La noche del sábado 28 de abril, un nombre prácticamente desconocido para la mayoría de los colombianos se precipitó como una bola de nieve sobre la realidad de la guerra y la paz en el país. La suerte del periodista francés Romeo Langlois, que, según todo indica, cayó en manos de las Farc en el Caquetá en medio de un combate con el Ejército, catapultó de golpe el lado oscuro de Colombia, el conflicto armado, a las primeras planas de la prensa mundial. En medio de una avalancha de informaciones, comunicados y especulaciones, todo tipo de personalidades nacionales y extranjeras, del presidente Juan Manuel Santos a Piedad Córdoba y de la Unión Europea a Unasur, les están diciendo a las Farc que de lo que hagan o dejen de hacer con el corresponsal francés del canal France 24 y el diario Le Figaro depende que la puerta de la paz en Colombia se siga entreabriendo o se cierre de golpe. "El caso de Langlois, un civil, constituye ahora una prueba de sinceridad para la guerrilla", dijo Catherine Ashton, la 'canciller' de la Unión Europea, recordándoles a las Farc su aún fresco anuncio de no secuestrar. "El mundo entero y Colombia estaremos pendientes del cumplimiento de la palabra por parte de las Farc", declaró Santos. Colombianos y Colombianas por la Paz le solicitó a las Farc confirmar "en lo posible por escrito" si tienen al periodista y "en calidad de qué" y, en caso afirmativo, les pidió darle "pronta libertad". La Comisión Interamericana de Derechos Humanos recordó la protección a la que tienen derecho los periodistas en el cumplimiento de su trabajo. "La guerrilla tiene que demostrar qué tan genuino fue el anuncio de dejar de secuestrar o si se trató simplemente de un hecho propagandístico", dijo el director de la ONG de derechos humanos Human Rights Watch, José Miguel Vivanco. En sentido similar, se pronunciaron el canciller francés, Alain Juppé; la secretaria general de Unasur, María Emma Mejía y otras personalidades. Corresponsales extranjeros y periodistas colombianos que cubren el conflicto suscribieron un comunicado en el que piden liberarlo y otro tanto hicieron los colegas de Langlois en Francia. Brasil ofreció ayuda. El 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, la agremiación Andiarios, que agrupa a los periódicos colombianos, publicó una declaración en el mismo sentido. La fecha contribuyó a que la noticia le diera la vuelta al mundo. Aunque al cierre de esta edición de SEMANA no había aún un comunicado oficial del Secretariado o del Bloque Sur de las Farc que confirmara que Romeo Langlois está en su poder y este no había aparecido, todo apunta a que esa guerrilla se lo llevó. En el legítimo ejercicio de su oficio, Romeo acompañó a la Brigada contra el Narcotráfico número 1 del Ejército en una misión, con tan mala suerte que los militares fueron emboscados por un destacamento guerrillero que los superaba en número. En los enfrentamientos murieron el sargento segundo José Cortés, encargado de proteger al periodista, los soldados profesionales Ubaldo Manuel Camaño y Édgar Rodríguez y el patrullero de la Policía Mario Rodríguez. Cuatro uniformados que desaparecieron fueron encontrados vivos más tarde. El único que no apareció fue el periodista. El martes 2 de mayo, en un gesto inusual para un grupo que ha preferido siempre las comunicaciones escritas firmadas en las montañas de Colombia, una guerrillera llamó por teléfono a la prensa en la región de Unión Peneya, Caquetá, y leyó un lacónico anuncio según el cual Romeo Langlois, ligeramente herido en un hombro, estaría en manos del frente 15 de las Farc, el cual lo había "capturado" y atendido y lo declaraba nada más y nada menos que "prisionero de guerra", la misma fórmula con la que esa guerrilla mantuvo como rehenes, hasta por 14 años, a decenas de uniformados. Esta declaración y el paso de los días sin que el periodista francés aparezca, además de desatar una oleada de especulaciones y polémicas sobre el trabajo de los periodistas en condiciones de conflicto armado (ver recuadro), han puesto de nuevo en primer plano las inmensas dificultades para fraguar un camino hacia la paz en Colombia. El 26 de febrero, el Secretariado de las Farc anunció su decisión de terminar con la práctica de lo que llamó "la retención con fines financieros", es decir, el secuestro extorsivo con el que por años ha asolado a Colombia. Poco después, liberó unilateralmente a los diez últimos policías y soldados que reconocía tener en sus manos. Decisiones que el país recibió entre aliviado y escéptico: mientras algunos las vieron como la "cuota inicial" en el tortuoso camino hacia un final negociado del conflicto armado de medio siglo, otros las consideraron "insuficientes" muestras de la seriedad de la disposición de paz de una guerrilla que ha engañado muchas veces al país. El caso es que esto reforzó la percepción de que, en materia de paz, los tiempos están cambiando. Por largo tiempo, luego del fiasco del Caguán, esta palabra quedó vetada del léxico políticamente correcto en Colombia y, durante los años de la administración de Álvaro Uribe, con frecuencia se asoció con complicidad con la guerrilla. Hoy, la posibilidad de un final negociado del conflicto armado sigue casi tan distante como antes, pero su necesidad ha vuelto a ser parte del debate público y la convicción de que el tan proclamado "fin del fin", la derrota militar de la guerrilla, no es una opción realista, gana cada día más adeptos, incluso entre el alto mando militar. El presidente Santos ha sido de una extrema cautela. Dio la bienvenida al anuncio de suspensión del secuestro extorsivo y a la liberación de los uniformados, pero las declaró insuficientes y pidió más gestos de las Farc, insistiendo en que su ya célebre "llave de la paz" sigue en el fondo del bolsillo y no ha llegado el momento de sacarla de ahí, cosa con la que sigue estando de acuerdo parte sustancial de la opinión y el establecimiento. Desde algunos extremos del espectro político, aun esta cautela se ve como una suerte de traición a los postulados de la política de seguridad democrática y la estrategia de la derrota militar completa de las Farc. Cuando surgieron las primeras noticias del combate en Caquetá, el expresidente Álvaro Uribe trinó: "Mientras asesinan soldados, el Congreso niega fuero militar, pero sí aprueba marco jurídico de paz que da impunidad a Farc". El ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, no tardó en criticar lo que, a su juicio, era utilizar el sacrificio de los militares para hacer política. Y el tono de los enfrentamientos, ya no soterrados sino públicos, entre el presidente Santos y el expresidente Uribe en torno al tema de la paz y la guerra no ha hecho sino crecer. En medio de este crispado entorno político, la suerte de Romeo Langlois puede propinar un puntapié al tablero de la paz y la guerra en el país. Puede dar un enfático empujón a las posibilidades de una paz negociada o convertirse en un nuevo obstáculo para avanzar en esa dirección. En lo esencial, una u otra posibilidad están en manos de las Farc. Y estas tienen solo dos caminos: o lo liberan, lo cual no debería tomar más que días, y le dan a Colombia y al mundo, como dijo la comisionada Ashton, "una prueba de sinceridad" en su disposición de cesar el secuestro; o bien, se quedan con el periodista y lo declaran "prisionero de guerra", con lo cual no solo arrojarían, además de otro ser humano al inframundo del secuestro, una prueba de desprecio por los gestos básicos para despejar la vía hacia la paz en Colombia. Lo primero, reforzaría las perspectivas de sentarse, en el futuro, a hablar de paz; lo segundo, las echaría por tierra por un buen tiempo. Por ahora, solo se puede especular. La falta de confirmación por parte de la jefatura de las Farc sobre la suerte de Romeo y los días que lleva sin ser liberado podrían explicarse por los ritmos de esa guerrilla. Las Farc han tenido como política tradicional no secuestrar periodistas y sería todo un viraje que ahora decidieran hacerlo, en particular tomando de rehén a un corresponsal extranjero que las conoce y ha entrevistado a algunos de sus jefes. Una decisión de semejante calibre e implicaciones debe consultarse al Secretariado o, al menos, a la dirección del Bloque Sur, al cual pertenece el frente 15, y eso puede tomar tiempo. Además, las Farc siempre han sido extremadamente precavidas con las condiciones de seguridad para devolver a la libertad personas que están en sus manos, secuestradas o no. Para completar, su página web, donde habitualmente publican sus comunicados, no está funcionando. Todo ello contribuye a la hipótesis de que el periodista francés podría volver a la libertad en cuestión de días o, a la sumo, unas pocas semanas. Sin embargo, la llamada de la guerrillera a la prensa y, sobre todo, la calificación de Romeo como "prisionero de guerra" y "capturado" son altamente preocupantes. Si realmente viene del frente que lo tendría en sus manos, podría ser resultado de la decisión apresurada de un mando medio al que le cuesta creer que el periodista no sea agente de los militares, luego de verlo bajar de un helicóptero entre uniformados y, en medio de la balacera, despojarse del casco y chaleco antibalas que vestía y echar a correr. Esto no solo implicaría de parte de las Farc desconocimiento o desprecio por reglas básicas del trabajo periodístico en condiciones de conflicto armado, sino el retorno a un término que se convirtió en uno de los peores fantasmas en Colombia. "Prisioneros de guerra": así llamaron a los policías y militares que condenaron a pasar décadas como rehenes en la selva. (Un calificativo que, a diferencia de lo que sostienen algunos, no aplica en Colombia, no porque haya o no guerra, sino porque es una categoría del derecho internacional humanitario exclusiva de los conflictos internacionales). Por otra parte, políticos y analistas han prestado poca atención a la letra menuda de la promesa de las Farc de dejar de secuestrar. Anunciaron el fin de la "retención con fines financieros", pero se reservaron "recurrir a otras formas de financiación o presión política", con lo cual dejan entreabierta la puerta a la toma de rehenes a secas. La disyuntiva es tremebunda para Romeo Langlois. Y no solo para él. Su suerte se ha convertido también en el destino de la paz y la guerra en Colombia. Por algo tiene en vilo al país.   Un civil protegido por el DIH   Mientras Colombia y el mundo están a la espera de que se aclare la suerte de Romeo Langlois, acusaciones vertidas en la agencia oficiosa Anncol (cuya página web está cerrada, pero opera un blog provisional) contra él y los periodistas que presuntamente “tienen asientos ‘VIP’ en los aviones y aparatos de guerra de las Fuerzas Militares”, no solo contribuyen a poner en mayor peligro a Romeo, sino que están en el centro de otro debate, periodístico y humano, que se ha abierto en este caso y ha sido materia de no poca especulación. Romeo Langlois –en esto coinciden quienes lo conocen aquí y los que siguen su trabajo en la cadena France 24 y el diario Le Figaro, en su país– es un experto en el conflicto colombiano, un periodista con experiencia en la cobertura del conflicto armado y un enamorado de este país. Ha producido numerosas piezas periodísticas que así lo prueban. Entre ellas, ‘Todo el oro de Colombia’, su documental sobre la Gran Colombia Gold y el conflicto en torno a la propiedad de esa mina en Segovia, Antioquia, que es una muestra de la independencia con la que practica el oficio. Los periodistas en un conflicto armado tienen el especial privilegio de poder “cruzar las líneas” para contar lo que pasa y lo que se dice en todos los bandos. En conflictos como el colombiano, esto es cada vez más difícil y peligroso. Así como cubría una operación de las Fuerzas Armadas contra el narcotráfico, Romeo había visitado campamentos de las Farc para entrevistar a sus comandantes, como lo han hecho los periodistas que cubren el conflicto. Lo primero no les gusta a las Farc; lo segundo, a los militares, pero es parte regular del oficio de informar con equilibrio e independencia. En el incidente, Romeo llevaba casco y chaleco blindado militares. Esto es desaconsejable, pues dificulta que los contendientes lo identifiquen como civil en medio de un combate y eleva el riesgo de ser tomado como blanco, pero no significa que el periodista deje de ser un civil. SEMANA consultó a expertos del Comité Internacional de la Cruz Roja: cualquier periodista que cubre una misión de combate asume los riesgos que corre, como un bombero en un edificio en llamas, pero solo pierde la protección que le confiere el DIH si participa directamente en las hostilidades. Y ese no fue el caso de Romeo. Las Farc, además de prometer dejar de secuestrar, han hablado de ‘‘regularizar la confrontación’’. Si, como parece, tienen a Romeo en sus manos, deben reconocer su independencia como periodista y la protección de la que es objeto como civil. Eso significa devolverlo sin tardanza.