La patrullera de la Policía Valentina Parra Díaz es una de las 67 personas que se han suicidado en Cali este año (entre enero y julio), según el Instituto de Medicina Legal. Su muerte causó conmoción en la ciudad, pues era una mujer atractiva, tenía 25 años y estaba forjando una carrera de servicio.
De acuerdo con un relato anónimo, ella dio aviso sobre el tormento que estaba viviendo. Las señales de que no la estaba pasando bien fueron claras, pero vistas demasiado tarde por sus seres cercanos: “Alcanzó a llamar a unos amigos, les contó la situación y les expresó que estaba muy aburrida. Cuando ellos fueron a visitarla para saber cómo seguía, la encontraron sin vida”.
La determinación final llegó el 25 de julio, justo después de que Parra arribó a su casa, ubicada en el barrio Santa Fe, tras terminar su jornada laboral. La mujer, oriunda de Pitalito, Huila, se disparó en la cabeza con su arma de dotación, la cual siempre tenía consigo en sus patrullajes por la ciudad. Todo apunta a que una infidelidad de quien en ese momento era su pareja motivó su decisión.
La muerte de Parra es uno de los tantos rostros de la desgracia en Cali, donde la situación es preocupante. Los 67 suicidios reportados por Medicina Legal dan cuenta de que estos serían los meses con la tasa más alta en los últimos 17 años si se comparan con los datos del Observatorio de Seguridad. La mayoría de las víctimas eran hombres (más de 50) y entre ellas hay al menos siete menores de edad, estudiantes.
¿Cómo se explica entonces el crecimiento del fenómeno del suicidio en Cali? Expertos aseguran que las recesiones económicas, la inestabilidad y las dificultades sociales tienden a disparar las tasas. Y es que la capital del Valle del Cauca, cuando el mundo aún no acababa de darse un respiro por la pandemia, fue el epicentro del paro nacional más fuerte en décadas.
La ciudad estuvo presa durante varias semanas de bloqueos que dificultaban la movilidad y una ola de violencia sin precedentes acrecentó la incertidumbre. Así lo expone Andrea Otero, psiquiatra de la Clínica Imbanaco y presidenta de la Asociación Colombiana de Psiquiatría: “Las crisis económicas tienen incidencias directas y lineales en las tasas de suicidio en cualquier país”. Si a esto se le suma el confinamiento del que venía la población caleña por cuenta de la pandemia y la falta de socialización que eso contrajo, se obtiene como resultado un peligroso coctel social. El incremento desmedido de los intentos de suicidio lo reflejan.
Otros rostros
Sucedió la semana pasada. Una mujer estaba prendida de la baranda del puente peatonal de una estación del MIO en el oriente de la ciudad. Titubeaba entre lanzarse o no al vacío. En el fondo, quería dejar de sufrir, pero no de vivir. La caída a esa altura seguramente habría sido fatal. Sucedió hace unos días y, por suerte, no terminó con su muerte. Ciudadanos que pasaban por el lugar lograron abordarla y escucharla. Le imploraron que no se tirara e, incluso, un hombre la abrazó hasta que finalmente desistió de la idea. Esta fuerte escena en la que una persona intenta quitarse la vida se repite, en las calles o las casas de Cali, en promedio 4,3 veces cada día.
Un informe de la Secretaría de Salud al que SEMANA tuvo acceso señala que entre enero y julio de este año 924 personas (626 hombres y 298 mujeres) intentaron terminar con su vida en Cali. Más de un tercio de la población con ideas suicidas es menor de edad (329) y cerca del 46 por ciento de esta lo había intentado en el pasado en al menos una ocasión.
Estos 924 intentos se traducen en un preocupante aumento: son 78 más que los registrados en 2021 y 43 más que los contabilizados en 2020. En adolescentes, la intencionalidad pasó del 29 por ciento en 2021 al 33.9 por ciento en 2022.
Los principales factores desencadenantes de los intentos de suicidio en Cali son los problemas familiares (33 por ciento), los conflictos de pareja (32 porciento) y los problemas económicos (12.5 por ciento), seguidos del maltrato y los problemas escolar. En menores de edad, las causas de intento de suicidio se presentan por problemas familiares (42 por ciento), problemas escolares (19 por ciento) y maltrato psicológico (16 por ciento).
“En las visitas a los colegios y en los grupos de trabajo que tenemos con jóvenes hemos observado que llegaron a la prespecialidad con conductas agresivas. Hemos notado aumentos en la violencia, el matoneo y los abusos sexuales”, expuso Miyerlandi Torres, secretaria de Salud de Cali. Recientemente, en la ciudad ha habido preocupación por diferentes peleas en las instituciones educativas, denuncias de casos de abuso sexual por parte de docentes y venta de cigarrillos electrónicos afuera de los establecimientos educativos.
Según la funcionaria, ante esta alerta se están haciendo constantes tamizajes de salud mental en los colegios para identificar casos de violencia o abuso, causales que resultan determinantes en relación al suicidio.
Es importante mencionar que la mayoría de personas que intentó acabar con su vida este año en capital del Valle del Cauca tenía antecedentes de trastornos mentales (49 por ciento), ideas suicidas (37 por ciento) y consumo de sustancias psicoactivas (22 por ciento). La letalidad de las iniciativas suicidas es de 69.26 casos por cada 1.000 intentos.
Frente al incremento de intentos suicidas en la población adolescente de Cali, la psiquiatra Otero resalta que la escalada de esta conducta “se da principalmente en jóvenes que han visto bastante afectados por la pandemia, porque para ellos la socialización es muy importante y no pudieron hacerlo. Muchos de ellos tuvieron dificultades con la virtualidad académica, entonces se atrasaron en los estudios. A esto hay que sumarle que pasaron demasiado tiempo consumiendo contenidos de redes sociales. Todo esto afectó la salud mental de los jóvenes”.
La tristeza, la ansiedad, la vergüenza y la culpa son señales de alerta en los menores de edad, al igual que la verbalización de no querer continuar con su vida. También se debe prestar especial atención al aislamiento social y al consumo de bebidas alcohólicas y psicoactivas.
Expertos consideran que siempre hay indicios de alarma, pero que el estigma hacia a las enfermedades mentales y el suicidio hace que se le reste atención a esas señales y que la intención suicida acabe pasando desapercibida hasta que llega la decisión final.
“Las personas con ideación suicida no se quieren suicidar, nadie quiere suicidarse, pero aunque tienen motivos para quedarse en este mundo, llega un momento en que no encuentran salida, no ven la solución y toman la decisión de suicidarse”, añade Otero.
De ahí la importancia de la ayuda, primero social y después profesional. Los psiquiatras recomiendan a las familias, parejas y amigos preguntar, de frente y sin rodeos, a la persona que sufre si está pensando en suicidarse. Los cuestionamientos sobre la salud mental no incitarían a quien considera quitarse la vida, sino que, por el contrario, permitirían tender un puente hacia la luz. Aconsejan además, tras preguntar, escuchar con atención y empatía, sin hacer juicios de valor, para luego buscar el acompañamiento de expertos.
Por el momento, la oferta pública en Cali para atender los problemas de salud mental y reducir las cifras de suicidio se centran en el fortalecimiento del programa ‘Tejiendo Sueños’ y la atención de pacientes a través de la línea 106. “Nos preocupan la ansiedad, la depresión, el aumento de consumo de sustancias psicoactivas y contar con los recursos suficientes para atender a la población afectada”, concluyó la secretaria de Salud.