Rodrigo Londoño (Timochenko) e Iván Márquez representan los destinos opuestos de los exmiembros de las Farc. Mientras el primero dirige la apuesta política que reúne a los exguerrilleros desarmados, el segundo comanda una incipiente disidencia guerrillera. Las recientes pesquisas de la Policía hablan del quiebre máximo de esa relación que por años fue tensa. El que fuera el segundo comandante de la guerrilla habría ordenado asesinar al que fue su jefe en la organización. Pero la división de sus caminos no es reciente ni fortuita. Los dos excomandantes tuvieron visiones distintas e incluso roces desde que, muy jóvenes, intentaban ascender en la jerarquía fariana
Hace dos décadas, las Farc empezaron a sufrir una silenciosa fractura entre dos bandos. En esa época, el liderazgo de Manuel Marulanda Vélez controlaba esa situación. Por un lado estaba el ala guerrerista militar, con el propio Tirofijo, Raúl Reyes, el Mono Jojoy y Márquez, a la cabeza. Por el otro, el ala más política y académica, liderada por Jacobo Arenas, Alfonso Cano y Timochenko. Como se sabe, en los años ochenta se presentó un relevo en el secretariado de las Farc, la máxima instancia de poder de ese grupo guerrillero. Esto permitió el ingreso, primero de Cano y, luego, de Reyes. Sin embargo, Cano quedó como tercero en la línea de mando después de Tirofijo y Jacobo Arenas. Los críticos de Cano lo acusaban de no haber hecho una larga carrera guerrerista en ningún frente, también de no demostrar su talante en combates con la fuerza pública. Había llegado directamente de Bogotá a La Uribe (Meta), donde funcionaba la sede política de las Farc, conocida como Casa Verde. Reyes, que siempre creyó que él y no Cano debía ser el sucesor natural de los comandantes históricos, se alió con Márquez, quien había llegado al monte huyendo del exterminio de la UP. Los dos, con el tiempo, conspiraron para tratar de convencer a Marulanda de cambiar el orden de sucesión y dejar en claro quién lo iba a reemplazar, convencidos de que escogería a Reyes. En los años de Casa Verde, Timochenko, que ingresó de 17 años a las Farc en 1976, estaba a cargo de la seguridad de esa zona y empezó a tener afinidad con Arenas y Cano. Pronto se ganó la confianza del secretariado, al que ingresó diez años después. Sin importar que fuera el miembro más joven de la cúpula, le asignaron la misión de expandirse por el país por medio de bloques guerrilleros. Junto con el Mono Jojoy, creó el Bloque Oriental, considerada la máquina de guerra más poderosa de las Farc. Entretanto, Márquez reemplazó en el secretariado a Jacobo Arenas, tras su muerte en 1990, y entró con ganas de ascender rápido en la línea de mando.
Márquez consolidó su poder en el Caribe y, con la muerte de Reyes, asumió su papel al frente de la Comisión Internacional de las Farc. En ese nuevo cargo conoció a reconocidas figuras de tendencia trotskista del continente como Jorge Berstein, Iñaki Gil de San Vicente y el dominicano Narciso Isa Conde, que radicalizaron su pensamiento. Rápidamente, él y quienes lo rodeaban como Jesus Santrich comenzaron a alejarse de las posturas tradicionales de las Farc. Desde ese momento, el ala encabezada por Iván Márquez quedó convencida de la llegada de una inminente revolución mundial anticapitalista y socialista, en la que las Farc estaban llamadas a participar como grupo armado. Después de que Timochenko resistió en la década de 2000 la avanzada paramilitar en el sur de Bolívar, se convirtió por orden jerárquico en el máximo jefe de las Farc tras la muerte de Cano. El nuevo comandante tenía la difícil tarea de decidir si continuaba los acercamientos iniciados por su predecesor con el Gobierno, en busca de una salida negociada al conflicto. Dentro de las consultas, Márquez le envió una dura carta en la que le decía que tenía que ponerse los pantalones y tomar una decisión como máximo jefe, sin consultarlo tanto. Este asunto generó fricciones entre ambos comandantes. Finalmente, en contra de los guerreristas, Timochenko decidió continuar las exploraciones y en una medida estratégica, nombró a Márquez jefe del equipo negociador. Era una forma de poner a prueba la subordinación de este y evitar que quienes no creían en los diálogos se reorganizaran y fundaran una disidencia armada, lo que habría frustrado la firma de cualquier acuerdo. Las diferencias y el acuerdo de paz En las elecciones para la reelección de Santos en 2014, quedó en evidencia el pulso entre Márquez y Timochenko. El máximo comandante estaba dispuesto a emitir un comunicado que invitaba a la militancia a votar por el candidato del partido de La U para asegurar la continuidad de los diálogos. Sin embargo, la misiva nunca vio la luz porque el ala encabezada por Márquez no estuvo de acuerdo.
La tensión entre las dos corrientes estalló en el pleno de las Farc de 2015, realizado en La Habana. Los máximos comandantes de la guerrilla se encontraron frente a frente después de 13 años de no haberse podido reunir por la ofensiva del Estado. Allí aprovecharon para sacarse los trapitos al sol y cobrarse las cuentas pendientes. No se guardaron nada: los golpes y reveses sufridos por los planes Patriota y Colombia, el encarcelamiento de muchos, la desaparición de unidades enteras y su desmantelamiento financiero y organizativo. Sobre el tapete quedó el gran impacto político sufrido por los secuestros, por la aparición del hijo de Clara Rojas y el asesinato de los diputados del Valle. Aunque a la luz quedaron las diferencias, aparentemente irreconciliables, sobre ellas mismas edificaron su tránsito a la vida civil. Es claro que el proceso de paz no calmó los problemas, tanto que cuando lanzaron el partido político en 2017, Márquez y Londoño jalaron para su lado. Mientras el primero consiguió conservar las siglas de las Farc, el ala más progresista consiguió que se distanciaran de los postulados clásicos de los partidos comunistas. Al final se impuso la tesis de que hay muchas corrientes críticas y libertarias, y que todas ellas deben ser sus referentes, incluido el pensamiento bolivariano. La elección del Consejo Político Nacional del partido Farc, que reemplazaría el Estado Mayor Central, demostró que Márquez tenía un mayor eco en las bases. Si fuera por el número de votos, él habría sido el máximo jefe del recién creado partido, seguido de Catatumbo, Santrich y Joaquín Gómez, todos por encima de Timochenko, quien llevaba nueve años como máximo líder del movimiento. Al final, el respeto a la jerarquía permaneció en la vida civil del partido. Finalmente, luego de décadas de desencuentros, fue el caso de Jesús Santrich el que marcó la fractura definitiva. El episodio tocó particularmente a Márquez. Por un lado, Santrich fue siempre uno de sus hombres más cercanos, y por otro, su caída estuvo determinada por el rol de Marlón Marín, sobrino de Márquez, quien según las autoridades fue el vínculo entre el excomandante fariano y los narcos mexicanos para negociar cocaína.
En principio, todo el partido mantuvo la solidaridad hacia Santrich por lo que consideraban un montaje judicial. Márquez, entretanto, sentía que sería el siguiente en ser judicializado. En el segundo semestre del 2018, este desapareció del radar de las autoridades y de su partido y Londoño lo cuestionó por esta situación. En una dura carta pública, incluso le endilgó cierta culpa por lo que sucedía con Santrich: “Nada de esto estuviera pasando si no existiera una extraña y peligrosa relación con su sobrino Marlon Marín (…), que terminó de enlodar al partido”. Lo cierto es que Márquez nunca compró la idea de las bondades de la negociación, y ha creído en la necesidad de una revolución de corte comunista para solucionar los problemas del país. Aunque no estaba de acuerdo, se acogió a las mayorías e hizo parte de la mesa de negociación. Pero con el pasar del tiempo, ante el temor de una captura o de una sindicación contra su sobrino, dejó la vida pública para refugiarse en la clandestinidad y desde allí defender lo que él siempre ha creído. La reaparición de Márquez solo se dio luego del novelón de la libertad de Santrich. Ambos aparecieron en agosto pasado, junto a otros excomandantes farianos como Romaña y el Paisa, para anunciar el surgimiento de un nuevo grupo alzado en armas, en un desafío al acuerdo de paz y, de paso, a la apuesta política y pacífica del mismo partido dirigido por Londoño. Tras este anuncio, la Farc, como era natural, terminó de darle la espalda al que fue su segundo comandante.
Desde el anuncio del rearme son pocas las acciones violentas que las autoridades le han atribuido a la disidencia de Iván Márquez, que habría juntado algunos hombres en el oriente del país, sobre la frontera con Venezuela. Sin embargo, la estructura no ha logrado cohesionar a los grupos disidentes más grandes que están esparcidos por todo el país. El más significativo, al mando de Gentil Duarte y que concentra su fuerza en Meta, Caquetá, Guainía y Putumayo, no recibió a Márquez y su combo porque no estaban dispuestos a someterse a su mando. Este fin de semana las autoridades dieron parte de una de las pocas operaciones que se le han atribuido a Márquez y sus hombres. Se trataba de un supuesto atentado ordenado por el mismo Márquez y el Paisa contra Londoño. Según la Policía, un informante les avisó del plan y eso condujo a un operativo en el Valle del Cauca en el que murieron dos supuestos disidentes. Así, según el general Óscar Atehortúa, director de la Policía, “se frustró una acción terrorista que pretendía cobrarle la vida al señor Rodrigo Londoño”. Un episodio que da cuenta del quiebre definitivo de los que, durante años y pese a la rivalidad, comandaron juntos las Farc.