La fiesta duró tres días y hasta los guardianes salieron borrachos”. Esa es la versión que, desde la cárcel La Picota, en Bogotá, se conoció sobre la bacanal en que se convirtió la celebración del Día de la Virgen de las Mercedes, patrona de los reclusos. La califican como una fiesta “traqueta”, con licor, cigarrillos, artistas reconocidos, juegos de azar y apuestas. Hasta en celulares quedó registrada la ruidosa rumba que, curiosamente, ni las directivas del penal ni la guardia escucharon.
SEMANA conoció las pruebas, que incluyen videos y fotos, de una fiesta que evidencia que en la cárcel no manda la guardia, sino el dinero. Los extraditables se sientan y ordenan; otros internos de menor calado, les sirven. Todos festejan como si estuvieran en un balneario.
Los videos son dicientes: mesas repletas de latas de cerveza importada, whisky servido en vasos plásticos, acordeones, cantantes. Algunos, con algo de prudencia, ponían las botellas de whisky en el piso tratando de disimular lo evidente. En La Picota había prácticamente un bazar que se convirtió en bacanal con la caída de la noche.
En diferentes cárceles autorizaron homenajes en honor a la Virgen de las Mercedes, pero ella misma estaría espantada con lo que ocurrió en el pabellón de alta seguridad, también conocido como el de extraditables. La rumba dejó de lado las estampitas de la Virgen y se abrió paso al sacrilegio.
Una reciente incautación del Grupo de Operaciones Especiales (Grope), del Inpec, permitió sacar de los pabellones elementos que bien podrían estar en el inventario de un gastrobar. Más de 200 botellas de licor, neveras, licuadoras, estufas, freidoras, parlantes, televisores, celulares y dinero en efectivo. La incautación alarmó, pero no tanto como descubrir la forma como ingresó todo.
Nada de lo encontrado pudo ingresar sin la complicidad de la guardia. Las cajas de licor y las neveras no fueron simples encomiendas. El nivel de corrupción es, en extremo, descarado. No hay muro o reja que les impida a los internos, con suficiente dinero, convertir su paso por la cárcel, purgando supuestamente una condena, en una finca de recreo.
La cárcel La Picota está entre las más importantes del país, con mayor vigilancia y en el centro de la atención política y judicial. Pero la corrupción tiene bases y muros más fuertes que el mismo penal. De ahí se fugó alias Matamba hace apenas unos meses, el corrupto empresario Carlos Mattos salía de paseo, y hasta se incautó una tonelada de comida tipo gourmet. Los guardianes investigados siguen enquistados en los mismos cargos, amparados en el fuero sindical.
La cava de La Picota
Las evidencias de la rumba espiritual que celebraron los internos de La Picota, en donde incluso, según las denuncias, participaron algunos guardianes que salieron de la cárcel llevados de los brazos, estaba anticipada y todos se prepararon para la bullosa celebración. Lo hicieron con comida, presentaciones en vivo, actividades propias de un casino y licor suficiente para embriagar a un batallón.
Pero, ¿cómo guardar cajas y cajas de trago? La solución estaba bajo tierra. Los internos, supuestamente vigilados, lograron convertir el piso de un pasillo del pabellón de extraditables en una caleta que acondicionaron como cava. SEMANA tiene imágenes exclusivas de ese agujero, donde estaban las botellas listas para los eventos, e iban saliendo de acuerdo con la sed de los extraditables.
El Grope del Inpec encontró lo que por meses pisó la guardia y que ignoró. Un pequeño agujero que abre paso a una habitación con piso de tierra, sin luz, pero con espacio suficiente para servir de bodega, con temperatura adecuada y sin riesgo de ser descubierta por los guardianes, que en realidad la conocían y protegían.
En el operativo del Inpec, tras las versiones de semejantes rumbas en horario laboral y con licor como agua, encontraron la caleta. Sacaron toda clase de licores, cervezas y cigarrillos. El tesoro sepultado fue profanado y la caleta, sellada.
La incautación de la cava caleta y la fiesta de las Mercedes ahora son una investigación que deja vinculados al director y subdirector de La Picota, además de dos capitanes de los que nos reservamos los nombres para no entorpecer la investigación. Quienes denuncian advierten que no hay forma de ignorar la descarada recocha en el penal. Lo ven, escuchan y hasta participan, pero guardan silencio.
La pelea
El pabellón de extraditables en La Picota no fue el único enfiestado. La rumba de las Mercedes se vivió en otros espacios de la cárcel. En las celdas de reclusión especial, donde están funcionarios públicos, capturados en su mayoría por hechos de corrupción, la rumba también fue hasta vaciar las botellas.
Como en cualquier bar de mala muerte, la fiesta al parecer terminó en pelea y casi en tragedia. Información confirmada con diferentes fuentes dentro del penal, pero negada por sus protagonistas, indica que hubo un ataque en contra del exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia Francisco Ricaurte a manos de otro interno, al parecer un exalcalde.
La reyerta ocurrió en la cocina y luego de acabarse el licor. El exalcalde al parecer cogió un cuchillo e intentó atacar al exmagistrado. Le contaron a SEMANA lo obvio, los reclusos no sabían ni manejar estas armas, así que al final habrían terminado yéndose a las manos. La escena, que podría ser la pelea entre dos pandilleros, por fortuna solo llegó a la agresión física, a los puños, pero como todo en La Picota, nadie sabe ni vio nada, impera la ley del silencio.
Inpec huérfano
Las investigaciones por hechos de corrupción se abrieron. Son sendos expedientes en poder de la Fiscalía y la Procuraduría, pero no más. No pasa nada. Todas las semanas se suman evidencias, pruebas y detalles del nivel de corrupción. Hace unos meses, tras el escándalo de la fuga de Matamba, se anticipó que un fiscal estaría al frente de las investigaciones por hechos de corrupción en el Inpec y así ocurrió, al igual que una intervención “especial” de la Procuraduría.
De ese momento, solo sobreviven los anuncios. Los investigados siguen en sus cargos y blindados con su fuero. Son 82 los sindicatos que agrupan a funcionarios del Inpec, la mayoría conformados con sanos propósitos en defensa de los derechos laborales; otros, con intereses más maleables. Los funcionarios que resultan en líos se afilian y se atornillan en su cargo.
Cuando la dirección del Inpec intenta trasladarlos o suspenderlos, los oficios, las solicitudes y las demandas convierten las decisiones en un ridículo intento por tener el control. Resulta más fácil sacar a un privado de la libertad que a un guardia corrupto de La Picota. Mientras tanto, ¡qué siga la fiesta!