Un valle de la muerte se extendió esta semana en el páramo de Berlín. La escena era escabrosa y arrancó lágrimas de los amantes de este ecosistema sagrado. Decenas de frailejones seguían de pie, en medio del humo y la ceniza, calcinados y sin vida. La muerte de un frailejón es una tragedia irreparable. La planta es la guardiana del agua. Se levantan imponentes hasta los 10 metros de altura y algunas de sus especies crecen tan solo un centímetro por año. Atrapan la humedad y forman pequeñas gotas que, poco a poco, van escurriendo al suelo, que retiene el agua hasta que se convierte en ríos o lagunas. Los que se quemaron en Santander podrían tener más de un siglo de vida.
Colombia, cercada por el más voraz fenómeno de El Niño y la ineficiencia del Gobierno para controlar las llamas, no tiene un cálculo exacto de la biodiversidad perdida. Pero sí tiene frente a sus narices la prueba más fehaciente de que el cambio climático es tan real como peligroso y que el país no está preparado para enfrentarlo.
Por más de una semana, los bogotanos han visto cómo los cerros se queman ante sus ojos en una chimenea que emerge desde las montañas. En los últimos días, la ciudad –alertó el Índice Bogotano de Calidad del Aire y Riesgo en Salud (Iboca)– vivió un riesgo “alto” en varios puntos, entre ellos la carrera Séptima. Mientras el nivel bajo debe estar de 0-50, esta semana llegó a 150. Cantidades enormes de CO2 tienen a Bogotá con una calidad de aire mala o muy mala dependiendo del sector.
Una parte de la capital tuvo que replegarse. Las universidades y colegios volvieron a la virtualidad. Las tenebrosas imágenes del cielo denso lleno de humo que se ven en China comenzaron a amenazar con volverse una realidad. Mientras tanto, a las casas de los vecinos de los cerros llegaban los pájaros y coatíes que huían de las llamas. Y la campaña para ponerles agua en los balcones y ventanas se volvió viral. Además, uno de los 17 humedales de la capital, Tibanica, también cayó presa del fuego. Patos, tinguas y curíes salieron despavoridos a buscar refugio en los barrios vecinos.
Pero lo que vieron los bogotanos se sufre en otros paraísos de la naturaleza en dimensiones apocalípticas. Hasta el viernes, 10.000 hectáreas se habían quemado en la cuenca del río Bita, conocido como el río de la vida por ser alimentado durante 5.070 años. Ahí en el Vichada, en el parque nacional El Tuparro, también ardieron 8.000 hectáreas. Así, el refugio de los jaguares, aves migratorias, delfines rosados y millones de especies comenzó a morir. La majestuosa Sierra de Nevada de Santa Marta también fue alcanzada por las llamas.
Pero lo que más alerta a los ambientalistas son las quemas de la Amazonia, que son permanentes. “Es tristísimo, es de llorar. Al sobrevolar el Amazonas uno puede ver selvas de 3.000 años convertidas en cenizas en un solo día. El fuego tiene una capacidad destructiva superlativa. Estamos perdiendo un patrimonio natural del cual dependemos todos”, sostiene la rectora de la EAN, Brigitte Baptiste.
Rodrigo Botero, director de la FCDS, cuenta que el país tiene en este instante 338 focos de calor y frente a 2023 se ha presentado un aumento del 200 por ciento en el número de focos en la Amazonia. Y se espera que el fenómeno se agudice en febrero. “En Bogotá se han quemado esta semana unas 26 hectáreas. En la Amazonia esos incendios se están dando multiplicados por 1.000. En cinco años, las llamas han consumido 140.000 hectáreas. Y en cada una de ellas se pierden 600 o 700 árboles maduros con todo el universo de especies que viven allí. Necesitamos hacer un cese al fuego no solo con los grupos armados. Necesitamos un cese al fuego con los bosques y los páramos del país”, agregó Botero, uno de los actuales negociadores de los diálogos con el ELN.
Los expertos coinciden en que las quemas van a empeorar. “Las grandes sequías están produciendo grandes incendios en todos los países del mundo, sin excepción”, explica Manuel Rodríguez, exministro de Ambiente. Por ahora, Colombia está lejos de estar lista y la enorme diversidad que albergan sus ecosistemas se encuentra en peligro.
“Si esto se extiende, el daño va a ser crítico”
Hernando García, experto biólogo y director del Instituto Humboldt, explica el daño que las llamas están dejando en la naturaleza.
SEMANA: ¿Por qué están sucediendo estos incendios?
Hernando García: Estamos viviendo una doble consecuencia: los efectos de El Niño, menos lluvias y unos días mucho más calurosos. Y esa combinación en ecosistemas transformados, como los cerros orientales de Bogotá, que son el refugio de una biodiversidad única, los ha vuelto muy vulnerables.
SEMANA: ¿Qué pasa con el bosque cuando las llamas se encienden?
H.G.: En los cerros orientales viven muchos animales. Muchísimas aves, algunas migratorias que utilizan estos bosques en esas épocas. También mamíferos, como tigrillos y coatíes. Reptiles e insectos. Vive, por ejemplo, una ranita endémica para la que los cerros son su único refugio. Algunos de ellos están alcanzando a migrar. Los coatíes, por ejemplo, puede que alcancen a huir, pero no si están criando porque nunca dejarían a sus hijos. Pero otros están muriendo.
SEMANA: ¿Qué especies podrían ser las más afectadas?
H.G.: Por ejemplo, las ranas. Ellas respiran por la piel y necesitan humedad para sobrevivir. Entonces, habrá una pérdida grande de especies que no pueden moverse porque no tienen cómo reaccionar. Algunas otras van a poder moverse. Lo importante es que esto no se siga expandiendo. Si esto aumenta, el daño va a ser crítico.
SEMANA: ¿Qué significa la pérdida de los frailejones en el páramo, en Santander?
H.G.: Perder hectáreas en los páramos de Saturbán y de Berlín es doloroso. Me duele mucho. En Colombia hay más de 100 especies de frailejones. Es en nuestro país donde esta especie tiene una explosión en términos de biodiversidad. Pueden soportar enormes cambios de temperatura y a través de sus hojas en rosetas capturan el agua que viene en la neblina. Su función ecológica es muy importante porque son esenciales en la regulación hídrica. Y muchas especies viven dentro del frailejón y, a su vez, son el alimento de otras, como el oso de anteojos. Es emblemática. Parte de nuestra identidad como país.
SEMANA: Estos incendios se han presentado con intensidad en los últimos meses en la Amazonia. ¿Cuál es el impacto?
H.G.: Yo he tenido la posibilidad de ver lo que queda tras una quema. Es un drama ecológico para el planeta, para la salud de la humanidad. La selva amazónica en su conjunto es probablemente el espacio más importante para la preservación de la vida. Son selvas con millones de especies. Pero, además, tiene un rol muy importante en el ciclo del agua dulce del planeta. El 27 por ciento del agua dulce pasa por el proceso de filtrado de la Amazonia. Duele muchísimo ver quemarse la selva como duele perder el páramo y como duele cualquier incendio sobre un ecosistema. Colombia debe soportar su crecimiento en el bosque y no en la tumba del bosque.