el miércoles pasado, desde una tarima en el estado Falcón, el presidente Hugo Chávez, iluminado por los reflectores y desplegando todos su dotes de showman, le dedicó una canción improvisada en inglés a Henrique Capriles. “Never in the life (nunca en la vida) el majunche gobernará, forever and ever”, cantó. Esta es la última adaptación del mensaje clásico que Chávez lleva repitiéndoles desde hace años a sus opositores: nunca volverán. La retórica incendiaria pero a la vez cautivante de Chávez es un fenómeno digno de estudio. Habla demasiado, a veces dice algo y se retracta, pero algunas de sus palabras se han convertido en hechos. Por eso, para muchos la advertencia de su intención de quedarse en el poder no solo seis años más, sino para siempre, es una profecía apocalíptica que ya no se puede tomar en chiste, y menos si se considera el camino que ha trazado para el futuro de Venezuela. De ganar, lo que viene es la radicalización de su proyecto revolucionario, bolivariano y socialista. Para muchos esto quiere decir que se profundizará un modelo antidemocrático, cada vez más indiferente a las libertades, de corte militar con Chávez como máximo comandante y los ciudadanos como sus soldados, con un modelo económico estatista y un sector privado acorralado. No es un proyecto escondido, está en su plan de gobierno y lo repite hasta el cansancio. “Lo que está en juego este 7 de octubre es la legitimación del modelo comunal”, afirma la socióloga Margarita López Maya. Eso significa ampliar el paso de la estructura descentralizada de gobierno, en la que los estados y municipios son regidos por gobernadores y alcaldes, a una en la que los Consejos Comunales asumen funciones.  Estos son integrados por miembros de la comunidad, que no solo solucionan las necesidades más apremientantes de sus habitantes, sino que administran y ejecutan recursos otorgados por el presidente. Es la centralización máxima y la dependencia total del caudillo, no solo como cabeza del Ejecutivo, sino como padre benefactor y líder máximo del Poder Popular. Esta figura empezó a gestarse después de la segunda reelección en 2006, y ha ido tomando forma en los tres últimos años con seis leyes y decretos aprobados por la Asamblea Nacional y el presidente. Pero al igual que todos los planes del chavismo, una cosa es lo que está escrito y otra cosa lo que se aplica, y entre los Consejos Comunales hay de todo, con casos exitosos y otros disfuncionales. Además, hay elecciones de gobernadores en diciembre y de alcaldías en abril y Chávez está poniendo candidatos claves para recuperar los estados que perdió hace cuatro años, como al vicepresidente Elías Jaua, para la Gobernación de Miranda, o al ministro del Interior de Justicia, Tarek El Aisami, para la de Táchira. Eso indica que, al menos en el plano más inmediato, la descentralización no desaparecerá de tajo y la oposición tendría que hacer un esfuerzo mayor para tratar de ganar espacios y hacer contrapeso a Chávez desde las regiones. Otro problema de Chávez es que el modelo económico que quiere montar, que le permitiría seguir financiando su revolución, es insostenible aun si los precios del petróleo se mantienen por encima de 100 dólares el barril. Chávez ha fracasado en generar fuentes de ingreso distintas al petróleo, que además solo crece a una tasa de un por ciento, y le tocó importar productos derivados y gas de países como Colombia.  Paralelamente la deuda externa y el gasto público siguen aumentando, sobre todo en meses preelectorales. Entre enero y mayo las importaciones crecieron en 10.000 millones de dólares para evitar el desabastecimiento y alimentar las misiones. Venezuela no produce lo suficiente para su gente, que tiene una mentalidad más consumista que comunista. En las cabañas de latas de los barrios pobres hay antenas de DirecTV, grandes equipos de sonido y televisores de alta gama. Los chavistas explican que “cuando satisfaces necesidades te aparecen otras”, como le dijo a SEMANA un analista del oficialismo. Explicó que gracias a los Mercal, la gente ya no solo compra alimentos para el día sino para varios y eso generó la necesidad de tener neveras. Una de las misiones más recientes, ‘Mi casa bien equipada’ ofrece electrodomésticos a bajo costo para los pobres. Pero este tren de gastos será insostenible y Chávez tendrá que tomar medidas fiscales, y recurrir incluso al sector privado que ha castigado con expropiaciones y control cambiario. Según el Indice de Libertad Económica Mundial, que mide las percepciones entre los empresarios, Venezuela ocupa el penoso lugar 174, superado, incluso, por países represivos como Birmania. Pero la economía no es la única fuerza que podría frenar el proyecto revolucionario chavista. “Los venezolanos no hemos resuelto la contradicción entre autoritarismo y autocracia”, dice Jesús Machado, investigador social del Centro Gumilla. Con Chávez ha habido una tendencia más hacia la autocracia que hacia la democracia. De hecho Venezuela tiene una bajísima calificación de 2,9 en el Índice de Desarrollo Democrático. Pero hay razones para creer que los venezolanos no aceptarán un régimen dictatorial. Hay una línea que la gente no se atrevería a cruzar en nombre de ‘la patria’, como perder ciertas libertades, entre ellas la propiedad privada. Y la ideologización es aceptable pero hasta cierto punto. En 2007 hubo una fuerte resistencia al proyecto de reforma educativa de Chávez y este lo echó para atrás. Además, hay dudas de que la gente esté dispuesta a seguir ‘luchando’ por un proceso revolucionario lleno de contradicciones. Un estudio del Centro Gumilla sobre las valoraciones sociales de la democracia encontró que en los sectores populares la gente está harta de la confrontación y polarización, que acabó con las relaciones familiares y de amigos. La radicalización no ha aportado nada para superar el modelo de exclusión social y el clasismo presente en Venezuela. Y no es solo un problema de ejecución e ineficiencia de un Estado que hoy tiene 1.000 cabezas, sino también de corrupción, o como prefiere llamarlo la socióloga Maryclen Stelling, las ‘desviaciones’ del proceso. Hay un descontento entre los chavistas por la burocratización y exigencia de lealtad en los afectos hacia el presidente, que en un inicio era una fuerza espontánea. No es gratuito que hoy Venezuela ocupe el puesto 172, entre 182, en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional. Finalmente está un factor con el que ni Chávez ni la oposición contaban, la enfermedad del presidente, que podría ser la principal talanquera a su revolución. Sobre esta hay un secretismo absoluto y mucha especulación, incluida la idea de que Chávez va a renunciar a su candidatura en los próximos días porque está enfermo y no aguantaría una derrota. Aun si es reelegido, si muere en los próximos tres años, se debe convocar a elecciones de nuevo. Ante esta situación es difícil vislumbrar un líder que pueda reemplazar a Chávez, porque el suyo es un proyecto personalista y él es el único aglutinante que une a los políticos a su alrededor y al mismo tiempo evita que surjan otros que puedan disputarle protagonismo. Ante este vacío de poder, la oposición, pero especialmente Henrique Capriles, que ya ha logrado consolidarse como una figura con fuerte apoyo popular, encontraría una nueva oportunidad. “Never in the life”, le dijo Chávez a Capriles, pero este solo tiene 40 años y una larga carrera política por delante. Su propia vida, sin embargo, podría terminar, trágicamente, antes de conquistar la batalla que se había trazado como el comandante de una revolución histórica.