Una tendencia política se extiende por casi todo el mundo y ya tiene una versión colombiana: la simpatía por la derecha. Con notables excepciones como México, están ganando con mayor facilidad los candidatos que profesan credos conservadores en distintas versiones. Algunas modernas y otras abiertamente retardatarias, como la de Donald Trump en Estados Unidos o la de Jair Bolsonaro en Brasil. La victoria de Iván Duque como abanderado del Centro Democrático presenta el síntoma más visible de que el brote conservadurista llegó a Colombia. Sobre todo porque, por primera vez, la segunda vuelta presidencial del 17 de junio se apartó de la costumbre según la cual competían opciones que, en el fondo, eran matices de ideologías similares. Incluso, Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga tenían proyectos parecidos desde el punto de vista ideológico, con diferencias puntuales, pero especialmente exacerbadas por agrias disputas personales y por la polarización que generó el proceso de paz. Pero para un observador desapasionado no representaban visiones distintas del país y del gobierno, a tal punto que varios funcionarios de la era santista habían formado parte de los gabinetes de los tiempos de la seguridad democrática. Empezando por el propio Santos, precisamente ministro de Defensa de un proyecto como el uribista, cuya columna vertebral era la seguridad. Le puede interesar: Nuevo Congreso, el miedo a perder diversidad política no se cumplió La final entre Duque y Gustavo Petro no fue así. En este pulso el país escogió entre dos alternativas realmente distintas y claramente identificables con la derecha y con la izquierda. La victoria de Duque, tutelado por el expresidente Álvaro Uribe, permitió sacar a flote sentimientos y convicciones profundamente arraigados entre los colombianos. Que la segunda vuelta se haya llevado a cabo entre dos alternativas ideológicas claramente marcadas y que haya triunfado el candidato de la derecha legitimó el discurso conservador. Esto, por ejemplo, hizo innecesario maquillarlo para hacerlo viable, como cuando bajo el liderazgo de Misael Pastrana llamaron social conservador al mismo partido tradicional. Los proyectos de ideología progresista no tienen buen recibo en la Casa Blanca de Donald Trump. Lo cierto es que en el debate político se han vuelto rentables los planteamientos de la derecha. Y no solamente por el liderazgo natural del presidente de la república. La conservatización se siente también en la Corte Constitucional, que revisa algunas de sus propias jurisprudencias, en general, para introducirles una visión conservadora. Hace poco estuvo a punto de revisar su propio fallo que permite el aborto en tres casos. Al final, mantuvo la jurisprudencia de 2006, pero el solo hecho de que se hubiera vuelto a debatir demuestra que en ese alto órgano hay un ambiente revisionista sobre fallos en los que dominaba una ideología más liberal.

Trump e Iván Duque llegaron al poder en Estados Unidos y Colombia, tras derrotar a candidatos de izquierda. hay diferencias entre ellos, según las condiciones de cada país, pero convergen en el discurso conservador.  En otros asuntos, como las corridas de toros y las consultas populares sobre proyectos mineros, sus decisiones han tenido una tendencia conservadora y, en todo caso, de sentido opuesto al de los magistrados que conformaron la Corte Constitucional después de su creación en 1991. En otros tiempos, algunas de las posiciones que quiere revisar el presidente Duque –como la que permite decomisar la dosis personal de droga– no habrían tenido eco alguno. Ni qué decir de imponer límites a la tutela como ha planteado la actual administración. Por más argumentos para racionalizar sus alcances, se trata de la hija predilecta de la liberal Constitución de 1991 y, por eso, proponer rectificarla se consideraba políticamente incorrecto y estratégicamente suicida. Hoy está abierta la discusión. Vea también: Izquierda y derecha, las coaliciones se decantan A un gobierno de derecha y una Corte Constitucional conservatizada se suma una opinión pública que también, en algunos temas de fuerte carga ideológica, se muestra reacia a los avances. Las encuestas demuestran que ante asuntos como la legalización de las drogas, los matrimonios igualitarios o la adopción para parejas gais amplios porcentajes se oponen. En la última encuesta de Invamer para SEMANA, Caracol Televisión y Blu Radio, un 67,7 por ciento preferiría volver a castigar el porte de drogas ilícitas; un 66,1 se opone a que se casen las parejas homosexuales; un 78,2 por ciento rechaza que parejas del mismo sexo adopten hijos y un 82 por ciento objeta la legalización de las drogas. Son mayorías amplias en favor de las posiciones conservadoras.

La rentabilidad política del discurso de derecha tiene una dimensión internacional. No es exclusiva de Colombia y, por el contrario, el contexto mundial alimenta esa tendencia en la política interna por varios caminos. Uno, el desprestigio del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y su presencia permanente en la vida cotidiana de los colombianos. Las familias caminantes en busca de mejores condiciones de vida se han convertido en la imagen más clara y conmovedora del fracaso de la revolución bolivariana. Esa percepción contribuye a hacer rentable el discurso contra el castrochavismo y aumenta los temores de que Colombia pueda seguir un curso semejante con un proyecto de izquierda en el poder. El expresidente Uribe ha sabido cómo sacar provecho, pero versiones similares al anticastrochavismo han protagonizado los debates del último ciclo de elecciones en el continente. E incluso en España los representantes de los partidos de izquierda han tenido que moderar sus posiciones o invocar argumentos para convencer de que no proponen “otra Venezuela”. En la competencia política se han vuelto rentables las propuestas de derecha, con excepciones muy contadas. Y está el factor Trump. El extravagante presidente de Estados Unidos no es popular fuera de su país –en especial comparado con su antecesor, Barack Obama–, pero en la realpolitik se sabe que los proyectos de ideología progresista no tienen buen recibo en la Casa Blanca. Trump ha sido permisivo con el norcoreano Kim Yong-un, con quien se va a volver a reunir, y con el ruso Vladimir Putin –sobre todo en la campaña electoral–, pero no parece dispuesto a aceptar veleidades ideológicas en el continente americano. Es su versión de la Doctrina Monroe, que a comienzos del siglo XIX estableció que Washington no permitiría la influencia de poderes extracontinentales en la región. Frente a Venezuela, Trump ha endurecido la actitud, ha impuesto sanciones a personas claves del círculo inmediato de Maduro y hasta ha dejado escapar comentarios favorables a una intervención militar. Para nadie es un secreto que el presidente de Estados Unidos ve con buenos ojos a los gobiernos –o líderes de opinión– dispuestos en la región a acompañarlo en estas controvertidas posturas. Le puede interesar:  ¿Cómo se renueva la política? Y la política exterior de Iván Duque ha girado para buscar una convergencia con Trump, con quien se encontró en Nueva York el mes pasado y a quien recibirá en Colombia a finales de noviembre. Los dos mandatarios comparten el discurso de línea dura hacia Venezuela. El embajador de Colombia ante la Casa Blanca, Francisco Santos, ha hecho las declaraciones más radicales contra Maduro –dejó abierta la puerta al apoyo a una intervención militar– y el propio presidente Duque formuló sus decisiones más drásticas en ese tema después de su encuentro con Trump en Nueva York. Reiteró que no nombrará embajador en Caracas y excluyó a Venezuela del grupo de facilitadores en los eventuales diálogos con el ELN. Colombia también se retiró de Unasur, en forma solitaria y adelantándose a todos los demás países miembros, y fue más duro que sus socios del Grupo de Lima, creado para concertar una postura única frente a Venezuela. Colombia no firmó una declaración, en esa instancia, que rechazaba el uso de la fuerza ante el vecino país. La política exterior ha dado un giro a la derecha tan evidente como el buen recibo que ha tenido entre la opinión pública. Al fin y al cabo, en la última encuesta de Invamer la imagen negativa de Nicolás Maduro alcanza un 97 por ciento. La política de Iván Duque ha dado un giro a la derecha, también, para acercarse a Donald Trump. La derechización del país también tiene que ver con el proceso de paz con las Farc. Aunque cualquier balance es, todavía, prematuro –y tendría elementos positivos palpables como la reducción de la violencia–, las fallas en la puesta en marcha, las atrocidades de las disidencias y la incertidumbre sobre el futuro fortalecen el discurso de mano dura sobre los asuntos de seguridad, tradicionalmente propiedad de la derecha. El proceso de paz se ha desprestigiado tanto que en la encuesta de Invamer subió el porcentaje de quienes dicen que el gobierno no debería dialogar, sino derrotar militarmente a la guerrilla. Alcanzó un 39 por ciento, después de un 28 por ciento en agosto y 20 por ciento en junio pasado. Solo un 28 por ciento cree que el proceso va por buen camino, frente a un 42 por ciento un mes atrás. Le recomendamos:  Las mujeres quieren ser protagonistas en la política El auge del discurso conservador ha generado una respuesta en la otra orilla, la izquierda (ver siguiente artículo), en la que hacen esfuerzos para asegurar su viabilidad hacia el futuro. Algunos consideran que ha surgido una nueva polarización que esta vez tiene más elementos ideológicos. Santos versus Uribe era un pulso entre dos líderes políticos, mientras que la batalla que se perfila entre la izquierda y la derecha enfrenta dos visiones distintas del país y su futuro.