A las seis de la mañana en el puerto de Necoclí suenan vallenatos como si hubiera empezado una fiesta nocturna. La primera lancha con destino a Capurganá sale a las ocho de la mañana pero desde la noche anterior grupos de migrantes africanos merodean como fieras por el malecón porque su viaje debe ser rápido para no gastar plata de más, para no llamar la atención. La espera los carcome.Desde Necoclí, Panamá es un punto muy cercano en el mapa y muchos migrantes creen que ya en el golfo tienen un pie en Estados Unidos, sin embargo les falta el Tapón del Darién: más de ocho días de camino y cientos de dólares que se reparten entre coyotes y maleteros.Le puede interesar:  EE.UU. quiere autorizar la detención de niños migrantes por tiempo indefinido. Los turistas —europeos, norteamericanos— empiezan a llegar a las siete de la mañana al puerto, son los primeros en viajar a Capurganá. Todos los viajeros deben meter las maletas en bolsas plásticas negras para evitar que se mojen y mientras lo hacen los migrantes los miran desde las escaleras de un hotel en el que aguardan su turno. El calor del Urabá golpea en la mañana y sin embargo algunos africanos llevan chaquetas gruesas y pasamontañas. En todos los pequeños grupos que forman hay bebés y niños menores de 10 años que comparten el pan, algún celular, que visten de colores oscuros.En la taquilla un hombre dice que los africanos van aparte de los turistas porque huelen muy fuerte, porque tienen otras costumbres. Sin embargo, las razones parecen económicas: mientras un local paga 50.000 pesos por un pasaje, y un turista nacional 75.000, un africano puede pagar el doble. Además, muchas veces con ellos no se cumple con lo establecido por las autoridades marítimas: el cupo y el peso en la lancha. Ellos suelen viajar hacinados y con sobrepeso.

El viaje a Capurganá, dependiendo del clima y de lo embravecido del mar, puede durar hasta dos horas y en algunos momentos de recorrido la tierra firme se pierde, por lo que un accidente puede ser fatal. Los lancheros recuerdan con impresión el naufragio de una lancha ocurrido en enero y en la que viajaban 32 migrantes. De ellos, solo 8 se salvaron y de 19 se recuperaron los cuerpos: 9 adultos y 10 menores de edad. En Chocó comparan esta tragedia con las constantes imágenes de africanos que mueren cruzando el Mediterráneo para llegar a Europa.Le recomendamos: Carola Rackete, la capitana de los migrantes. Aunque en su momento pocas personas se refirieron al ahogamiento masivo, y fue poco anunciado en los medios nacionales, algunos habitantes del Urabá y de comunidades como Capurganá y Sapzurro -que hacen parte del municipio chocoano de Acandí— aseguran que quienes transportaban a los africanos no lo hicieron con la seguridad debida, pues muchos cuerpos llevaban botas pantaneras y tenían amarrados morrales, lo que les otorgaba más peso y les restaba agilidad para poder nadar, sin contar con que las botas hunden cuerpos sin dejarles posibilidad de flotar.***Una vez se llega al puerto de Capurganá, los locales se aprestan para atender a los turistas, y en ninguna parte del malecón se ve un solo migrante. Una hora después, cuando los visitantes se marchan para sus hoteles, aparecen en lancha los africanos sonrientes —sus sonrisas enormes, su ropa negra, sus acentos lejanos— creyendo que Panamá está tan cerca, y lo está: son dos horas de camino para llegar a La Miel, una playa reluciente, de aguas azules y pequeñas conchas en el piso, con cangrejos perdidos y comercio próspero basado en licores extraños y de renombre. Sin embargo, La Miel para ellos no es un punto de llegada, pues no hay manera de pasar hacia la vía Panamericana para luego viajar en lancha hasta Puerto Obaldía, desde donde salen aviones hasta Ciudad de Panamá. En el malecón permanecen varios minutos: se acercan a restaurantes y desayunan, compran chucherías en tiendas y panaderías, se equipan porque alguien les advierte que el camino será difícil. Es extraño: en todas las tiendas de Capurganá se venden machetes, botas, carpas, tiendas, toldillos, como si este no fuera un pueblo turístico sino una tienda de utensilios para exploradores de una jungla.Puede leer: Cazadores de migrantes: los paramilitares de Estados Unidos.En el malecón aparece un hombre negro, alto, local, y distribuye a la treintena de migrantes en varios grupos, les asigna a diferentes personas y de un momento a otro desaparecen. El hombre hace parte del Cocomanorte, el Consejo Comunitario del Norte de Acandí, que se ha encargado desde hace varios meses de tramitar el paso de los migrantes: los organizan en grupos, les ponen guías —otros dirán coyotes— y hasta hombres que se internan por el Darién para cargar maletas y niños, y prefieren cargar niños porque así les cobran más caro. Dicen que los guías cobran 60 dólares y los maleteros 20 o 30 según la carga, pero en el pueblo hay quienes aseguran que los precios son muy superiores. El gran flujo de migrantes ha traído una bonanza al caserío, donde a veces no se pueden conseguir pesos sino dólares, porque los africanos solo cargan dinero de Estados Unidos, el único símbolo que conocen los guías. Después de que los africanos desaparecen en grupos —no hablan con nadie porque desde que entran a Colombia los coyotes les advierten que se cruzarán con paramilitares que los pueden asesinar— desde la oficina de Migración Colombia, ubicada en una de las calles que conduce a la cancha principal del caserío, se escucha una algarabía. “Me pegó, me pegó”, grita un venezolano entre lágrimas.En la puerta se arma un barullo y el funcionario de migración se defiende ante la gente que llega a reclamar: dice que el venezolano asegura que está de vacaciones, pero que eso es imposible, “aquí no hay trabajo, lo voy a devolver a Necoclí”. Un hombre negro, grande, le alega y le dice que no lo devuelva, pues en Capurganá hay más de 30 venezolanos, cientos de africanos trashumantes, “se la montaste”, le reclama. La contradicción no puede ser más evidente y algunos hombres dicen que es común que funcionarios retengan migrantes y les decomisen los documentos para pedirles hasta 50 dólares. Se habla de hombres que han aprovechado su uniforme —cualquiera que sea— para violar mujeres y maltratar hombres.Puede leer: Los venezolanos que le aportan a Bogotá.Hablar de tráfico de migrantes en Capurganá está prohibido. Y ahora los líderes del Cocomanorte tienen miedo de que las autoridades capturen a los muchachos que ellos llaman guías y que otros nombran como coyotes. Emigdio Pertuz, representante legal del consejo, le dijo a SEMANA que este martes han decidido cerrar la frontera, pues conocieron que hay una investigación de la Fiscalía en contra de unos diez muchachos que ayudan a los migrantes en su paso por la frontera.“Nosotros no estamos interesados en realizar en el territorio cualquier cosa que fuera violatoria de la ley. El canciller Holmes Trujillo estuvo acá después del naufragio y se comprometió a que el 30 de mayo tendríamos un plan de choque para atender a esta población, pero nos incumplieron, y le preguntamos si estos muchachos podían hacer esta labor y nos dijo que sí”, dice Pertuz, quien considera que el servicio de guía no es más que un trabajo humanitario.

Sin embargo, muchas personas de la comunidad no piensan lo mismo, consideran que a los migrantes les quieren sacar dinero a toda costa: con los guías, con el transporte de maletas y con el tránsito por un sendero ecológico que comunica a Capurganá con Sapzurro y cuya entrada vale 10.000 pesos. “Ellos no pagan esa entrada”, dice Pertuz, “colaboran con el tránsito porque es un sendero que necesita mantenimiento. Además, si nuestros muchachos no acompañaran a esa pobre gente, esa gente se moría en el monte, porque hay animales peligrosos y hay ríos que se crecen”.Lo cierto es que después de que los migrantes desaparecen del malecón, el recorrido por la selva es bestial: se exponen a animales como el jaguar y un zaino salvaje carnívoro y feroz; se exponen a grupos armados y a delincuencia común. Además, el viaje llega a ser tan difícil que personas han muerto en plena selva, y sus compañeros de travesía no tienen otra opción que dejar sus cuerpos como carne para fieras. En Capurganá algunos dicen que los guías protegen a los migrantes, otros creen que solo se aprovechan para sacarles dinero.La alcaldesa de Acandí, Lilia Córdoba, dice que el servicio de guía que ofrece el consejo comunitario es algo ampliamente conocido por las autoridades, pues se ha manifestado en reuniones públicas: “El Consejo Comunitario en reiteradas ocasiones ha solicitado que como ellos tienen a cargo el territorio participan en la organización de su paso por la selva, porque dicen que conocen muy bien el territorio. Entiendo que les cobran a los migrantes, y lo han manifestado en diferentes reuniones, dicen que el cobro lo hacen porque es un servicio de guía que se les está prestando”.Córdoba se lamenta de que el fenómeno de la migración solo se advierta cuando los viajeros llegan a Capurganá: “Hay que mirarlo como un problema de país. Nosotros somos el embudo, pero todas estas personas pasan por Nariño, Valle, Antioquia y del Urabá pasan a Acandí, el último municipio colombiano que pisan, nos miran porque nosotros somos los que tenemos frontera con Panamá, donde a ellos no les permiten estar. Yo como alcaldesa de un municipio de sexta categoría no tengo injerencia en este asunto”.Pertuz tiene la misma percepción que Córdoba, asegura que los migrantes se atraviesan todo el país pero que solo se vuelven ilegales en Capurganá: “Hemos cerrado la frontera y el paso de migrantes a nuestro caserío hasta que nos den garantías de que no nos van a emproblemar por hacer un servicio humanitario, y si nos quieren encarcelar a los muchachos, se meten con todo el pueblito”.