El ataque, en principio, fue rápido, premeditado, un asalto. Las dos chivas (buses grandes), llenas de indígenas de la comunidad Misak, se parquearon frente al edificio de Publicaciones SEMANA y dos hombres descendieron rápidamente, corrieron hacia la entrada y se escabulleron por debajo de los torniquetes de seguridad.
Los guardias reaccionaron e intentaron cerrar las puertas, pero ya los demás indígenas estaban en posiciones, casi de combate cuerpo a cuerpo, para impedir que se llevara a cabo esa acción. Hubo un intenso forcejeo entre el personal de seguridad y los atacantes, hasta que los empleados fueron reducidos por los indígenas, que tenían en sus manos objetos contundentes como palos y bastones de mando. Uno de los vidrios fue violentado y vandalizado.
Eran la 1:40 p. m. del viernes 29 de septiembre cuando Revista SEMANA fue agredida por una turba llena de odio e impulsada por mensajes de estigmatización a la prensa libre que vienen, en muchos casos, de extremas orillas políticas.
Uno de los guardas de seguridad resultó herido tras el ataque de más de 50 personas, entre quienes había mujeres, hombres jóvenes, niños y una mujer que no era miembro de la comunidad indígena, pero tenía cierto poder entre la turba: era ella quien lideraba las tomas videográficas con un celular de gama alta y animaba a los voceros Misak a proferir arengas de odio contra SEMANA y su directora, Vicky Dávila.
Ya con todos los indígenas dentro, vulnerando los torniquetes de seguridad, el personal del medio bloqueó los ascensores porque la intención de los indígenas era llegar hasta la sala de redacción para encarar a los periodistas.
“Abajo los medios de comunicación paramilitares de Colombia”, se escuchó decir a uno de los líderes que se paró encima de los torniquetes para pronunciar su discurso. Mientras todo ocurría, la enigmática mujer continuaba con la grabación, minuto a minuto del hecho, y celebraba las arengas en contra de la prensa y a favor del presidente Gustavo Petro.
No es la primera vez que los Misak protagonizan un acto de vandalismo de este calibre: en Cali y Popayán derribaron las estatuas de Sebastián de Belalcázar y en una ocasión quisieron irrumpir en el Congreso.
Gracias a la solidaria acción de la Policía Nacional y de la Fiscalía General de la Nación, este acto vandálico e intimidatorio no resultó con más personas lesionadas, pero sí dejó claro la vulnerabilidad de la prensa ante un escenario de agitación social, donde los discursos de odio son protagonistas e incitan a atacar a quienes se atrevan a cuestionar y no ser parte del comité de aplausos.