Ni para hacer la paz, ni para frenar la guerra, a los habitantes de Bojayá los han tenido en cuenta. La pesadilla empezó hace 14 años cuando sus voces no lograron contener la premonición de una masacre. Nadie les creyó y los hechos terminaron hablando por sí solos: una pipeta que lanzaron las FARC cayó sobre la iglesia del pueblo y mató a más de 100 personas que se refugiaban en el lugar.Desde entonces, ha pasado más de una década y el sentimiento de los sobrevivientes sigue siendo el mismo. Los colombianos siguen sin escucharlos y lo que muchos rumoran es que de nada sirvió el disciplinado voto por el Sí, que el pasado domingo consignaron. La opinión nacional se los tragó y con ella se fue la oportunidad de implementar inmediatamente los acuerdos de La Habana.Consulte: Por qué ganó el NoLa campaña por el plebiscito los ubicó en un histórico escenario de consenso local. Aunque en Bojayá hay dos partidos, las banderas que defienden no los encasillan en los colores de la política tradicional. Para ellos, sólo existe el movimiento ciudadano que habita en la orilla del río Bojayá y el que se asienta al borde del Atrato."Aquí la situación política es complicada. Hay dos grupos políticos. Sin embargo, el tema del plebiscito nos unió a todos por el mismo camino y el poquito de personas que le apostaron al No, no ejercieron ninguna presión. Todos estábamos sintonizados", contó Rosmira, una habitante que se refirió a los intensos días de campaña electoral por los que transitaron todos los rincones del país en el último mes.Le recomendamos: ¿Cómo fue la tragedia de Bojayá?No había duda. Más de la mitad de los chocoanos que hace un par de años regresaron a Bojayá estaban decididos a darle la ‘bendición‘ al acuerdo de paz. Sí, el mismo lugar que en el 2002 sintió todo el peso del conflicto fratricida derrotó en las urnas con un contundente Sí (95,78 %) los votos del No (4,21 %)."Bojayá le cumplió a Colombia en la búsqueda de la paz. Fue el municipio donde más alta votación proporcionalmente sacó (...) Lo hicimos por convicción porque estamos cansados de la guerra, porque queremos vivir en paz. Aspiramos que el progreso que tienen las regiones del centro del país también llegue a estas latitudes, ahora con este proceso", le dijo a Semana.com el padre Antún Ramos, uno de los sobrevivientes de la tragedia.Sin embargo, este domingo la esperanza se desinfló. Con el fracaso de la refrendación de los acuerdos de paz en las urnas, donde el No se impuso con 50.22 % de votos, la gente volvió a "amanecer con miedo". Los campesinos que habían regresado a sus fincas y que estaban otra vez produciendo plátano y criando ganado volvieron a sentir angustia, una que se prolongará hasta que los jerarcas políticos encuentren una solución sobre el acuerdo de paz, si es que lo logran.El trabajo de cuatro años quedó en "veremos" y sus rostros de sorpresa el día que se conocieron los resultados del plebiscito no lo pudieron negar. "Todos quedamos fríos mirando las noticias. Poco decían, pero el ambiente era desolador. Puros sentimientos de tristeza y desesperanza", relató la mujer que viajó cinco horas en panga hasta Bojayá, exclusivamente a votar.A los bojayaseños los movió la reconciliación. "La gente votó porque creímos en el perdón que las FARC nos pidió y se los concedimos también en las urnas. Este es el pueblo por excelencia de la paz. Le demostramos al país que aquí todos cabemos. Que hay otras maneras de resolver el conflicto", aseguró el padre Antún.Y agregó: "Teníamos cientos de razones para votar el No. Pero hemos sufrido más que cualquier otro. Nosotros vimos en las urnas la posibilidad de acabar con 52 años de conflicto, pero esa no fue la misma lectura que hizo el resto del país".En Bojayá, Pastor Alape, Benkos Biojó, Isaías Trujillo, Pablo Atrato, Matías Aldecoa, Erica, Sammy y Boris Guevara abrieron el año pasado las puertas del perdón. En el mismo lugar donde se escribió una de las páginas más dolorosas de la violencia, las FARC reconocieron por primera vez su cuota de responsabilidad por la masacre. Le puede interesar: El mea culpa de las FARC ante las víctimas de BojayáContrario a lo que se cree en el país, los sobrevivientes de la tragedia no han estado sumidos en una tristeza perpetua. "Quedarnos en lo que ya pasó no es lo que transforma. La historia que hemos vivido tiene que servirnos para construir una nueva Colombia", expresaron. Sin embargo, sienten agustía, desesperanza, "como si le hubieran metido una puñalada a todo un pueblo por detras".Para el padre Antún, "existe un país al que le importa un carajo el campo y la gente que está padeciendo la guerra. Esa es la sensación que tenemos. Las cuentas dan para que ganen siempre los del centro y que el campo vea cómo subsiste a los embates de la guerra".Paradójicamente, pese a que algunos promotores del No el caballito de batalla fue el acuerdo de justicia, en Bojayá lo ven con buenos ojos. Para ellos, no sólo es válida la justicia punitiva. Incluso, advierten que aunque la idea es "resocializar al individuo", la propuesta en Colombia no funciona y muchas veces "la persona que entra a la cárcel sale más delincuente". "Acá los indígenas embera cuando alguien roba, asesina o comete algún delito, lo cambian de un pueblo a otro. Le dan un pueblo por cárcel y un machete. Esa persona tiene que mantener el pueblo limpio y ayudar en los trabajos comunitarios. Eso le cuenta como cárcel", relata otro de los pobladores.A través de una carta, las Fuerzas Vivas del Municipio de Bojayá no sólo respaldaron la gestión del presidente Juan Manuel Santos, sino que este martes hicieron un llamado para que las partes traten de encontrar una solución o al menos salvaguardar "los aspectos fundamentales de los acuerdos, principalmente los relacionados con el campo, las víctimas, las comunidades étnicas y de género".Lo cierto es que mientras dos sectores políticos enfrascan a un país en una discusión sin rumbo claro, los bojayaseños rezan para que esta oportunidad no naufrague y ellos puedan cumplir su gran sueño: Encontrar la posibilidad de retomar su vida normal."Se ha vuelto a cultivar. Eso me da mucha emoción porque cuando uno va por la orilla del río se empiezan a notar las matas de arroz espigando (...) la oportunidad de poderse movilizar por las comunidades sin que salgan al paso organizaciones armadas o, que uno ya no quede en medio de las confrontaciones. Una cosa es decirlo y otra es tenerlo que sentir nuevamente", dijo Rosmira.