitiendo mensajes de rechazo hacia el Gobierno nacional y sus instituciones; en algunas ocasiones ofrecía dinero a personas de bajos recursos y, en otras, exigía la presencia de los menores para que hicieran parte de las filas del grupo armado”, señala el documento.
Las mujeres que llamaban la atención de Jhonnier eran obligadas a tener relaciones íntimas, de negarse, las menores de edad eran enviadas a las diferentes comisiones donde, según los testimonios, eran abusadas sexualmente por comandantes y otros integrantes. Pero iba más allá, si quedaban embarazadas, las obligaba a practicarse abortos.
Jhonier ante la comunidad trataba mostrarse como un tipo amable que luchaba por ideales, pero en el fondo era un diablo, como lo catalogaban algunos de sus compañeros que terminaron entregando información sobre él. Entre esos un desgarrador testimonio. En una de sus “pescas” de menores llegó a un caserío y se fijó en los estudiantes que se movían en una pequeña escuela. Le llamó la atención una niña, a quien vigiló durante minutos y la siguió hasta una pequeña casa donde vivía con sus familiares.
Ante ellos se presentó como un jefe guerrillero, que estaba reclutando jóvenes para la causa y advirtió que se llevaría a la niña. Su familia, temerosa, se negó; pero él impuso su fuerza amenazándolos y advirtiendo que si era necesario los mataba a todos y se la llevó. Como si se tratara de una mercancía, con un gesto despiadado, tiró unos billetes al piso y se marcharon.
Estas escenas se daban con frecuencia. La repetía con jóvenes a los que les hacía llegar dinero, les gastaba licor y les prometía trabajo en una organización revolucionaria donde les pagarían bien, y así, podrían salir de la pobreza. A quienes se resistían les enrostraba la palabra “plomo”, así arreglaba todo, con armas, como fue su carrera criminal.
En 2020 fue nombrado comandante de las disidencias y en el suroccidente del país, se convirtió en un objetivo de altísimo valor para las autoridades, pero tal como crecía fama los hacían también sus abusos y el reclutamiento de niños. A tal punto que su guardia personal estaba compuesta casi en su totalidad por menores de edad. Las mujeres eran de entre 12 a 16 años.
Licor y fiestas
Para lograr la confianza, lealtad y motivar los menores, en los campamentos acostumbraba realizar fiestas en las que el consumo de licor y de drogas no tenía límite. En sus últimos videos en el campamento, conocidos por SEMANA, se ven esas fiestas. En medio de la maleza, en una pista de baile improvisada, se ve cómo los jóvenes en camiseta y con botas de caucho saltan, bailan y se empujan, se les nota su corta edad. Por el contrario, Jhonier prefiere bailar cogido de la mano con una de las reclutadas, con un estilo más tradicional propio de su edad, mucho mayor que acompañantes.
El licor se reparte sin distingo, en una de las imágenes se ve un niño que apenas pasa de los 10 años, es evidente que está tomado. Cuando le preguntan “¿está borracho ya?”, pone la mano en su ceja, a modo de saludo militar, y dice que “no”, pero está ebrio. En los videos también se ve cómo en medio de los serpenteados ríos de las selvas del sur país, anda con los hombres y mujeres de su guardia personal que son simplemente niños terciando fusiles que apenas pueden sostener.
Así como había fiestas, también había un recio entrenamiento militar con los que daba instrucción armada a los menores de edad, con el fin de prepararlos para la guerra, prometiendo dinero a cambio de ataques contra integrantes de la Fuerza Pública, bajo una modalidad conocida como “plan pistola”.
Imponía fuertes castigos a los niños que formaban parte de su tropa utilizando una práctica a la que llamó “puntos de reflexión”, llevándolos a zonas alejadas, de difíciles condiciones y sin brindarles alimentación ni elementos de protección, por tres días. Según los testimonios, a quienes trataban de volarse les hacía una especie de consejo de guerra que implicaba un supuesto traslado a zonas donde arreciaba el conflicto, pero la verdad es que nunca se volvía a saber de ellos.
Alias Jhonier era un cabecilla con alta capacidad bélica, experto en manejo de explosivos, y usaba su círculo de confianza, compuesto por niños y adolescentes en su mayoría, para liderar acciones terroristas y armadas contra Estaciones de Policía y Bases Militares ubicadas en Valle, Cauca y Nariño.
Este veterano cabecilla de las disidencias, reconocido como el principal reclutador de menores, era un objetivo de alto valor, pues ordenaba masacres, generaba desplazamientos, ataques a militares y policías. Buscaba el control de las rutas de narcotráfico en el Cañón de Micay y la Costa Pacífica. No logró eludir a los hombres de inteligencia que durante semanas lo vigilaron y lo infiltraron para, finalmente, acabar su carrera criminal con la precisión de un francotirador.