Cinco minutos después de haber explotado la bomba en el baño de mujeres del Andino el sábado anterior, “los mismos de siempre”, casi felices porque hubiera sucedido el hecho, comenzaron a hacerle eco al terror a través de las redes sociales, señalando irresponsablemente y aprovechándose del momento para pescar en río revuelto. Los elenos, los primeros en ser acusados, no tardaron en negar en sus propias redes cualquier vínculo con el acto (si efectivamente ellos no fueron, esta inusual velocidad de respuesta podría entenderse como un deseo real por un acuerdo de paz). Minutos después el ministro del Interior afirmó: “No hay que descartar ninguna hipótesis sobre la posibilidad de que los autores sean el ELN, el Clan del Golfo o alguna banda criminal”. El mensaje era claro: no solo a los guerrilleros hay que graduarlos de terroristas. Sin embargo al parecer ya era tarde: la mecha en las redes ya había explotado, acusando cada vez con más vehemencia al gobierno de Santos por ser “complaciente con los terroristas” y desviando la atención real: el acto criminal fue desplazado en las redes por el oportunismo político.Le sugerimos: ‘Unámonos por la vida, dejemos el odio’: Francisco de RouxLas redes sociales se han convertido en la herramienta perfecta del terrorismo. Facebook cuenta con más de cien millones de perfiles falsos. Solo en EE. UU., el 25% de los usuarios ha ocultado su verdadera identidad. Sin embargo, el fuego en las redes no proviene solo de personas anónimas que se esconden detrás de nombres falsos. La mayoría de las veces, de hecho, son personas que conocemos y se dejan arrastrar fácilmente por odios ajenos, particularmente políticos y/o religiosos. La red social es un instrumento propagandístico por su inmediatez, pero también porque es gratis, libre, legal y, especialmente, fácil: no necesita de un lenguaje especial para expandirse. Por el contrario, entre más coloquialmente sea escrito el mensaje, incluso entre más banal lo parezca, más rápido cumple su cometido. En este sentido las redes no son solo un arma de propaganda, sino también de adoctrinamiento. Logra reclutar a miles de personas que rápidamente reclutan a otras miles.Puede interesarle: MRP: Los desconocidos sospechosos del ataque al Andino“Los terroristas han sabido aprovechar las oportunidades que brindan las tecnologías para su propio beneficio, pero también han sabido obtener ventajas de las lagunas y vacíos de seguridad que existen en torno a las tecnologías de la comunicación”, afirma la española Irene Rodríguez Ortega, experta en el tema, quien también escribió: “Uno de los grupos terroristas que mejor ha sabido explotar las nuevas tecnologías y las redes sociales ha sido el Estado Islámico, cuyos principales canales de difusión son Facebook, Twitter y Youtube. A través de ellos, muestra la violencia de sus acciones como una herramienta de captación y radicalización per se. La violencia deja entonces de ser un medio para conseguir algo y se convierte en un fin en sí mismo. Para poder comprender su alcance o nivel de actividad en las redes, actualmente se calcula que existen cerca de 46.000 cuentas en Twitter asociadas con el EI, llegando a escribir más de 40.000 tuits en una sola jornada”. Como quien dice, bombardean en tiempo real y en tiempo virtual.Puede leer: Pilar Molano, un milagro en medio del terrorismoEn Colombia, sin embargo, no son los grupos guerrilleros ni “los sospechosos de siempre” quienes han dado un mayor uso a este instrumento del terrorismo. El odio en el país es cada vez más insensato y son cada vez más las personas que se aprovechan de las emociones de otros para sacar beneficio propio. Podría decirse que se trata de terroristas que se aprovechan del terrorismo para crear un nuevo terror. En fin, parásitos de la violencia. Fue lo que sucedió el sábado al final de la tarde: cientos de pescadores de votos bombardearon al país con su odio. Un odio, por demás, fingido, como suelen ser los odios políticos, que atizan hogueras entre personas que no se conocen para lograr el beneficio único del poder, tal cual sucedió en Ruanda entre los Tutsis y los Hutus, dos etnias que se mataban sin saber siquiera porqué lo hacían, salvo porque alguna vez, a finales de los sesenta, los belgas, en su afán colonizador, los azuzaron para odiarse y masacrarse. Así estamos los colombianos, y eso fue lo que pasó el sábado: en lugar de unirnos como país para hacer un frente único contra el terrorismo, nos dividimos y atacamos cada uno por su lado no a los terroristas reales, sino a estos otros terroristas que nos incitan a odiar para quedarse con la marrana del poder, que al parecer es lo único que importa.Consulte: ¿Quiénes estarían detrás del ataque terrorista del Andino?Con razón el publicista Carlos Duque corrió a escribir en sus redes tan pronto advirtió lo que pasaba: “Explota un petardo mortal en un baño y se revientan las cañerías de la estupidez en las redes”. Pirry, quien se encontraba en el lugar de los hechos, fue otro que corrió a hacer un llamado a la sensatez: “Mientras se determina quién y por qué lo hizo, no le hagan juego al terrorismo, no nos peleemos ni odiemos. Pensemos en las victimas”."El objetivo del terrorismo es sembrar miedo y división", salió a decir Santos un par de horas después. ¿Se refería por igual a ambos terroristas, a los que habían puesto la bomba pero también a quienes habían incendiado las redes? Lo cierto es que los colombianos tenemos que estar por encima del odio y esperar los resultados de la investigación. Es claro que no podemos hacerle el juego a los terroristas, pero tampoco a las fuerzas que buscan desestabilizar. De lo contrario, no es el terrorismo lo que va a terminar destruyendo a este país, sino el odio. El odio de todos nosotros contra todos nosotros. No el emocional sino el racional que es el peor de todos los odios, porque tiene un fin premeditado.@sanchezbaute