La de este viernes fue una mañana triste para la comunidad educativa del Colegio Granadino de Manizales. Junto a Marino y Pilar, padres de Catalina Gutiérrez Zuluaga, directivos, docentes y algunos estudiantes se reunieron en una emotiva eucaristía y después en un doloroso silencio para sembrar un árbol en homenaje a su exalumna, a quien todos, casi en coro, recuerdan como una joven jovial, estudiosa y gran futbolista.
El árbol crecerá frente al Cafetorium, lugar que concentra gran parte de la vida escolar, ubicado junto al parqueadero de esta institución educativa bilingüe, una de las más prestigiosas de la capital caldense, donde Catalina se graduó con honores en 2016. Y en cuyos pasillos y salones muchos aún se preguntan, consternados, cómo Catica, una joven de espíritu alegre, sonrisa generosa, con evidentes dotes de liderazgo y siempre solidaria con sus compañeros, se fue de este mundo el pasado 17 de julio.
Varios de ellos se enteraron de su muerte, como el resto del país, en las redes sociales. La impactante noticia daba cuenta de que una residente de cirugía de la Universidad Javeriana de Bogotá había decidido acabar con su vida, producto, al parecer, del maltrato que recibía de algunos de sus docentes.
Una partida que desde entonces encendió una aguda polémica en Colombia sobre las duras condiciones en las que se estarían formando miles de profesionales de la salud en el país y que destapó, de paso, una ola de testimonios desgarradores de varios médicos –algunos tan reconocidos como el doctor Carlos Jaramillo– que decidieron no callar más y narrar con detalle los años de humillaciones, acosos y hasta abusos físicos que experimentaron como residentes.
Con la voz entrecortada, la profesora Adriana Cruz, quien lleva dos décadas de labores en el Granadino, asegura que Catica, como la llamaban todos, no merecía fallecer de esa manera. Hoy coordinadora de disciplina del colegio, en los años en que Catalina fue su alumna impartía una materia que muchos disfrutaban, estudios colombianos, en la que hablaban de geografía, historia, economía y actualidad del país.
“Sé que suele pasar que cuando alguien muere, siempre lo recuerdan como una persona buena. Pero si ustedes no me estuvieran contactando en una situación como esta, sino porque Catica aplicaba para una beca, diría lo mismo: que fue una muñeca, una estudiante ejemplar, propositiva, divertida, dulce, siempre sonriente, amada por sus compañeros. Duele mucho todo esto”, se le escucha decir, haciendo un esfuerzo evidente por terminar la frase en medio del dolor.
Y subraya para SEMANA que, además de su destacada trayectoria académica, brillaba como deportista al formar parte del equipo femenino del colegio, con el que recorrió varias ciudades para representar a su institución.
Ese recuerdo sigue vivo en la memoria de Valeria González, compañera de equipo, quien cuenta que Catalina, zurda en el juego, se desempeñaba muy bien como volante y sus compañeras valoraban no solo su espíritu competitivo, sino su destreza para hacer pases precisos y crear opciones que muchas veces terminaban en goles.
Aquello fue por el año 2012. Los entrenamientos del profe Walter tenían lugar de lunes a viernes. “Cata era muy disciplinada, no se permitía dejar de asistir a un solo entreno. Juntas viajamos a torneos en Cartagena, Bogotá, Barranquilla, Pereira y Armenia. Y también a los intercolegiados panamericanos que se hicieron en Bucaramanga”, dice la joven exalumna.
Cuenta Valeria que siempre sintió que Catalina se refugiaba en el deporte cuando “quería liberarse de la carga académica. Un día recuerdo que llegó llorando porque le había ido mal en un examen de biología. Pero, lejos de ensimismarse, nos invitó a todas a dar lo mejor en ese juego. A volverlo un espacio de cariño entre todas”.
Con esa misma entrega la recuerda también Gustavo Ospina, su maestro de artes, quien la vio crecer desde que Catalina cursaba la primaria y ya desde entonces se destacaba como “una estudiante aplicada, amiguera, siempre dispuesta a ayudar a los demás. Cuando me enteré de lo que pasó, lo primero que se me vino a la memoria fue su sonrisa. Porque siempre la veías con una sonrisa puesta en todos lados”.
Un sueño que se truncó
Ya desde entonces hablaba de su anhelo de convertirse en médica. Y con el apoyo de sus padres, destacados empresarios de Manizales, empacó sus sueños y se embarcó hacia Bogotá para estudiar en la Javeriana.
Varios de sus compañeros de carrera se hicieron presentes durante la velatón que tuvo lugar el pasado lunes 22 de julio, en la plazoleta de la universidad. Y como si el tiempo no hubiera pasado, la evocaron casi de idéntica manera que quienes la conocieron en el colegio: una mujer con una disciplina a prueba de rumbas o devaneos, siempre concentrada en sus clases y exámenes. Muchos de ellos con velas en las manos y otros más con sus batas de doctores, se fundieron en dolorosos abrazos, en medio del abatimiento de una noticia que se negaban a creer.
Varios de ellos aseguraron en SEMANA que los casos de acoso y maltrato en esta universidad no son nuevos, “solo que se han normalizado absurdamente, porque, según muchos de los profesores, es una manera de formar el carácter. Yo creo que Catalina murió sola, sin que nadie la escuchara, en medio de un entrenamiento y una formación médica deshumanizada”, sostiene Carlos, quien prefiere omitir su apellido “por miedo a represalias”.
A su lado, Daniela, otra estudiante, con el rostro bañado en lágrimas, critica la “tibia reacción” de la universidad en este caso. “Solo vinieron a emitir un comunicado el día domingo, cinco días después de la muerte de Cata, debido a la presión mediática. Antes de eso, no les interesó pronunciarse. Debe ser que en Colombia toca pasar por lo que le pasó a ella para que digan que van a tomar medidas. Puras palabras vacías”.
Mariana Rodríguez, a su turno, dice que además de los abusos, especialmente verbales, se estudia en medio de una carrera contra el tiempo y la presión de no “saltar del barco”, pues no son muchas las plazas que se abren anualmente para la residencia de cirugía.
Y denuncia una situación que considera aún más grave: “Luego de que se conociera la muerte de Catalina, muchos, óigase bien, muchos de los docentes de la facultad han salido a excusarse de sus abusos con el argumento de que están formando a una generación de cristal a la que no se le puede decir nada. Entonces, ¿de qué sirve que la Javeriana diga en un papel que va a tomar medidas, si los propios profesores desestiman lo que pasó y creen que no es necesario cambiar? Les debe parecer normal que una residente se quite la vida por la presión de ellos”.
La profe Adriana dice que le cuesta creer, como docente, cómo es posible que un ambiente educativo propicie situaciones como las que vivió su exalumna. “Catica no fue una niña depresiva, a quien vieras llorando en los rincones. Nada de eso. No era una niña vulnerable, a quien uno como maestro viera en una situación de esa naturaleza. Era una niña feliz en todo el sentido, que vio su vida siempre con propósito. Eso debe quedar claro”, dice.
“Es duro siquiera imaginar por cuántas cosas tuvo que haber pasado. Y uno se pregunta qué más podemos hacer los docentes hacia el futuro para que estos niños asuman los retos y las exigencias que les depara el mundo allá afuera”, reflexiona la profe Cruz.
Mientras las respuestas llegan, familiares, amigos y excompañeros se aferran a los recuerdos de una “mujer que supo ser luz” y cuya muerte esperan no sea en vano y transforme la realidad a la que se enfrentan los profesionales de la salud. Así lo dejó claro su madre en la eucaristía de despedida: “Mi chirriquitica, vete en paz, de la mano de la Santísima Virgen, ella ya me dijo que te iba a llevar de la mano al reino de Dios. Allá te van a acoger y vas a poder descansar y ser feliz”.