Cuando se sube hasta la cúspide de una montaña selvática y se comienza el descenso, solo para llegar a una playa casi virgen, donde los únicos turistas que la habitan son los que asumen el riesgo de cruzar la selva y llevarse la satisfacción de ver el paisaje, sentir la magia del Océano Pacífico, y descansar plenamente, en ese camino también se encuentran cientos de especies, que algunos aprovechan para registrar y conocer.

El Chocó es uno de los departamentos más ricos en biodiversidad de Colombia, y aunque es nacional e internacionalmente conocido por ser la “Cuna del Pacífico”, uno de los lugares predilectos para ver el avistamiento de ballenas en su esplendor, durante los últimos años se han consolidado otras prácticas turistas para desarrollar durante otras épocas del año como el aviturismo.

Julián Parra junto con algunos turistas en medio de un tour de avistamiento de aves. | Foto: Julián Parra @julianparrabird

Según la Fundación ProAves el 25 % de las aves que habitan el litoral pacífico colombiano son endémicas, es decir, no se encuentran en otras partes del planeta, nada más en el Chocó se encuentran 35 de estas especies. Por su parte, el registro del Parque Natural Nacional Utría explica que en el país hay alrededor de 1.700 especies de aves, ocupando uno de los primeros lugares a nivel mundial.

Entre tanto, siendo el Chocó uno de los lugares con un gran potencial en el avistamiento de aves o aviturismo, no es muy común encontrar personas que se dediquen a prestar este tipo de servicios en las zonas más turísticas del departamento, como Nuquí, el Valle, Termales o Punta Huina, por mencionar algunos.

Y posiblemente, una de las razones más comunes de esta carencia es la falta de educación sobre la fauna que habita en el Chocó, así como la transformación de esta riqueza en un servicio turístico para investigadores, fotógrafos, científicos, entre otros. Sin dejar atrás que, la gran atención en la zona se la llevan las ballenas, ballenatos, tortugas y delfines por sus cortejos en su temporada, y cómo no si la sublimidad de estos mamíferos y ovíparos, según el caso, es indescriptible.

Justamente, fue la incógnita abierta luego de recibir un libro sobre aves que Julián Parra, un ibaguereño que salió de la capital musical con rumbo a Pereira en busca de trabajo, y luego de un viaje para conocer las ballenas en el pacífico chocoano, terminó encontrando su pasión en Bahía Solano: el avistamiento de aves.

El Saltarín cabecirrojo y el hormiguero collarejo, de izquierda a derecha. | Foto: Julián Parra @julianparrabird

Según cuenta Parra, cuando visitó por primera vez Bahía Solano se dio cuenta del “paraíso” oculto que era, además de encontrar plazas abiertas para trabajar en el turismo y la pesca, por lo que decidió mudarse hasta el Chocó y criar a sus dos hijas en este municipio, incluso, motivado por la seguridad que le transmitía el sector para el desarrollo de familia.

Después de vivir sus primeros ocho años en Bahía, como le dicen sus habitantes, se fue acercando a la comunidad nativa y se abrió su propio campo en el sector, pero fue hasta que un extranjero que lo “encaminó” y le regaló un libro sobre aves, que este hombre se dio cuenta de la cantidad de personas que llegaban hasta su pueblo para hacer aviturismo y no había quien diera los recorridos o se ocupara de brindar el servicio.

“Yo comencé a interesarme por las aves, y noté que venía tanto gringo, tanto extranjero, americanos e ingleses, a esta actividad y no había quién lo hiciera”, contó Parra para Semana, y agregó, “entonces aprendí mucho del libro y con varios clientes colombianos aprendí mucho. Comencé a construir senderos…”, recalcando que al no tener ayuda de organizaciones gubernamentales para promover la actividad, tomó de sus propios recursos para iniciar su emprendimiento.

“Y ahora además de las aves, también se dio la oportunidad de las ranas, las ranitas de colores y ahora estamos posicionándonos para que sea otra actividad además de las ballenas”, acotó Parra, haciendo referencia a las otras especies que se pueden estudiar y conocer en medio de los recorridos que ofrece por los montes de Bahía Solano.

Parra cuenta que cuando inició con el avistamiento de aves no habían otras personas nativas que estuvieran interesadas en prestar estos servicios, además de la poca información que se conocía al respecto, porque la mayoría de clientes eran extranjeros y claramente, la barrera idiomática tenía un papel muy importante.

Nombres de ranas de izquierda a derecha: Dendrobates auratus, Phyllobates aurotaenia, Oophaga solanensis y el Arlequín del chocó. | Foto: Julián Parra @julianparrabird

Ante esta situación, Parra comenzó a estudiar virtualmente con el Sena, donde tomó cursos de inglés básico que además de ayudarle a comunicarse con sus clientes, también le permitió aprender la pronunciación correcta de los nombres científicos de las aves, que eran los que comúnmente expresaban los investigadores que venían buscando el tour.

Fue entonces como Julián Parra se ganó su nombre chocoano: “El mono” o “El pajarero”, y en medio de su trabajo intentó alentar a otras personas para que se sumaran a su emprendimiento, ya que por la cantidad de turistas interesados en el aviturismo en algunas ocasiones no daba abasto.

Sin embargo, relata que hasta el momento han sido pocos los que se han visto en el aviturismo, los tours para conocer las serpientes y las ranas, como una verdadera pasión que se puede poner al servicio de la comunidad, y de esa forma posicionar otra actividad productiva en medio de Bahía Solano.

“Aunque hay otro chico que lo está haciendo en el Valle (Chocó), somos dos como profesionales haciendo este tipo de tours, hay otros chicos que yo los he tratado de enrutar. Voy a quedar viejo, los pues no me dan, pero quiero como dejar una huella… pero hay unos como que no quieren aprender con libros…”, afirmó Parra, agregando que había mucho de su municipio para mostrar a otros ciudadanos del mundo.

En medio del camino que ha labrado este colombiano, no sólo retóricamente sino también a punta de machete en medio de las selvas chocoanas, ha venido estableciendo otra forma productiva de incentivar el turismo en medio de su región; esta vez aprovechando la belleza de otras especies que a diferencia de las ballenas, permanecen durante todo el año en los montes del departamento.

“Para mí fue una bendición llegar a este municipio porque descubrí el valor de las personas, en un lugar tan sano, tan tranquilo. Mis hijas podían salir a la calle, no es como en la ciudad que están encerradas porque las pueden robar o las estrella un taxi, o cosas así”, terminó contando Parra, resaltando que el camino que emprendió en busca de un trabajo, lo llevó hasta un paraíso que todos los días comparte felizmente con sus clientes.