Sergio Parra ha perdido más de cinco kilos desde mayo, porque cualquier alimento le sabe mal. El pollo, la carne y la papa son insoportables, su sabor es repugnante. Lo que tiene se llama parosmia, una mala conexión entre el gusto y el olfato, y es un síntoma del síndrome de covid prolongado. Aunque en mayo dio positivo para esta enfermedad, jamás tuvo fiebre, dolor de cabeza o de garganta. Solo se enteró de que estaba contagiado porque una prueba PCR dio positivo y 15 días después pensó que estaba libre de ese mal. Sin embargo, como si el SARS-CoV-2 quisiera demostrar que no iba a perder la pelea tan fácil, con la alteración de sus sentidos se quedó.
Como él, Claudio Buitrago, médico, sigue sintiendo los efectos del virus en su organismo. En diciembre de 2020 lo diagnosticaron, y aunque su enfermedad no fue especialmente grave al comienzo, el ahogo, la fiebre y el malestar lo llevaron a la clínica después de una semana. Requirió ventilación mecánica, después hospitalización general y, más adelante, tratamiento ambulatorio en su casa.
Sin embargo, el ahogo seguía, no se recuperaba, no sentía mayor alivio; entonces le ordenaron una tomografía. El resultado fue tromboembolismo pulmonar agudo, es decir, que sus pulmones se llenaron de trombos y estos se fueron a las arterias pulmonares. Era por eso que no podía respirar. “El tromboembolismo es tal vez la principal causa de muerte en complicación de poscovid”, dice con calma el profesional de la salud, que mejoró gracias a anticoagulantes. Muchos pacientes, como él, también sufren fibrosis cuando se producen cicatrices en el tejido de los órganos respiratorios y no sobreviven.
Diez meses después de su diagnóstico y tras superar una profunda crisis que casi lo lleva a la muerte por cuenta de la covid-19, va a terapia de rehabilitación pulmonar dos veces a la semana y todavía no recupera su capacidad anterior. Se cansa al subir escaleras, ya no soporta periodos largos en su bicicleta ni las caminatas con sus hijas. A veces, los recorridos en la clínica en la que trabaja se hacen largos y siente el agotamiento con facilidad.
El síndrome poscovid es una consecuencia del coronavirus, reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), caracterizada por la persistencia o aparición de síntomas nuevos de la enfermedad provocada por el SARS-CoV-2. Como pasa en los casos de Sergio y Claudio, y de miles más, las manifestaciones son variadas y no dependen de la gravedad que alcanzó la enfermedad cuando el paciente la tuvo ni de cuántos anticuerpos desarrolló su organismo.
De acuerdo con la OMS, al menos el 10 por ciento de las personas experimentan síntomas. En Colombia se han detectado más de 4,8 millones de casos, que significarían por lo menos 482.000 pacientes con el síndrome, incluyendo niños y niñas. No obstante, dado que el síndrome puede aparecer en personas asintomáticas no diagnosticadas también, el número sería aún mayor. El doctor Juan Manuel Anaya, fundador de la primera unidad poscovid del país, en la Clínica de Occidente de Bogotá, explica que en ocasiones recibe pacientes con síntomas acordes con la covid prolongada y con exámenes de laboratorio, su equipo descubre que la persona tuvo el virus sin saberlo.
Los daños del virus en el cuerpo no son del todo claros, pero la experiencia ha dejado ver que sus afectaciones pueden aparecer en todo el cuerpo. Anaya explica que el síndrome se compone de cuatro componentes principales: musculoesquelético, respiratorio, digestivo y neurológico, aunque también pueden aparecer los compromisos cardíacos, renales y vasculares, entre otros.
El dolor de cabeza, la pérdida del gusto, el olfato y la memoria, y hasta los problemas psiquiátricos, pueden ser síntomas del síndrome, tanto entre quienes casi mueren en una unidad de cuidados intensivos como en los que apenas experimentaron una tos leve. Si bien la OMS dice que el poscovid se puede diagnosticar después de tres meses, para Anaya luego de cuatro semanas es posible decir que una persona está teniendo síntomas del síndrome. Para él, la discusión es importante porque implica el inicio de un tratamiento oportuno y menos tiempo de incertidumbre.
Algunas de estas afectaciones solo necesitan tiempo para pasar. Nadie tiene claro por qué algunas aparecen y se van de repente, pero dada la supuesta levedad, no parecen merecer un tratamiento adicional, como pasa con quienes pierden el gusto o el olfato. Contrario es lo que sucede con pacientes que ahora requieren consultas especializadas con cierta urgencia para recuperarse. Son ese tipo de atenciones las que el sistema de salud no tenía presupuestadas en la vida prepandemia.
Justamente el Ministerio de Salud alista un decálogo para el sistema en los próximos meses, que definirá la agenda poscovid de país. Entre otras cosas, el plan incluye encuestas desarrolladas por el Dane, que se realizarán el próximo año, para determinar el estado de salud de la población, incluyendo los síntomas prolongados o nuevos a causa del SARS-CoV-2. El Gobierno es consciente de que se necesitarán clínicas de atención integral e interdisciplinarias, en las que estén reunidas distintas especialidades médicas, de enfermería, psicología, salud mental, infectología y medicina interna.
Aunque las EPS tienen que responder por la atención de todas las dolencias y afectaciones del poscovid, en definitiva significan un gasto que no estaba presupuestado. Elisa Torrenegra, directora ejecutiva de Gestarsalud, gremio de las EPS del régimen subsidiado, piensa que es urgente que existan recursos dirigidos a esa diferencia entre los valores de las atenciones prepandémicas y las que surgieron con el síndrome poscovid. “Creemos que solo en cinco meses, entre enero y mayo de este año, se usó el 83 por ciento de todos los recursos para atención de la pandemia gastados en 2020. Nada más eso es un tema de alarma”, dice.
Torrenegra opina que se debe evaluar cuáles son los servicios secundarios a la covid-19 que se volvieron permanentes en poblaciones específicas, para hacer un ajuste real del costo de la atención por persona (unidad de pago por capitación). Con esto, incluye también a los tantos pacientes que dejaron de lado sus patologías previas a la pandemia y ahora requieren mayor atención.
“El ministerio y el Gobierno han asumido gran parte de la pandemia, con el manejo de uci en los pacientes con los síntomas tradicionales de covid, pero lo que ha llegado después de ello lo estamos asumiendo nosotros y eso no estaba planeado”, explica la directora del gremio, quien aclara que las EPS están documentando cuidadosamente la experiencia diaria con sus pacientes para después acercarse al Gobierno nacional y justificar una solicitud de aumento del presupuesto.
En ese sentido, los gremios están trabajando de la mano y acercándose al Ministerio de Salud para charlar sobre la covid-19 y el síndrome de covid prolongado. Gustavo Morales, presidente de Acemi, gremio de las EPS del régimen contributivo, sostiene que los pacientes con síntomas poscovid están recibiendo la atención que requieren, en gran medida porque no se trata de afectaciones extrañas y no parece haber tratamientos distintos para estas.
“Lo que ha de calcular el ministerio, incluyendo a todos los actores del sector, es la frecuencia de esas dolencias y esto va a implicar una consideración en el cálculo de la UPC y en el cálculo del Plan de Beneficios en Salud (PBS)”, responde Morales.
Cuando el virus se convierta en una endemia y deje de ser la mayor preocupación, la atención se posará sobre los miles de pacientes con este síndrome, que afecta su calidad de vida, pero que no se sabe en qué medida ni hasta cuándo. Todo eso deberá calcularlo el Gobierno para definir los presupuestos de 2022, cuando el problema, que ya existe, será aún más notorio y permanente.