Eran alrededor de las 2 de la mañana cuando Andrés Barona decidió tomar un taxi en la Zona T, en la calle 83 con carrera 14, en el norte de Bogotá. Había ingerido algo de licor, pero no lo suficiente como para olvidar lo que sucedía. En realidad pocas veces le ha pasado que no recuerde lo que pasó la noche anterior después de tomarse unos tragos.
Tenía el celular apagado, así que no pudo pedir un carro a través de una aplicación, como habitualmente lo hace. Decidió salir a la calle y alzar la mano al primer carro amarillo que viera pasar. Un taxista lo recogió. Le pidió que lo llevara a altura de la calle 100, unas pocas cuadras de donde se encontraba, solo quería descansar. Pero desde ese momento no se acuerda de más.
Cuando se levantó no vio las paredes blancas de su alcoba, tampoco era su cama. Estaba en una casa, desconocida y había un hombre sentado al borde de la cama en la que estaba acostado al cual nunca había visto en su vida. Él lo miraba fijamente.
Esa persona buscó ser amable y le pedía que se calmara, pero Andrés por alguna razón no confiaba en él. El hombre le preguntó si no se acordaba que habían salido de rumba la noche anterior. Andrés estaba desorientado y solo notó que en su muñeca tenía un brazalete rojo de un bar, elemento que no tenía cuando abordó el taxi en la zona rosa en Bogotá. “¿De qué está hablando? yo no lo conozco”, le dijo.
Las desorientación hizo que buscara salir de ese sitio. Era un cuarto, algo rústico, que evidenciaba que se trataba de un barrio popular. Efectivamente, cuando cruzó la puerta, era de día, como las 9 de la mañana, y las montañas no se veían igual a las que acostumbraba ver. “Pensé que estaba en otra ciudad”, señala.
Varias horas después se dio cuenta de que se trataba del barrio Candelaria La Nueva en Ciudad Bolívar y que ese día había sido víctima del paseo millonario.
En medio de los efectos en su memoria que tenía por la escopolamina que le había suministrado, Andrés buscó una calle y logró hablarle a un taxista que se encontraba parqueado en su vehículo. El hombre que se había mostrado amable lo había perseguido insistiéndole que se calmara, que él lo quería ayudar, pero Andrés no quería, no le inspiraba confianza.
Abordó el taxi, luego de varias súplicas, y le pidió que lo llevara a la calle 100, en donde vive. Así fue, y en medio de recuerdos nebulosos, Andrés buscaba interpretar lo que estaba sucediendo. Sabía que tenía alguna droga en su cuerpo y que no estaba del todo consciente. La memoria a corto plazo le fallaba.
Llegó al edificio donde vive, y allí, además de los efectos de la escopolamina, tenía síntomas de ansiedad, pánico y desespero por no entender todo lo que estaba sucediendo. Al verlo en ese estado, el vigilante del conjunto lo socorrió y le ayudó con el pago de la carrera desde el sur de la ciudad.
Andrés, ya en su casa, empezó a buscar explicaciones de lo que había sucedido. No tenía su celular. La billetera aún estaba con él, pero solo tenía adentro la tarjeta del sistema integrado de transporte de Bogotá (SITP), también contaba con las llaves de su casa. Las tarjetas débito y crédito no estaban, fue cuando se dio cuenta que todo concordaba con un paseo millonario.
Se llevó una sorpresa cuando abrió la aplicación de WhatsApp web y su celular estaba activo. Es decir, que en algún momento de la madrugada de ese domingo los delincuentes habían logrado cargar el teléfono y desbloquearlo para usarlo.
Gracias a que la aplicación servía pudo avisar a sus padres, familiares y amigos de la situación en la que estaba. Sus mensajes aún eran incoherentes y no entendía muy bien qué estaba sucediendo. Andrés vive solo en su apartamento, así que sus familiares no sabían que se encontraba desaparecido.
Rápidamente empezaron a llegar sus familiares y amigos, los primeros en acudir lo llevaron al hospital. Allí, el cuerpo médico confirmó que lo habían drogado con escopolamina, una sustancia que se utiliza comúnmente para este tipo de robos, pero que es bastante peligrosa para el organismo de la víctima, ya que mal dosificada puede derivar en daños mentales o físicos severos, o incluso, la muerte.
Luego de dejarlo esa noche en urgencias para observación, los médicos le dijeron que afortunadamente se encontraba bien de salud y que los síntomas de pérdida de memoria a corto plazo que aún mantenía se irían con el pasar de los días. Le contaron que han visto cómo llegan pacientes víctimas de robo con la misma modalidad pero que sufren daños severos por el resto de su vida. Tenía laceraciones leves en el costado izquierdo además de una cortada. “Nada muy grave, pero era notorio el dolor muy fuerte, solo de un lado”, asegura.
Andrés se fue a su casa y allí se ha podido recuperar. “Tengan mucho cuidado, anoche me monté en un taxi por la zona T y no me acuerdo de más. Amanecí en Ciudad Bolívar sin celular, ni billetera. No paren taxis de la calle, yo ante todo la saqué barata”, escribió en Twitter el pasado lunes en la tarde, aún con síntomas de la escopolamina. Un mensaje que se llenó de solidaridad, más denuncias del mismo modus operandi y casi 2.500 reacciones de apoyo.
Decidió contarle la historia a SEMANA luego de haber recobrado totalmente la memoria y después de haber analizado todo lo que sucedió el pasado fin de semana.
Además de las denuncias que está instaurando ante las autoridades y la Fiscalía, buscará establecer con las entidades bancarías cómo fue que le robaron los 12 millones de pesos que tenía en su cuenta de ahorros. Los ladrones sacaron 2′700.000 pesos en avances de una tarjeta de crédito y con otra hicieron compras por casi 4 millones de pesos en línea.
Pensó que como el monto máximo de retiros era de casi 3 millones de pesos, ese había sido el dinero que le habían robado, pero evidenció que los delincuentes ya tienen la habilidad de vulnerar el sistema de los bancos y que lograron retirar ese monto en diferentes transacciones hasta vaciar la cuenta.
“Lograron sacarme toda la plata dándole vuelta a los límites que tenía cada producto”, dice. “Me dejaron con 500.000 pesos en la cuenta y las tarjetas de crédito todas al cupo máximo”.
A estas alturas no sabe si el taxi que lo devolvió era el mismo que había abordado la noche anterior, si el hombre que intentó ayudarlo realmente le colaboró o hacía parte del plan. Tampoco tiene muy claro otros detalles de lo que sucedió esa noche.
Lo cierto es que cuenta su historia para evidenciar esta problemática que, a pesar de que históricamente se ha registrado, parece que hubiera incrementado en la ciudad en medio de la oleada de inseguridad que se vive en la capital. No es solo su percepción, sino también la de los médicos que lo atendieron que señalaron que recientemente han llegado muchos casos similares.
“Me dijeron en urgencias que están viendo cada vez más los domingos, los lunes, a la gente llegar recién escopolaminada. Parece que está aumentando”, afirma.
Como enseñanza le queda la lección de pedir servicios de transporte más confiables a través de aplicaciones, compartir la ubicación en tiempo real a sus amigos y familiares y estar más prevenido en este tipo de casos.
Afortunadamente Andrés se encuentra bien de salud y es consciente de que lo material se puede recuperar. Pero esta es solo una historia más de un evento que se repite a diario en la capital y con el que decenas de familias sufren y lloran a sus seres queridos, y la que en muchas ocasiones, el final no resulta tan afortunado.