Entre todas las palabras que han definido a Gustavo Petro, en todas las épocas y facetas de su vida, hay una que lo ha acompañado siempre, hasta en días de gloria y alegría, y noches de tristeza y soledad.

La descubrió en Ciénaga de Oro, en Córdoba, y ha comprobado su significado por Zipaquirá, en el norte de Cundinamarca, en montes de El Socorro, por Santander, e incluso en Bogotá, donde creció hasta la adolescencia y adonde volvió tras muchos años de sentirse perseguido, para cumplir el sueño que viene alimentando desde que aprendió a leer y escribir: partir en dos la historia, que al país de su ídolo Gabriel García Márquez, le han obligado a escribir en lo que lleva de historia.

Esa palabra es “miedo”, cuyos alcances Petro conoce a la perfección, curtido en sentirla, también en hacerla sentir. Cinco letras que todos los seres humanos empiezan a conocer desde que nacen, y no paran de pronunciarla, así sea en el silencioso ruido de la mente, hasta el momento en que, seguramente, desaparece para poder mirar –sin miedo– los ojos de la muerte. A todos les llega ese momento, incluidas todas las especies del reino animal.

“En el Canadiense el afecto me salvó”, escribió Gustavo Petro sobre su colegio. Aprendió a leer con la cartilla Nacho. Aquí, Gustavo tenía 8 años.

Hoy, no se intimida ante el acecho de esa palabra, con la tranquilidad de un torero, obligado a vencerla cada tarde, para burlar las embestidas de la muerte. Gustavo Petro también la siente, es humano.

La sabe vencer en silencio, como tantas veces y en tantos ruedos de la vida, sobre todo en la arena política, donde en teoría no debería haber miedo a la hora de luchar por principios e ideales, pero en Colombia es el ruedo donde más cunde el miedo, y donde más sangre se ha derramado.

Silencioso y reflexivo siempre, desde niño, Petro, seguramente, se acostó tranquilo el domingo, cuando el preconteo de la primera vuelta de las elecciones presidenciales solo le aseguró lo que el país sabía, desde hace cuatro años, cuando se convirtió en el primer dirigente en representar a la izquierda colombiana en superar los ocho millones de votos.

Cifra más que suficiente para llegar a la Presidencia, pero que ese año superó en dos millones el bogotano Iván Duque, con poca experiencia, 16 años menor que él, y cuyo único triunfo electoral había sido ser el séptimo renglón de una lista cerrada, jalonada por Álvaro Uribe, el único presidente en ganar en primera vuelta, y dos veces consecutivas (2002 y 2006).

Uribe, también con cinco letras, fue la palabra que subrayó Petro para definir esa especie de “enemigo interno”, que definió para pavimentar su camino a la Presidencia. Lo han hecho muchos líderes políticos en la historia de la humanidad. Casi todos, los que mejor han desarrollado la capacidad de congregar, aglutinar y moldear multitudes, con discursos que alimentan la esperanza, cuando el miedo es tácito, como para mencionarlo.

El miedo no intimida a Petro, ahora, cuando los diarios del lunes le recordaron que está a solo tres semanas de hacer historia, de conseguir los millones de votos que necesita para repetir el triunfo en la segunda vuelta, y convertirse en el primer colombiano que, tras haber empuñado las armas como guerrillero, llega a la Presidencia del país.

Miedo, puede que lo sientan los millones de colombianos que también ven cerca ese momento, tantas veces prometido y soñado, el que siempre han creído que nunca dejarán llegar, aquellos que siempre han gobernado, los que nacieron en una cuna de oro.

Miedo a un fraude, peor aún, a que el mesías termine en mártir, como Jesucristo en la cruz, aun cuando en Colombia se supone que se dejó de matar por color político, como la historia dice que pasó con Gaitán en 1948, y Galán en 1989.

Incluso, el primer colombiano que apostó por la Presidencia, tras renunciar a las armas, Carlos Pizarro, último comandante del Movimiento 19 de Abril, fue asesinado a tiros en un avión, en 1990, solo días después de haber entregado su arma, tras haber jurado nunca más volver a empuñarla.

Con miedo también, disimulado en incertidumbre, amaneció la otra mitad de los colombianos, en el lunes festivo más polarizado que el país recuerde. Se los genera imaginar la banda presidencial, cruzada en el pecho del hombre al que jamás verán como redentor.

Petro estudió el bachillerato en el San Juan Bautista de La Salle, donde muchos años antes había estudiado también Gabriel García Márquez.

El río

De las primeras veces que Petro conoció la cara del miedo fue el día de su primer baño en el río, según recuerda el propio candidato en su autobiografía Una vida, muchas vidas, publicada el año pasado.

Un caño donde, se decía, habían muerto algunas personas ahogadas, cercano a la Ciénaga de Oro, en Córdoba, que dio nombre al pueblo en el que nació el 19 de abril de 1960, y cerca de la parroquia donde, nueve meses después, fue bautizado con el nombre de Gustavo Francisco, el mayor de los tres hijos del matrimonio entre el profesor Gustavo Ramiro Petro Sierra, oriundo de San Pelayo, y Clara Nubia Urrego Duarte, nacida en Gachetá, Cundinamarca.

“Sin poder precisar cuándo ni cómo”, confesó Petro en lo que podrían ser sus memorias en vida, sintió la “frescura fría” de esas aguas, que parecían peligrosas, “estrellarse” contra su piel. Desde entonces, pasó largos ratos en las piraguas de madera de un solo tronco, que solían navegar por el río. Sentado, hablando de la vida. En su biografía, Petro nunca mencionó con quién lo hacía, aquellos días de vacaciones de sus años infantiles.

A mediados del siglo XIX, los Petro migraron desde Savonia, en el norte de Italia, a tierras del Sinú, según averiguaciones recientes del propio político. El apellido viene de Liguria, una de las 20 regiones que conforman la geografía, en forma de bota, de la república italiana. “Al parecer de una familia noble del siglo X”, escribió. Las cinco letras del apellido Petro se instalaron en las actas de nacimiento de las parroquias entre San Pelayo y Cereté, y de allí no se movieron sino hasta medio siglo después.

Gustavo Ramiro y Clara Nubia habían llegado a Bogotá, cada uno por su lado y por su cuenta, desde tierras de Córdoba y la región del Guavio, respectivamente. Eran años del advenimiento del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, luego de haberse doctorado en jurisprudencia en la Universidad de Roma. El mejor alumno del periodista y secretario del partido socialista Avanti, Enrico Ferri, dicen sus biógrafos, se fijó en la forma en que el militar Benito Mussolini “excitaba y organizaba al pueblo”.

Cuando fue alcalde de Bogotá (1936-1937), Gaitán alternó decisiones de cariz populista con otras más autoritarias, para la época. Su intento por establecer comedores escolares le valieron los aplausos del respetable, pero la prohibición que impuso al uso de ruanas y alpargatas, y el uniforme que obligó a llevar a los taxistas, provocaron el paro y el bloqueo de la principal vía de la capital, que condujo a su salida del cargo.

Esa fue la ciudad a donde arribaron los padres de Gustavo Petro. Se enamoraron y decidieron unir sus vidas tras coincidir un día en la casa de Fernando Hinestrosa, rector de la Universidad Externado por medio siglo, en Las Cruces, céntrico barrio popular, de tradición obrera, plazas de mercado, que en aquellos años fue destino de estudiantes universitarios, y en el que hoy no sobra encomendarse con la señal de la cruz antes de cruzarlo.

Las Cruces también fue el barrio adonde llegó, desde Cereté, el primer Petro en ser considerado ídolo popular en la historia del país. El músico Noel Petro revolucionó el género tropical, un par de décadas después del asesinato de Gaitán, cuando incorporó el requinto eléctrico, instrumento que sonaba más a rock and roll que a cumbia o vallenato.

En su libro, Gustavo Petro apenas recuerda al primo de su padre como “protagonista de una historia de amor confusa” con la cantante Claudia de Colombia, la primera del país en presentarse en el Madison Square Garden de Nueva York, quien toda su vida negó esa presunta relación.

Nunca lo mencionó por el nombre que de verdad lo hizo famoso, “el Burro Mocho”, con el que se llenaban teatros y plazas de toros donde se anunciaba, único torero en el mundo que daba conciertos antes de vestirse de luces, como lo hizo decenas de veces en la Santamaría en los años 80, y en los que siempre enviaba un recado a su casa desde la “nevera” de Bogotá: “mamá, estoy triunfando, mándame pa’l pasaje”.

El que años después superaría a Noel como el Petro más googleado en la historia de Colombia, en cambio, creció como gitano, en los barrios Fontibón, Santa Fe, Chapinero y Los Alcázares, donde Gustavo puso la palabra miedo en boca de su madre.

En Zipaquirá compartía tiempo entrañable en familia. En la foto, Gustavo Petro, Clara Urrego (madre), Juan Fernando Petro, Adriana Petro y Gustavo Petro Sierra (padre).

El grito

Acostumbrado a que lo recogiera todos los días en el colegio San Felipe Neri, un día, al verla en la acera de enfrente, Gustavo cruzó la calle a saludarla, y aunque recuerda haber tenido la prudencia de mirar a lado y lado, la hizo gritar de pánico cuando se vio en el piso, con el mundo patas arriba, tras ser atropellado por la ancha trompa de un Plymouth 64. El conductor los llevó a un hospital cercano, donde al niño apenas lo atendieron de una lesión en la clavícula.

La forma con que Clara Nubia venció el miedo fue sacándolo de ese colegio, donde Gustavo alguna vez sintió temor de ir a clase, o por lo menos “incomodidad”, según sus palabras. Lo trataban mal, confesó. A una profesora la describió como “violenta y autoritaria”, aunque nunca la llamó por su nombre.

Petro dice haber sanado en el Gimnasio Canadiense, donde dijo aquello de “el afecto me salvó”. Gracias a la cartilla Nacho, se enamoró para siempre de la lectura, hábito que siempre destaca a la hora de explicar sus amplios conocimientos en historia universal y de Colombia, geografía nacional y mundial, que lo condujeron a las que siempre ha calificado como su “fuerte”, su especialidad.

Las matemáticas. Sus tempranas habilidades para sumar y restar multiplicaron la capacidad de su pensamiento analítico, admirado por todo aquel que escucha su diagnóstico del país, pero descalificado por “calculador”, palabra a la que recurren muchos de los que fueron el domingo a las urnas, y marcaron la cruz en el tarjetón con el cálculo de votar contra Petro en primera vuelta, de una vez, sin esperar a la segunda. Lo suyo con las matemáticas primero fue pasión, luego vocación, cuando estudió Economía en el Externado, diploma que recibió de manos del doctor Hinestrosa, el que había propiciado que sus padres se conocieran.

“En el Canadiense el afecto me salvó”, escribió Gustavo Petro sobre su colegio. Aprendió a leer con la cartilla Nacho. Aquí, Gustavo tenía 8 años.

El fraude

La alegría que supuso para Gustavo el día de su cumpleaños número 10, se volvió angustia y miedo en la noche. La tarde del 19 de abril de 1970, después de la torta, la había dedicado a sumar y restar los resultados de las elecciones que ese día dividieron al país entre el general Gustavo Rojas Pinilla y el conservador Misael Pastrana Borrero.

Los Petro Urrego ya vivían en Zipaquirá, a donde el padre había sido trasladado a la dirección de una Normal para varones. Se instalaron en el barrio La Esmeralda, que reunía a la clase obrera del municipio, en una casa que daba frente al “horrible” matadero donde se sacrificaba el ganado del valle de Ubaté.

Todos sus cálculos, clasificados departamento por departamento en su cuaderno, le daban la Presidencia a Rojas, a las 6 de la tarde, cuando las diez velitas del cumpleaños tuvieron que volver a encenderse, pero por el toque de queda impuesto, y que apagó la frecuencia de Radio Todelar, emisora en la que Gustavo Petro atendía el avance de los escrutinios.

En la noche, a oscuras y en silencio, Petro dijo haber visto, desde la ventana de su cuarto, varios carros militares con lámparas enormes para alumbrar las aceras. El lunes siguiente creyó haber madrugado cuando abrió el cuaderno para seguir sumando nuevos boletines, pero supo que se había levantado tarde, cuando al prender la radio, el locutor pronunció Misael Pastrana Borrero como el nombre del nuevo presidente. Gustavo vio la tristeza derramarse de los ojos de Gustavo Ramiro y Clara Nubia.

Gustavo Petro y Verónica Alcocer se casaron pocos meses después de conocerse. “Que bonitos ojos”, fue el primer piropo que le dijo.

El cambio

Petro, estudiante de bachillerato del colegio nacional San Juan Bautista de La Salle, mismo instituto público donde se graduó Gabo, empezó a sembrar temor entre los curas del colegio, al ver al más aplicado de sus alumnos, el más callado, el fundador del club cultural García Márquez, al frente de las protestas juveniles.

Tras recibirse en Economía, y cuando era concejal en Zipaquirá, Petro fue detenido junto a algunas mujeres en el barrio Bolívar 83, perseguido por el Ejército, “por revolucionario”. Le robaron una pulsera bañada en oro, que su novia de entonces le había regalado, tras haberle anunciado que estaba embarazada.

Miedo debió surgirle a Petro, con 26 años, la primera vez que conoció el significado de la palabra tortura, en aquel calabozo donde fue recluido en Zipa, donde también conoció el método chino, cuando fue dejado durante horas debajo de una gota de agua que caía permanentemente en su cabeza.

En la Escuela de Caballería, en Bogotá, fue obligado a dormir debajo de las patas de los caballos, sin comida ni frazada. También conoció los golpes de culata de los fusiles militares, y hasta la corriente de los choques eléctricos en su pecho. Dijo que nunca se amilanó.

Privado de la libertad, Petro se enteró de la toma que el M-19 hizo al Palacio de Justicia, en la Plaza de Bolívar de Bogotá, operativo comandado por Andrés Almarales, que inspiró su lucha, una vez fue absuelto por una corte marcial, antes de tomar el camino de la clandestinidad, cerca de El Socorro, en Santander, tierra donde dos siglos atrás se encendió la mecha de la revolución comunera.

Ansiedad

La Constitución del 91 permitió que Gustavo Petro volviera a la legalidad, pero no le quitó la sensación de sentirse perseguido.

Miedo tuvo que sentir cada vez que salía de casa, en años donde a diario se repetían asesinatos a dirigentes políticos de la Unión Patriótica, y el partido Alianza Democrática M-19.

El presidente Ernesto Samper lo nombró en el consulado de Colombia en Bruselas, Bélgica, donde la única mujer que apareció en el tarjetón del domingo, como aspirante a la Presidencia, reveló haberlo visto con miedo a vivir. Petro, en ese mismo debate de SEMANA y ‘El Tiempo’, negó haber caído alguna vez enfermo por depresión.

Gustavo quiere a Nicolás, el hijo de Verónica, como suyo y lo mismo siente ella por los hijos de él. Su hija Andrea lo hizo abuelo con dos pequeñas niñas que viven en Europa.

Temor a Petro

Miedo. Auténtico pavor fue lo que Petro provocó en la clase política, durante el primer gobierno de Álvaro Uribe. En mayo de 2005, se consagró en la Cámara de Representantes, con un debate en que destapó las relaciones de un bloque paramilitar con un senador, dos representantes y un gobernador del departamento de Sucre.

Las revelaciones las recogió Clara López Obregón, del Polo Democrático, en una denuncia ante la Corte Suprema de Justicia que destapó el proceso de la parapolítica. Las investigaciones confirmaron lo que el jefe paramilitar Salvatore Mancuso dijo en el propio Capitolio, que las autodefensas tenían más del 30 % de las curules del Congreso.

Miedo debieron sentir en el cuerpo Gustavo Ramiro y Clara Nubia, por la vida de su hijo, cuando decenas de congresistas iban siendo capturados. Juan Fernando y Adriana, también, por la suerte de su hermano. Qué decir de Nicolás, Andrés Gustavo, Andrea, Sofía y Antonella, sus hijos; también Katia y Mary Luz, sus primeras esposas, y más aún Verónica, la mujer con la Gustavo Petro sueña cambiar el rumbo del país.

Gustavo Petro en la sala de su casa, muy orgulloso de su bebé Antonella. Hoy es una bella adolescente de 14 años.

El jefe

A Petro le temieron todos, políticos y empresarios, incluso los de su propio partido de aquel entonces, el Polo Democrático.

El alcalde Samuel Moreno y el senador Iván Moreno, por ejemplo, al oír sus denuncias que los mandó a la cárcel, por corrupción.

Dirigentes como Carlos Gaviria Díaz, Antonio Navarro Wolff, Jorge Robledo o Daniel García Peña, que muchas veces lo acompañaron en tarima, sintieron miedo, también decepción, por la forma en que Petro fracturó el partido, y por las decisiones que adoptó en la única oportunidad que ha tenido para gobernar.

García Peña, comisionado de Paz en 1995, y su amigo desde los días del M-19, le escribió en su carta de renuncia: “Gustavo, un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”.

Ríos de tintas han corrido para calificar su paso por la Alcaldía de Bogotá. Algunos de los que trabajaron a diario, silenciosos en su despacho, en el área de protocolo, como lo han hecho con muchos huéspedes del Palacio de Liévano, no le recuerdan un saludo de mano, y perdieron la cuenta de los eventos que empezaron tarde por su impuntualidad.

Un célebre consejo de su gabinete, en un día de tormenta, comenzó pasadas las 9:00 de la noche, pese a que los secretarios habían pasado media mañana en un trancón, para cumplir con la cita, convocada para las 2:00 de la tarde.

Petro recordará que ese día hubo mucho silencio, en contraste al volumen elevado con que hablaba a sus subalternos, cuando las encuestas no lo favorecían, aquella época en que todos los jueves se asomaba al balcón, después de la jornada de conciertos en la plaza de Bolívar, para agitar a una multitud que siempre culminaba con el grito de “no pasarán”, luego de un fallo con el que el procurador Alejandro Ordóñez quiso sacarlo del camino por 15 años.

Gustavo quiere a Nicolás, el hijo de Verónica, como suyo y lo mismo siente ella por los hijos de él. Su hija Andrea lo hizo abuelo con dos pequeñas niñas que viven en Europa.

El dolor

Que Petro no tenga miedo ahora, a poco de conquistar el mayor objetivo de su vida personal, puede ser natural para una persona que ha sabido todos los significados de esa palabra de cinco letras.

Hoy, cuando las personas con las que camina a diario por todo el país lo describen con las palabras “tranquilo, sereno, silencioso, reflexivo y caballeroso”, otros sentimientos son los que afligen a Petro, antes que el miedo: el dolor de la deslealtad, la que dice haber sufrido por haber creído en la palabra.

Vida y amor, ambas de cuatro letras, son ahora sus palabras, con las que quiere gobernar los próximos cuatro años, y para todos los colombianos, según se compromete.