“¡Buenas tardes!”, gritan con una sonrisa en el rostro aquellos que se sientan durante horas a las afueras de las casas coloniales de rejas talladas en madera, con andenes anchos y en los que caben al menos cinco mecedoras del mismo material –la ebanistería es el sello de los habitantes de Ciénaga de Oro, Córdoba–. Con una tasa de tinto en la mano o una botella de Kola Román y crocantes casabes –tostadas de yuca–, entablan largas tertulias, hoy más que nunca, sobre la política del país. Cuando algún vecino pasa por enfrente, se escucha: “Se viene Petro”. Y del otro andén responden: “Claro, orense vota orense”. Pero también hay quienes con una cara de desagrado y manoteo dicen: “No, hombre. Yo qué voy a votar por ese guerrillero que nos trajo tanta vergüenza y dolor”. En ese momento, todos aseguran conocer una historia diferente de quien hoy afirma haber nacido allí hace 62 años, pero que está registrado en Zipaquirá, Cundinamarca. La conversación se acalora, los 35 grados de temperatura no lograron lo que los sarcasmos sí. Cada uno se va para su casa.
En 246 años, desde su fundación Ciénaga de Oro se ha caracterizado por tener bases conservadoras al contar con familias de trayectoria política como los Burgos, que han ocupado cargos públicos a nivel nacional. Por su parte, los Petro basaron su economía en la agricultura y la ganadería, algunos docentes y abogados. Pero el que tenía en sus venas la política fue Gustavo Petro Urrego, nadaba contra la corriente. En esas dos familias, con el paso de los años se desarrolló una historia de amor que generó rechazo de algunos sectores por la manera en que Gustavo Petro concebía la construcción de una nueva sociedad.
El 19 de abril de 1960, dos días después del Domingo de Resurrección, cuando se culminaba la conmemoración de Semana Santa de Ciénaga de Oro, Clara Urrego, esposa de Gustavo Petro Sierra, quien estaba de visita, empezó a sentir contracciones sobre las seis de la tarde. Justo al frente vivía María Montes, quien atendió el parto. Recuerda Gustavo que vio cómo la mujer le dio varias palmadas a su primogénito para comprobar que estaba vivo. El llanto del bebé, hoy candidato presidencial, sonó tan fuerte que traspasó la pared de bahareque y techo de paja de las casas multicolores que había en la cuadra. Varios vecinos cuentan que sus abuelos narraban la historia porque Tavito, como le dicen de cariño a Petro, siempre dio de qué hablar.
Este en imágenes el pueblo y las calles en las que Petro empezó a escribir su historia:
El niño fue llevado a Zipaquirá, y volvía al pueblo en vacaciones para visitar la casa de la abuela Francisca y de la tía Carmen Petro. De esa infraestructura solo queda el recuerdo, pues hace cinco años fue demolida para construir dos casas de un número igual de pisos. En una de ellas, queda actualmente la sede de campaña de Petro, a cuatro cuadras del parque central. Sin embargo, a menos de 30 metros hay una réplica de la vivienda, a la que llevan a los visitantes y graban documentales para explicarles cómo fue la infancia del candidato.
Los señores entre 50 y 70 años se reúnen alrededor del parque central para recordar la época en la que vieron crecer a Petro, el fútbol en las calles donde él jugaba de delantero, los días en que los más grandes lo engañaron haciéndole creer que nadar en el caño de Aguas Prietas era nadar en el mar de Coveñas. Desempolvan de sus álbumes fotografías ya deterioradas en las que se ve a Petro con grandes camándulas en el pecho y, por eso, desmienten que sea ateo. “Él entraba a la iglesia a rezar y salía a mariposear por el parque y a ver a las jovencitas del pueblo”, recuerda Jorge Luis Petro, su primo.
Lo describen como una persona tímida y buen lector. Nunca se sintió a gusto con las corralejas, a pesar de ser tradicionales en su región. Además, un buen bailarín de porro y, dicen quienes lo vieron, todo ocurría mientras cantaba: “Si quieren tomar cerveza, un trago de vino, un trago de anís. Por eso no se preocupen. Todo lo paga Roberto Ruiz”, canción compuesta por su paisano Antolín Lenes. En Córdoba han nacido músicos, pintores, escritores y poetas reconocidos a nivel mundial. No todo es bueno. Amigos de parranda de Petro cuentan que tiene sus cosas malas como “un mal beber, se vuelve cansón cuando se le suben los tragos”, otros aseguran que “es egocéntrico y de carácter fuerte”.
Entrevista con el papá de Gustavo Petro:
Los muchachos y las jovencitas entre los años setenta y ochenta vivían deslumbrados con las ideas revolucionarias y el deseo que Petro tenía de construir una mejor sociedad, en la que todos tuvieran las mismas oportunidades. Cuando las ideas hacían eco, los adultos de los hogares conservadores –la mayoría en el pueblo– se empezaron a sentir incómodos y trataban de no dejar mucho tiempo a sus hijos con Gustavo. Postura que aumentó cuando entró a la guerrilla del M-19.
Petro invitó a algunos jóvenes de Ciénaga de Oro a formar parte de la organización, como lo confiesa en su libro Una vida, muchas vidas, al hablar de su entrañable amigo Enan Lora, quien murió torturado por funcionarios del extinto DAS. En ese entonces, por respeto a la familia Petro que goza de gran aprecio en el municipio, los comentarios en contra de Gustavo se hacían en voz baja, pero la orden era que los más pequeños no podían tener contacto con el hoy líder político. “A él lo capacitaron para lavar cerebros. Mi hermano me decía si tú quieres un cambio es porque te nace, no porque Gustavo te lo dijo”, menciona uno de los que piensan que el cambio no es con Petro. Asegura que vio sufrir a muchos padres cuando sus hijos se volaban de la casa.
Por más que tuvieran buenos ideales, delinquían justificándose en ser una especie de Robin Hood colombianos “robando a los ricos para darles a los pobres. Pero delito es delito”, son algunas de las posturas de los que le hacen campaña a Rodolfo Hernández, indicando que el fin no justifica los medios. Ciénaga de Oro ha sido refugio en los momentos más difíciles de Gustavo Petro, como cuando asesinaron a Carlos Pizarro, el 26 de abril de 1990.
Hay quienes dicen que el primer mayor logro de Gustavo Petro en la política tradicional de la región fue enamorar a Katia Burgos, una jovencita de la familia más conservadora de Córdoba. Ella se fue a estudiar a Bogotá, donde conoció a Petro, cuando era militante de la guerrilla. Se convirtió en la mamá de Nicolás Petro Burgos, quien actualmente es diputado del Atlántico por la Colombia Humana e hijo mayor del candidato presidencial. El romance se acabó, y Gustavo Petro tuvo otras dos relaciones serias, en las que tuvo cuatro hijos más, entre ellos tres mujeres. Actualmente, está casado con Verónica Alcocer.
Cuando Petro llegó a ser congresista de la república, los habitantes del pueblo esperaban que sus condiciones mejoraran, pues las casas coloniales contrastan con los barrios de invasión, con la falta de agua en algunos sectores y otras problemáticas que están lejos de la igualdad de oportunidades de la que siempre habló Gustavo Petro. Esas ayudas no llegaron materialmente, sino con los efectos del control político en los que reveló la existencia de la parapolítica.
Hay un carro de bomberos que cuidan con recelo en Ciénaga de Oro, lo donaron los bomberos de Bogotá, cuando él fue alcalde de la capital del país, sin matrícula ni permisos. Empresarios de la región aportaron dinero para adecuarlo. Duró varios años sin uso, algunos dicen que por el “odio” de los políticos de derecha a Petro, y los otros se defienden aclarando que sin documentos y mantenimiento solo podían usarlo como material didáctico.
En las calles destapadas del municipio –por mal estado y reparación de la red subterránea del acueducto– pasa algo particular. Décadas después de que era un tabú hablar de su amistad con él, hoy en día le sobran familia y amigos. Muchos dicen ser parientes. “Yo soy prima del compadre de la hija que se casó con un primo hermano del futuro presidente”, dice una mujer que trata de evitar caer en esas vías, mientras deja claro que votará por los suyos con la esperanza de que su pueblo deje de pasar desapercibido en el territorio nacional.