Un grupo de campesinos del Bajo Cauca antioqueño rescató 30 hectáreas de bosque contaminadas por la minería ilegal a través de un proyecto de fitorremediación con el que sembraron plantas restauradoras del suelo en los territorios que resultaron contaminados por esa práctica.
La iniciativa estuvo aplicándose durante alrededor de dos años, periodo en el que los habitantes de esa región se articularon en un proyecto acompañado por la cooperación internacional, la Policía Nacional y la academia, representada por la Universidad de Córdoba, para recuperar algunos de los centenares de predios afectados por ese delito ambiental.
Mariscela Villegas Rico es una de las mujeres que encabezó la iniciativa: convocó a los vecinos de las veredas, juntos eligieron qué árboles sembrar, seleccionaron las semillas que brotaron de sus propias plantaciones, prepararon abono con restos de comida de las familias del sector y perimetraron las zonas contaminadas para sembrar las plántulas que germinaron en una finca que perteneció a un extraditado exparamilitar.
“Somos los que toda la vida hemos vivido en el territorio, me crié en este espacio y por lo tanto yo lo siento mío”, dijo. En la región en la que ella reside el motor de la deforestación es la minería ilícita y se calcula que hay 12.400 hectáreas (equivalentes a 124 kilómetros cuadrados) afectados por esa situación.
Pero ese problema no solo aqueja al municipio de Caucasia. En el vecino Ayapel, jurisdicción de Córdoba, esa situación tiene comprometidas 219 kilómetros cuadrados de terrenos, y en Nechí esta ha afectado 530 kilómetros cuadrados de predios.
El trabajo que hace Mariscela comienza en una de las fincas que pertenecía al exjefe paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, que fue objeto de extinción de dominio en 2006 y que ahora está bajo el poder de la Policía Nacional, sirviendo como laboratorio para germinar las plantas que luego son trasladadas a la zona donde se hace el proceso de fitorremediación.
Ese predio de 715 hectáreas sirve como pulmón en medio de unas montañas de tierras áridas que perdieron el color verde de los pastos por la presencia de químicos en el suelo.
Mientras las plantas se desarrollan hay un constante proceso de poda para que vuelvan a crecer y con ese crecimiento ayuden a mejorar la tierra. El estiércol que usan como fertilizante pudre la biomasa de las plantas y eso se convierte en biogas, facilitando la limpieza de los restos de mercurio, pues un solo gramo de este puede contaminar miles de litros de agua y eso es lo que se quiere mitigar.
Fabio Baldovino es uno de los campesinos que acompañó el proceso de diseminación de las plántulas. En las 30 hectáreas de tierras recuperadas sembró piñón, ceiba, roble, yarumo y árbol de ébano. Las plantaciones las visita todas las semanas y fue así como descubrió que a la copa de los pequeños árboles ya llegaron ejemplares de toche (un pájaro típico de los bosques colombianos) a poner su nido.
Ese proyecto es financiado con recursos para la cooperación internacional de la Embajada de Estados Unidos. Kevin Murakami, director de la sección de asuntos antinarcóticos y aplicación de la ley de embajada, comentó que “esto es a favor de la biodiversidad y el ambiente, recupera las tierras, asfixia las finanzas de los grupos al margen de la ley y ayuda a mejorar la confianza entre las comunidades y la policía”.
“La frase que dice que el agua es vida es la completa realidad. Sin el recurso hídrico el ser humano no puede sobrevivir, todos los territorios que somos del Bajo Cauca antioqueño vivimos del agua porque son agricultores, mineros o pescadores y por eso nosotros queremos conservar el espacio que tenemos. Estas son nuestras raíces y son nuestra cultura”, concluyó Mariscela desde uno de los pocos pulmones verdes del Bajo Cauca antioqueño.