Según The New York Times, el pasado sábado altos funcionarios estadounidenses viajaron a Venezuela para mantener conversaciones inusuales con el gobierno de Nicolás Maduro, en un aparente intento de alejar al país sudamericano de sus patrocinadores rusos después de la invasión a Ucrania por orden de Vladimir Putin.
La delegación fue liderada por el colombiano Juan González, funcionario de la Casa Blanca encargado del hemisferio occidental.
En una entrevista con Americas Quarterly la semana pasada, González dijo que Estados Unidos continuaría reconociendo a Juan Guaidó como líder legítimo de Venezuela.
Sin embargo, González no dejó dudas de que la nueva administración ha abandonado el esfuerzo de la era de Donald Trump por derrocar a Maduro.
“Mientras que la teoría del cambio de la administración anterior se basó en el colapso del régimen, la nuestra se basa más en la necesidad de reconocer que solo una negociación conducirá a un cambio concreto y sostenible en Venezuela hacia el orden democrático”, dijo González a Americas Quarterly.
A las pocas horas de la visita en Venezuela, el medio Axios publicó un artículo alertando que los asesores del presidente Biden están evaluando una posible visita a Arabia Saudita para reparar relaciones y convencer al mayor productor de petróleo en el mundo que aumente su producción.
Esto ilustra la gravedad de la crisis energética global producto de la invasión de Rusia a Ucrania. En el pasado, Biden ha criticado a Arabia Saudita y la CIA cree que su príncipe heredero, Mohammed bin Salman, estuvo involucrado en el desmembramiento de Jamal Khashoggi, columnista de The Washington Post.
Este cambio en la política exterior de Estados Unidos es una muestra de cómo la invasión de Rusia está reordenando las alianzas globales y forzando a la Casa Blanca a reorganizar sus prioridades, potencialmente recalibrando su énfasis en los derechos humanos.
Las sanciones contra Rusia, incluyendo sus exportaciones de petróleo, han elevado los precios del crudo a niveles históricos (este domingo los futuros del petróleo brent llegaron a 140 dólares), lo cual tendrá un impacto en el bolsillo de los americanos a través de mayores precios de gasolina y otros insumos. Esto elevará, sin duda, el costo de vida en Estados Unidos.
En medio de las elecciones al Congreso estadounidense, que se avecinan en noviembre de este año, y donde las encuestas muestran que los republicanos podrían retomar el control de la Cámara e incluso del Senado, las prioridades de la administración Biden han cambiado y eso tendrá implicaciones para Colombia y la región.
Es claro que la oposición venezolana está bastante desorganizada, no tiene un líder suficientemente fuerte en Guaidó para enfrentar a Maduro y han estado envueltos en escándalos de corrupción.
La oportunidad a comienzos de 2019, con el apoyo de la administración de Trump para lograr un cambio real en Venezuela, se perdió. Ahora el Gobierno colombiano tiene poco margen de maniobra para tratar de influenciar a la Casa Blanca. Al presidente Iván Duque le quedan cinco meses en el cargo y las discusiones bilaterales entre Estados Unidos y Venezuela pueden opacar su plan del famoso “cerco diplomático” contra Maduro para presionarlo a dejar el poder.
En este entorno, y en vísperas del encuentro entre el presidente Duque y Biden en Washington, va a ser difícil lograr persuadir a la Casa Blanca de la postura colombiana ante Maduro, en medio de la peor crisis en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y más cuando, a raíz del conflicto con Rusia, Estados Unidos se está viendo en la obligación de buscar fuentes alternativas de hidrocarburos. En ese escenario, Venezuela es una carta que, por lo visto, la administración Biden intenta explorar.
Bajo esa realidad, el Gobierno colombiano, si se quiere hacer contar, tendría que adoptar una actitud práctica frente a la geopolítica mundial. El mayor riesgo es que, arrinconado, Putin trate de convertir a Venezuela e incluso a Colombia en un epicentro de una batalla global que apenas comienza y convertir a nuestro país en la Ucrania de la región.
Los lazos entre el Kremlin y Maduro son ampliamente conocidos, en áreas como armamento, inteligencia y colaboración estrecha en aspectos políticos y económicos.
Dadas las declaraciones públicas de González, lo más probable es que Estados Unidos esté buscando la manera de negociar con Maduro o con una figura aceptable para todas las partes, probablemente de su entraña, pero que haya tenido algún tipo de diálogo y acercamiento con Estados Unidos.
Las sanciones impuestas por Trump en 2017 contra el régimen de Venezuela han colapsado su economía. Sin embargo, en 2021 la economía venezolana registró una leve recuperación, la primera en siete años.
Para Colombia, el tema principal es el narcotráfico, las disidencias de las Farc y otros grupos armados ilegales refugiados en Venezuela. Para hablar en concreto, la seguridad.
A Maduro, quien sigue siendo un actor racional, y con sus aliados ha gobernado ya a Venezuela más de 23 años desde la época de Hugo Chávez, no se le puede subestimar. Su postura seguramente será solicitar la eliminación de sanciones, lograr impunidad para él y sus secuaces que han desfalcado las arcas venezolanas para así continuar en el poder.
Es claro que los que ostentan ese control se mueven por la plata; el poder en Venezuela les da plata. La clave sería buscar la manera de reemplazar el narcotráfico que promueve Venezuela a cambio de la liberación de sanciones y la reconstrucción de la industria petrolera venezolana. En su pico, Venezuela llegó a producir 3 millones de barriles diarios, mientras que hoy alcanza apenas 800.000.
Con el petróleo a precios históricos, el régimen de Maduro puede ver una oportunidad de convertirse en un nuevo actor en la comunidad internacional, y no en un paria, como ha venido siendo considerado hasta ahora.
Es probable que los interesados estén dispuestos a “sacrificar” a Maduro, tal vez no de manera inmediata, a cambio de una normalización e impunidad. Es poco probable que Estados Unidos esté dispuesto a tanto. Ese será el primer acuerdo y tal vez el más difícil al que tendrá que llegar la Casa Blanca y Venezuela.
En todo caso, la oportunidad económica de una relación normalizada con Venezuela es enorme, porque las compañías colombianas serían fundamentales en la reconstrucción del vecino país y en el suministro de mucho de lo que se necesita en Venezuela, incluyendo alimentos.
El Gobierno colombiano tendrá que ser muy calculador, poco emocional y no fundamentalista, si quiere tener alguna injerencia en estas negociaciones. El mundo ha cambiado en los últimos 15 días y el riesgo de que el conflicto en Ucrania migre a América Latina se ha incrementado.
El plan B para Venezuela y Estados Unidos sería esperar a un nuevo gobierno en Colombia que esté dispuesto a ceder más. Para lograr ser efectivos, el Gobierno colombiano debe considerar tanto los riesgos que se vienen como los méritos de lograr que Venezuela les quite el apoyo a los grupos armados ilegales al otro lado de la frontera. Todo esto a cambio de permitirles reconstruir su industria petrolera.
Aún no se sabe hasta dónde lleguen estas negociaciones, pero lo cierto es que la realidad geopolítica mundial ha cambiado y Colombia puede ejercer una influencia relevante, siempre y cuando logre entender bien las nuevas prioridades de Estados Unidos.