El recrudecimiento de las acciones de las Farc en los últimos días es un hecho. En Bogotá y las grandes ciudades los políticos discuten si se trata de otra razón para romper el proceso de paz en La Habana o de un motivo que ratifica la urgencia de lograr un final negociado del conflicto armado. Mientras tanto, las principales víctimas están en esa otra Colombia, marginal y olvidada, donde la guerra es la realidad cotidiana. Lo denunció la Defensoría del Pueblo y lo reconoció el gobierno. El defensor llamó a las autoridades a proteger a los civiles de lo que llamó una escalada guerrillera en una decena de departamentos. El domingo 13 de octubre en la noche, un consejo de seguridad convocado especialmente se ocupó de lo que el presidente Santos calificó como un “incremento en las acciones terroristas de las Farc”. En los primeros 15 días de octubre se registraron al menos unas 25 acciones de las Farc en nueve departamentos, muchas de las cuales pasaron desapercibidas para mucha gente por haber ocurrido en zonas apartadas o no tener la ‘intensidad’ suficiente para calificar en las noticias de la noche.Tumaco y cuatro municipios cercanos llevaban días sin luz, al cierre de esta edición, por la destrucción de varias torres de energía en Nariño. Los oleoductos en Putumayo, Arauca y Norte de Santander fueron volados en reiteradas ocasiones y el gasoducto binacional en La Guajira sufrió un atentado cerca de la frontera. Hubo torres voladas en Matanzas, Antioquia; en Dibulla, La Guajira y varios otros lugares, además de una subestación eléctrica en El Paujil, Caquetá, que dejó varios municipios de este departamento sin luz. Buena parte del Atrato chocoano estuvo paralizada varios días por una amenaza de paro armado y se interrumpieron el tráfico fluvial y el de carretera de Quibdó a Medellín y Pereira. Hubo hostigamientos contra una estación rural de Policía en Tibú, Norte de Santander; contra la de Las Mercedes, en Sardinata, que dejó una profesora herida, y contra la de Murindó, Chocó. La de Fortul sufrió varios hostigamientos y, el 10 de octubre, se reportó la muerte de cuatro soldados en un ataque en Arauquita, cerca de la frontera. Se lanzaron granadas contra la estación de Bellavista, en Bojayá, Chocó (mientras el pueblo estaba sin luz por un atentado) y la de San Andrés de Cuerquia, Antioquia, donde dos civiles y un policía resultaron heridos. En Solano, Caquetá, el comandante de la estación murió y dos policías fueron heridos, cuando les dispararon en un restaurante.El 13, el tren del Cerrejón fue objeto de un atentado que descarriló 43 vagones. El 11, dos vehículos fueron incendiados en la vía de Quibdó a Istmina. Al día siguiente, fue quemada una avioneta en la pista de Vigía del Fuerte, Antioquia. Un bus fue incendiado en San Juan de Arama, Meta. Otro, fue atacado a tiros en Valdivia, Antioquia, el 16, y un camión, atravesado en la vía, bloqueó la troncal de Medellín a la Costa. En la madrugada del 16, un carrobomba sacudió la carretera Panamericana cerca de Santander de Quilichao, en Cauca, y dejó nueve heridos y varias viviendas averiadas. En Arauca hubo bloqueos en dos vías, robo de maquinaria petrolera y explotó un artefacto en Tame que mató un policía e hirió a dos. En Pisba, Boyacá, un niño de 13 años murió al pisar un artefacto explosivo.Todos estos hechos han sido atribuidos por las autoridades a las Farc. Así, mientras el presidente anunciaba la creación de un comando conjunto, dos nuevas fuerzas de tarea y dos batallones de fuerzas especiales para atacar a los bloques Oriental y Sur y perseguir a sus jefes, las Farc han respondido con esta escalada. Típico pulso entre las partes, que negocian en medio de las hostilidades.Este tipo de accionar deja muchas víctimas civiles, como lo manifestó el defensor, y, de paso, da munición a los opositores al proceso de negociaciones con las Farc. El expresidente Álvaro Uribe reproduce en su Twitter cada uno de estos atentados con un sarcástico “bienvenidos al pasado”, recordando los tiempos de las pescas milagrosas y los ataques a poblaciones. Para sus partidarios se trata de hechos que ratifican la necesidad de romper las negociaciones; para el gobierno y los defensores del proceso son, por el contrario, evidencia de que hay que poner fin a la confrontación cuanto antes. Toda una muestra de que no solo la paz, sino la seguridad, será parte central del debate electoral. Aunque no se refiere a las acciones de este mes, un reciente estudio de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), que compara la actividad de las Farc en los años inmediatamente anteriores a las negociaciones de Tlaxcala (1991), el Caguán (2002) y la actual (2012), arroja resultados relevantes no solo para ese debate sino para la propia negociación. La FIP divide las acciones de las Farc en tres categorías: acciones que demandan alto esfuerzo militar, como ataques a poblaciones y bases militares; mediano esfuerzo, como hostigamientos y emboscadas y bajo esfuerzo militar, como ataques contra la infraestructura y la detonación de explosivos. Los datos muestran que esas guerrillas están en su punto históricamente más bajo en acciones de alto esfuerzo militar, las cuales han desaparecido casi por completo. Y que recurren como nunca en los 25 años anteriores a un accionar que demanda poco esfuerzo militar, como poner explosivos, quemar vehículos, volar torres u oleoductos, lanzar una granada contra una estación o disparar contra un policía en un restaurante. Según la FIP, este tipo de actos constituyó en 2012 el 60 por ciento de la actividad ‘militar’ de las Farc (el resto son acciones de ‘esfuerzo medio’). Además, esas acciones se han concentrado en zonas periféricas del país, lejos de los centros de poder y las ciudades intermedias. La tendencia que muestra la FIP hasta 2012 es aplicable a las acciones de este mes: basta repasar el listado y la geografía de lo que han hecho las Farc en octubre para ver que sigue el patrón: se trata de acciones de ‘baja intensidad’, casi todas en zonas periféricas. Justo las acciones más fáciles de ejecutar y más difíciles de contrarrestar, las que hasta un grupo mucho más pequeño que las Farc puede hacer, y por largo tiempo. Y justo en esa otra Colombia marginal donde las víctimas son casi siempre los civiles. Dos elementos que los partidarios de continuar este tipo de guerra, casi todos a salvo de ella en las ciudades, parecen olvidar.