El ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo García, está en el ojo del huracán. En los últimos días los reflectores están puestos sobre él desde que decidió abandonar su carácter diplomático y pasar a la ofensiva para enfrentar en otro tono a sus opositores políticos. En las próximas semanas va a enfrentar grandes debates en el Congreso y una moción de censura que difícilmente prosperará ante las mayorías con que cuenta el Gobierno.

Sin embargo, esos escenarios en el Senado y la Cámara van a ser el primer asalto de la campaña presidencial que se avecina. En efecto, en el pugilato verbal se enfrentarán varios de los pesos pesados que aspiran a la Casa de Nariño.

Los debates al ministro de Defensa, promovidos principalmente por los senadores Jorge Robledo y Roy Barreras, girarán sobre tres temas. La legalidad de la presencia de 53 soldados estadounidenses en territorio colombiano, los excesos de la fuerza pública durante las jornadas de protesta social y el deterioro de la seguridad.

Hace un año, el entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero, prefirió renunciar y evitar someterse a una moción de censura por no haberle contado al país que ocho niños murieron durante un bombardeo contras las disidencias de las Farc en el Caquetá.

Trujillo García tiene una situación distinta. Las críticas que le han llovido vienen añadidas a la responsabilidad de dirigir la fuerza pública en un país como Colombia y más en una coyuntura como la actual, agravada por la guerra entre las disidencias de las Farc, el ELN y otros grupos armados ilegales por el control de los cultivos de coca.

El panorama es desalentador al sumar el creciente asesinato de líderes sociales y excombatientes de las Farc y las trágicas muertes de Dilan Cruz, Javier Ordóñez y Juliana Giraldo a manos de policías y soldados. No en vano el porcentaje de colombianos que cree que la inseguridad del país empeora pasó del 54 al 88 por ciento entre abril y agosto, el porcentaje más alto en lo que va del Gobierno, según Invamer.

El ministro de Defensa tuvo su última salida, la que llevó a que la oposición se uniera para intentar tumbarlo, frente a la orden de la Corte Suprema de Justicia, que le pidió puntualmente pedir perdón por los excesos de la fuerza pública durante la protesta social de noviembre del año pasado. Trujillo, en un video, respondió que pedía perdón por cualquier violación a la ley cometida por los uniformados, al reiterar un mensaje que había expresado tras la muerte de Ordóñez.

Para muchos, el ministro desacató la orden del alto tribunal. De forma calculada, de ese modo el ministro de Defensa expresó su rechazo al fallo de la Corte Suprema sobre la protesta social, que será revisado muy seguramente por la Corte Constitucional, tal como lo pidió el propio presidente Duque.

La tesis del Gobierno es que ya hay protocolos para regular las marchas y que no se puede condenar ni restarle legitimidad a la fuerza pública por los excesos de unos cuantos uniformados. Pero más allá de los argumentos de unos y otros, el ministro de Defensa y los alfiles de la oposición preparan para los próximos días los primeros ganchos a la mandíbula de la pelea electoral de 2022.

El ministro, como buen político que es, apostará por enfrentarse en un careo verbal con los líderes de la oposición como los senadores Robledo, Barreras y Petro para posicionarse ante la opinión publica. Será un debate político para alquilar balcón, con el plato fuerte de la difícil situación de inseguridad que afronta el país.

Por el fuerte tono que ha empleado en los últimos días, Trujillo va a responderles con la misma moneda a sus opositores. Se trata de un hecho inédito porque hasta ahora ningún ministro del gabinete ha querido enfrentarse públicamente con la oposición ni responder a acusaciones en las redes sociales.

En el caso del ministro de Defensa, el asunto ya va en que denunciará penalmente al senador Robledo por varios delitos, entre ellos la calumnia. ¿Qué busca Trujillo? Sin duda, el ministro buscará capitalizar los debates y que fracasen las mociones de censura, con el fin de tomar oxígeno, fortalecerse políticamente y renunciar a finales de año o a comienzos de 2021, ya bajo una coyuntura distinta, para no inhabilitarse como candidato.

En la baraja de opciones para 2022, el Centro Democrático tiene en Trujillo a un candidato con experiencia. Ha sido canciller de la república, embajador ante la OEA, Rusia, Suecia y Bélgica, constituyente de 1991, alcalde de Cali, ministro de Educación y ministro del Interior.

En el pasado lo conocieron por sus posturas socialdemócratas y en los últimos años giró a la derecha. En 2018 estuvo entre los precandidatos que compitieron internamente con Iván Duque por la candidatura del partido.

Hasta hace unas semanas, el uribismo más radical se sentía huérfano, pues ninguno de los ministros de Duque se atrevía a dar peleas y mucho menos a enfrentar a pesos pesados como Robledo, Barreras o Petro. Hoy las barras bravas del uribismo están felices con Trujillo porque sienten que por fin alguien del Gobierno se sacudió y salió a defender enérgicamente las tesis que los llevaron de nuevo al poder en 2018.

El ministro también ha decidido controvertir con la alcaldesa Claudia López, que se volvió una figura nacional y una piedra en el zapato para Duque. Pero ni al Gobierno ni al país les conviene tener a un ministro candidato. Su desempeño se vuelve insostenible y más en una cartera como la de Defensa, que debe estar blindada de cualquier intencionalidad política.

Los senadores Robledo y Barreras se vienen preparando para el debate y darán mucho de qué hablar. Los dos son grandes oradores, investigan y estudian sus debates y saben que están ante una oportunidad única para lanzar sus precandidaturas. El primero se centrará en la presencia de las tropas estadounidenses. El segundo hará énfasis en lo que llama la politización de las Fuerzas Militares, las masacres, el asesinato de líderes sociales y la pérdida del control de la seguridad.

Como dato curioso, el debate tendrá lugar justo un año después del que afrontó el entonces ministro Guillermo Botero y precipitó su renuncia. “Le deseo mucha suerte a pesar de ser martes 13”, ha dicho Barreras. Antes de esa prueba de fuego, el próximo 6 de octubre Trujillo le dará respuestas a la Cámara de Representantes, donde la oposición también está unida para exigir explicaciones y pedir su renuncia.

Lo más probable es que, paradójicamente, tanto la oposición como Trujillo, que es también un buen orador, salgan fortalecidos luego de los debates. Los congresistas se van a lucir y van a intentar poner contras las cuerdas al ministro de Defensa. Hacía muchos años no se veía un debate con tanta carga política.

En los últimos 16 años, en los mandatos de Uribe y Santos, el gran candidato era el presidente con su posibilidad de ser reelegido. Así opacaba a sus contendores y retrasaba la campaña. Hoy, en un sistema sin reelección, todos los que tienen aspiraciones están encendiendo motores. Más aún cuando el país atraviesa una situación tan difícil.

La peor crisis económica en un siglo, desempleo galopante y una realidad de orden público que no vivía hace décadas, hacen que todos quieran aprovechar el desgaste del Gobierno. Los opositores buscarán sintonizarse con el espíritu crítico que se ha tomado las calles, con el descontento popular y las necesidades de millones de colombianos que sienten que el Gobierno no les soluciona sus problemas y que el ministro no hace nada por mejorar la seguridad.

Y el ministro Trujillo, a pesar de estar contra las cuerdas, tratará de enarbolar las banderas de la institucionalidad. Él sabe que más allá de los excesos de la fuerza pública, que todo el país condena, la mayoría de los colombianos respalda a sus policías y soldados a pesar de la gravedad de lo ocurrido.

Trujillo querrá encarnar la ley y el orden que se contraponen a las imágenes de vandalismos que los ciudadanos ven a diario de televisión y las redes sociales. El dilema político de Trujillo será Uribe. Si bien entrará con tapete rojo a la candidatura del uribismo, hoy la figura del expresidente está desgastada y resta más de lo que suma.

Con los votos del uribismo no le alcanza para ser el próximo presidente de Colombia. El partido atraviesa una crisis desde la detención de su líder, cuya favorabilidad de hace unos años se ha ido a pique y está hoy en el 35 por ciento. La gran pregunta es dónde está la mayoría de los votos. Y están en el centro, una gran mayoría silenciosa que no se expresa en las redes, que no sale a la calle y que vive momentos difíciles, pero no quiere que se caiga la estantería.