Cuando el presidente de un país toma el micrófono para hablar públicamente sobre una enfermedad contagiosa, sin quererlo está dejándole saber a la gente que el tema es preocupante. Así le sucedió al estadounidense Barack Obama en 2014 cuando les habló a sus paisanos sobre la amenaza del ébola. Y, guardadas las proporciones, así también le pasó el pasado 29 de diciembre a Juan Manuel Santos, quien debió aparecer en público y pedirles a los colombianos que “tengan cuidado” con el chikungunya. El hecho es significativo, pues así arranca este 2015 con ese virus en la agenda presidencial. Y el primer mandatario tiene razones de sobra para haberlo puesto entre sus prioridades. Al cierre de esta edición, el Instituto Nacional de Salud (INS) había confirmado 74.740 casos en todo el territorio nacional y tenía en estudio otros 5.237. El Ministerio de Salud da por hecho que la cantidad total podría ser mucho mayor, ya que cada vez más personas deciden tratarse en casa, y así no es posible contabilizarlas. Un experto de esa entidad le dijo a esta revista que “podrían ser hasta el doble”, lo cual significa que hoy, mal contados, habría hasta 150.000 enfermos en el país. Los números impactan pues reflejan cómo en solo cuatro meses el virus, proveniente de África, ha pasado de ser un fenómeno presente en unas pocas poblaciones apartadas de la costa Caribe a causar altas fiebres, intensos dolores y largas incapacidades a habitantes de toda Colombia. El chikungunya —transmitido por los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus, los mismos que propagan el dengue— se esparce a gran velocidad. Cuando llegó al país en septiembre pasado, las autoridades registraron en un primer informe solo 15 casos. Al día siguiente, contaron 226. 24 horas después, la cifra había pasado a 364, y un día más tarde, a 628. Ese ritmo de expansión ha generado las docenas de miles de casos de hoy y les permite a los expertos proyectar su desarrollo en este año. En julio, el virus alcanzará su pico con 800.000 casos, y solo a partir de entonces las infecciones empezarán a caer. El chikungunya ya es una epidemia en Colombia y se ha convertido en materia de preocupación y debate. En ciudades muy afectadas como Cúcuta, Cartagena y Sincelejo casi todo el mundo tiene un conocido que ya sufrió o sufre la enfermedad. En Santa Marta, todos los habitantes de un barrio, el Luis Carlos Galán, presentaron los síntomas y a la mayoría le fue diagnosticado el chikungunya. Todos ellos sufren un súbito brote de fiebre y un agudo dolor en las articulaciones que los dejan en cama entre dos y 12 días y les causan dolores de cabeza, náusea y sarpullidos. La enfermedad usualmente no es mortal, y la mayoría de los afectados se recupera del todo. Pero si no se trata con cuidado puede ser peligrosa para adultos mayores, niños, mujeres embarazadas y enfermos de cáncer o VIH. En algunos casos, los efectos en las articulaciones pueden volverse crónicos. De las bromas a las quejas A todo esto se han sumado las vacaciones de Navidad que contribuyeron a acelerar la expansión de la enfermedad, ya que miles de viajeros la contrajeron durante su paso por las regiones afectadas. El rápido incremento de los casos en las últimas semanas ha llevado a la gente a reaccionar. Como no suele ser mortal, algunos expresan sus críticas con bromas y folclor. En ciudades de la costa Atlántica la gente quemó muñecos de año viejo con la figura del mosquito. Los barranquilleros le pidieron a Dios que no permita que el insecto los pique antes del Carnaval, y los vendedores de juguetes de la ciudad bautizaron chikungunya a una muñequita que por sus características parece tener los síntomas. En Santa Marta y Cartagena ya suenan versos de champetas y reguetones dedicados al virus. Esa circunstancia tiene un efecto adicional preocupante. Como saben que casi nunca es letal, hoy por hoy cada vez más contagiados prefieren quedarse en casa y manejar su enfermedad a punta de acetaminofén, el cual incluso llegó a estar escaso durante algunos días en Barranquilla. Otros que también se niegan a que un especialista los examine prefieren seguir los consejos de algún vecino, como en Montería donde la gente anda comprando un milagroso jarabe de mango que supuestamente espanta el virus. Y esa falta de un diagnóstico médico puede ser peligrosa. Esta situación llevó al presidente Santos, durante sus palabras de fin de año, a advertir a la gente sobre los enormes riesgos de automedicarse, pero también obligaron al defensor del Pueblo, Armando Otálora, a salir a criticar al gobierno. El 27 de diciembre, Otálora le dirigió una carta al ministro de Salud, Alejandro Gaviria, en la que sostiene que el gobierno nacional y las secretarías departamentales y municipales de salud “reaccionaron tarde” al virus y que no han sido capaces de “tomar las medidas suficientes” para prevenir su propagación y evitar la actual epidemia. El defensor acababa de llegar de un viaje por varias regiones del país, donde había quedado estupefacto al revisar los cientos de denuncias recibidas en las Defensorías. En algunos hospitales, especialmente en lugares remotos, algunas personas se han topado con médicos que ignoran cómo tratarlos, o con que las EPS no quieren cubrirles los tratamientos y medicamentos para mitigar los síntomas. En diálogo con SEMANA, Otálora suavizó el tono de sus señalamientos y reconoció que “el gobierno ha hecho un programa de prevención”. Pero dijo que desde su posición no puede “desconocer las abundantes quejas de la comunidad a la ignorancia de algunos médicos y funcionarios y a la falta de prevención” y contó que le había dicho personalmente al ministro de Salud que le parece “grave” que “en plena jornada de vacaciones no existan centros de información”. Gaviria rechazó las críticas del defensor y recordó que desde mucho antes del brote de la enfermedad el gobierno ha ejecutado “una importante labor pedagógica”. “Uno siempre puede decir que algo faltó, pero nosotros nos estamos preparando desde hace más de un año para la llegada del chikungunya”, dijo. El viceministro de Salud Pública y Prestación de Servicios, Fernando Ruiz, dijo en conversación con SEMANA que “el defensor tiene una gran falta de información”. Ruiz dice que Otálora se equivoca al decir que el gobierno reaccionó tarde. Según él, el ministerio, el INS y las entidades regionales han asumido frontalmente el asunto desde que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) emitió una primera alerta, cuando el virus llegó a la isla francesa de San Martín, en el mar Caribe, en diciembre de 2013. Durante los siguientes tres meses, los expertos del ministerio prepararon un plan de contingencia que les permitió lanzar en marzo de 2014, seis meses antes del brote en Colombia, una convocatoria nacional para establecer los lineamentos para manejar una eventual llegada del chikungunya. A las críticas por “medidas insuficientes”, Ruiz contestó que el gobierno lleva dos años invirtiendo 70.000 millones de pesos para controlar la reproducción de los mosquitos trasmisores y, en los meses del brote actual, ha gastado ya 16.000 millones de pesos, entre otras cosas, en campañas de prevención. “Esto lo hemos divulgado en docenas de eventos que hemos organizado en todo el país y en los cuales la Defensoría nunca ha estado presente”, dijo Ruiz. “La reacción tardía es del defensor”. Para él, lo que habría que hacer es ayudar a impulsar los planes de prevención. No le falta razón. Para prevenir la enfermedad no existen antivirales, ni vacunas. Según la OPS, la población de América Latina no había estado en contacto con el virus y, al no tener anticuerpos que la protejan, es vulnerable a desarrollar una epidemia como la actual. Además, los expertos de esa organización recuerdan que controlar del todo la reproducción del mosquito es imposible. Este habita en todos los países entre el sur de Estados Unidos y Argentina, y lo único que puede hacerse para reducirla es tapar y asear piletas, lavaderos y otros depósitos de agua. Ante este panorama, a los colombianos, así como al millón de infectados que ya hay en el continente americano, no parece quedarles mayor remedio que confiar en la buena voluntad y la franqueza del gobierno. Otros países, como Venezuela, han decidido no registrar parcialmente el chikungunya y más bien incluirlo en la categoría de las fiebres altas. Esto le ha permitido al vecino país ahorrarse el desgaste de un debate público, pero por supuesto no ha disminuido el contagio. Visto así, Colombia va por la senda correcta, pero debe urgentemente remediar los defectos de su labor. Y la gente, a su vez, no solo debe actuar con disciplina y embadurnarse en insecticida, ponerse mangas y pantalones largos, sino también hacer fuerza para que no la pique uno de los mosquitos del chikungunya. Doblados por el dolor El primer brote del virus surgió en África Oriental en 1952 y se expandió por otros países del África subsahariana hasta llegar al sur de Tanzania, donde los miembros del grupo étnico de los makonde le pusieron su nombre actual. En la lengua de esa cultura, ‘chikungunya’ significa ‘doblarse por el dolor’, lo cual describe quizá el principal síntoma de la enfermedad que produce. Con el tiempo, el virus salió de ese continente, llegó a Asia, donde se concentró en la península india, y se propagó por el mundo. Hasta hoy, la Organización Mundial de la Salud ha registrado contagios en 40 países, incluidas algunas naciones de Europa. En América el primer registro de la infección data de diciembre de 2013, luego de que, al parecer, un viajero lo llevó por avión desde un país africano a la isla francesa de San Martín. Estalla el contagio Desde que llegó a Colombia en septiembre de 2014, el virus ha estado multiplicándose de manera exponencial. A mediados de este año habrá diez veces más contagiados que en la actualidad.
Así va la epidemia El virus ya llegó a todos los departamentos de Colombia y está en más de 20 naciones de América.
Infografía: Javier de la Torre Galvis