La conmemoración del primer centenario de la Independencia en 1910, así como los actos adelantados en 1919, 1960 y 1969, produjeron un innumerable repertorio de  “lugares de memoria”, siguiendo la denominación que hizo Pierre Nora para Francia, justamente como respuesta y propuesta para las conmemoraciones del Bicentenario de la Revolución Francesa en 1989.   En el marco de los dos bicentenarios de vida independiente que como nación celebramos, tanto en 2010 como en 2019, es conveniente replantear que la conmemoración de piedra y bronce que “adorna” gran parte de nuestros perfiles urbanos no es la única forma de recordación posible, aunque se crea que es la de mayor perduración.  La ciudad y sus espacios educativos y culturales, así como lo que en ellos acontece, deberían representar un nuevo escenario en el que se ponga en juego el ejercicio de una ciudadanía democrática y cultural; que de manera crítica, participativa y propositiva, no sólo asista pasivamente a un momento de recordación y de memoria, sino que genere una nueva actitud de genuina participación. No se debe olvidar que la ciudadanía es precisamente el legado más valioso de estos procesos de libertad e independencia sucedidos hace dos siglos. Es por lo anterior que, según algunos teóricos, la memoria colectiva y su forma científica, que es la historia, “pueden presentarse bajo dos formas principales: los monumentos, herederos del pasado y de los tiempos pasados, y los documentos, elección del historiador”.  Es decir que, por una parte se construye y por otra se nombra. Eso último tiene un ejemplo preciso cuando en 1960 el Museo del 20 de Julio de 1810 (Hoy Museo de la Independencia- Casa del Florero) quiso convertirse en “un libro objetivo de la historia de la independencia nacional en el que cada sala constituyese un capítulo o monografía especial”.  Le recomendamos: Las consecuencias económicas de la emancipación En el caso de la rememoración en lugares específicos, uno de esos sitios para esa representación y conmemoración ha sido precisamente el marco de la antigua Plaza Mayor en Santafé, desde el mismo momento de la reyerta del 20 de Julio. Sin embargo, pocas personas conocen que apenas a ocho meses del suceso del 20 de julio de 1810, Lino de Pombo usó otro espacio que debía ser el patio central o alguna de las aulas del Colegio Mayor de Nuestra señora del Rosario, para lanzar un discurso que recordó a las víctimas de Quito del 2 de agosto del año 1809. Ello convierte a este espacio académico en otro lugar de memoria por lo que allí se evocó en ese momento. Sin embargo, la Plaza Mayor o de Bolívar, volverá a ser el epicentro y escenario de otro tanto de conmemoraciones en las que se va a pasar de las alegorías a los símbolos. En enero de 1812 se exhibe con artificio la figura de la Libertad y sembraron los árboles de la Libertad, mientras que en  septiembre de1819, fue el espacio de recepción y glorificación de los ejércitos vencedores en Boyacá El centenario así como el sesquicentenario se convirtieron en oportunidades de activación de otros escenarios de la conmemoración. Ya fuera para crearlos, como el caso del emblemático Parque de la Independencia en Bogotá, con un ejemplo similar en el Camellón de los Próceres en Cartagena y que no deben confundirse con el Parque del Centenario en la capital de la República.  Este último que quedaba en la misma zona central en Bogotá, pero en el costado occidental de la carrera séptima, a los límites norte de la ciudad, fue construido en 1883 para la conmemoración de los cien años del nacimiento de Simón Bolívar. Ello sumado a la erección de innumerables bustos y estatuas recordatorias de muchos de los personajes que participaron en la luchas por la independencia. Por otra parte y tal como quedó consignado en el Libro del primer Centenario, editado por la Imprenta Salesiana , existe un inventario de sitios que debían adquirirse, repararse, restaurarse, reconstruirse o construirse tanto en Bogotá como en el resto del país, para que quedaran inscritos en marco de los actos conmemorativos. Se mencionan, entre otros, la llamada “Casa del 20 de Julio de 1810” y zonas aledañas, el templo de la Veracruz o Panteón de los Próceres, el Parque de los Mártires, el Observatorio Astronómico, así como los bustos de Ricaurte, Girardot Rondón y Córdoba que estaban en el Parque del Centenario, entro otros ubicados en la capital. Lugares que se sumaron a otro listado derivado de la Ley 95 de diciembre 4 de 1959 que adelantaba las conmemoraciones sesquicentenarias de 1810. Le puede interesar: ¿Era necesaria la independencia de la corona española? También se identificaron lugares fuera de Bogotá, como el Campo de la Batalla de Boyacá, el campo de la Batalla del Pantano de Vargas, Quinta de San Pedro Alejandrino, la Casa de Antonio Nariño en Villa de Leyva, la Plaza de Santander en Villa del Rosario de Cúcuta, que abarca la zona entre el templo que albergó la Convención de 1821 y la casa natal del General, así como la casa natal de Caldas en la ciudad de Popayán. Esa mirada sobre el pasado contrasta acusadamente con un espacio como el que se entregó a la ciudadanía a finales de 2018 y que materializó parte de los compromisos de los acuerdos de Paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP. Fragmentos, espacio de arte y memoria, concebido por la artista colombina Doris Salcedo y actualmente operado por el Ministerio de Cultura abre un nuevo campo de comprensión de lo que significa hoy en día un lugar de memoria. Según la artista, su deseo no fue construir un monumento, porque según esa denominación, el monumento jerarquiza y solo conduce a presentar una versión triunfalista del pasado bélico de la nación. El monumento, dice Salcedo, empequeñece y somete a los individuos a una visión totalitaria de la historia. Por el contrario, la alternativa planteada en este caso es un espacio en el que se le permite al ciudadano encontrar una posición equitativa, equilibrada y libre, desde la cual es posible recordar y aportar desde su propia experiencia a un pasado doloroso y conflictivo. Un lugar de aparente vacío y ausencia que invita a ser llenado con muchas memorias individuales, con actos de creación, con nuevas reelaboraciones interpretativas de nuestro pasado reciente. Ello nos obliga entonces a trabajar hoy en día y cada vez con mayor ahínco, por un reconocimiento y valoración de los ciudadanos como agentes que animan y le dan sentido a las acciones de la memoria. Tanto en el tiempo presente, como en la revisión histórica. Un ejemplo de esto es la primera exposición conmemorativa del Bicentenario que el Museo Nacional de Colombia presenta en estos días. En ella, ese año de 1819, otrora incierto y hoy significativo, reconoce que los actores y protagonistas de esos sucesos fue la sociedad en su conjunto, con sus aportes de contradicción, rupturas o continuidades en el marco de esas luchas.  El reto que nos asiste ahora es contraponer y complementar esta idea novedosa y contemporánea del contramonumento con los efectos algo desgastados de los lugares de memoria tradicionales como las estatuas y los obeliscos. Generar una convergencia de sentidos a partir de la presencia ciudadana en lugares que sirvan para pensarnos como sociedad. Y de esta forma, darle una nueva vida y sentido a la rememoración, para superar lo que Robert Musil escribió en 1936 cuando dijo que “no hay nada más invisible que un monumento”. *Director del Museo Nacional de Colombia