A lo largo de las 416 páginas del libro Vida y muerte del cartel de Medellín, el exnarcotraficante Carlos Lehder decidió confesar detalles desconocidos sobre algunos de los hechos que marcaron la historia política y social del país en los años 80 y 90, en medio de la guerra del narcotráfico.
Sin duda, uno de los hechos que marcó ese camino fue el asesinato del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, por órdenes de Pablo Escobar, un doloroso hecho que al final, según palabras del propio Lehder, se convirtió en en un crimen que marcó “nuestros destinos”.
Lehder cuenta en su libro que Pablo Escobar no podía oír el nombre de Lara Bonilla, teniendo en cuenta que el funcionario daba en ese entonces una valiente lucha contra el narcotráfico. “Escobar ya era alérgico a que se pronunciara el nombre de Lara Bonilla en su presencia. Saltaba de la irá”, dice.
Narra que otros narcos hacían hasta mofas sobre el entonces ministro. “Tras varios rones y con mucha algarabía, el Mexicano imitaba en la oficina de Pablo a Lara Bonilla. Decía que él lo veía con el ‘martillo y los clavos’ en la mano, intentando clavar a Pablo en la cruz después de haberlo hecho caminar el viacrucis desde Medellín hasta la cárcel La Picota de Bogotá”, agrega.
En un aparte del libro, el exnarco colombiano se refiere al sonado debate que le armaron a Rodrigo Lara Bonilla en el Congreso, con el escándalo que, supuestamente, había recibido del narco Evaristo Porras. “Santofimio había logrado manchar la imagen pública, más bien puritana del ministro. Lo presentó en un debate en el Congreso, mientras yo me deleitaba con el dramático alegato, sentado en el palco de los periodistas. Asistí acompañado del poeta Luis Fernando Mejía”, expresa.
Además, cuenta cómo se enteró del asesinato. “Era el 30 de abril de 1984, y después de una de tantas jornadas de operaciones de carga aérea, cenábamos con Beltrán y con Bernardo (hombres de su confianza). Ya estaba oscuro cuando escuchamos una algarabía proveniente de la cocina. Las empleadas y el cocinero aparecieron al frente de nosotros exclamando:
—¡Mataron al ministro de Justicia en Bogotá! ¡Pongan Caracol! Otros empleados entraron repitiendo lo mismo. Perplejo, alcancé a decir: —Qué cagada, eso no nos va a ayudar. Beltrán y Bernardo me oyeron y se miraron entre sí. Era una situación extraña. Ninguno de los tres lograba expresar una emoción clara. Tampoco alcanzábamos a dimensionar hasta qué punto este crimen iba a marcar nuestro destino.
—Qué problema tan berraco —logró decir Bernardo después de un rato. Beltrán, enarcando las cejas, opinó: —Era un buscapleitos y le pasaron la cuenta; ojalá no sean narcos los que lo mataron”, narra.
Lehder dice en su historia que Pablo Escobar no le comentó acerca del crimen. “(...) Debo ser claro en una cosa: Escobar nunca mencionó en mi presencia que existiera un plan para asesinar al ministro Lara Bonilla. Para el Mexicano, para Ochoa y para mí, Lara era una peligrosa figura transitoria, puesto que, como ya nos lo habían informado nuestros entonces amigos de Cali, muy seguramente dentro de unos meses saldría del cargo para ser premiado con el nombramiento como embajador de Colombia en España”.
Luego del crimen, Lehder reflexiona y señala que Escobar no supo leer las consecuencias que iba a generar este asesinato. “Yo me pronuncié a mi manera. Dije que justificaba la muerte de quien nos quería expulsar con un tratado que él sabía que era ilegal, pues había sido funcionario diplomático y debía estar al tanto de que un tratado avalado por una ley sin firma presidencial no servía para nada. Años después, en el juicio contra Noriega, confesé que, además, había felicitado a Pablo. Pero, a diferencia de Escobar, yo no tomé el camino de declararles la guerra al Estado y a la sociedad, más bien preferí esconderme en la selva al ver la persecución que el crimen desató. Hoy en día, creo que Pablo no supo leer la situación; él debió haber enviado un comunicado en el que explicara qué lo había llevado a eso. Al no hacerlo, nos dejó a los demás en el aire. Estoy seguro de que no dimensionó todo lo que este crimen iba a acarrearnos a él y a sus socios”.
Según explica Lehder, Escobar, un día, le explicó por qué ordenó el asesinato. “Entrados en confianza, también le comenté de mi sorpresa por no haberme avisado de su decisión de ordenar el crimen. Su respuesta fue tajante: la decisión la había tomado una noche en que vio a Lara alardeando de la extradición y acusándolo a él de todo. Eso lo había emberracado, por lo que ahí mismo había llamado al Chopo y a la Yuca ‘para que acabaran con ese hijueputa’, y prometió regalar una casa nueva a cada muchacho que participara en esa vuelta”.
El exnarco, en el libro, lamenta el asesinato del entonces ministro de Justicia. “Hoy en día, habiendo recorrido un importante trecho de mi propio camino espiritual, en el marco de la cristiandad, puedo decir con tranquilidad que rechazo y lamentaré siempre las acciones sanguinarias y bárbaras de Escobar, comenzando por el asesinato de Lara Bonilla”.