En su época de candidato, a Iván Duque le preguntaron varias veces cómo se imaginaba su gabinete presidencial. Siempre contestaba lo mismo: un gabinete técnico que dure los cuatro años de gobierno. Sin embargo, el tiempo y la dinámica política han demostrado que esa pretensión resultó una utopía para el hoy presidente. Lo cierto es que la falta de gobernabilidad ha sido hasta ahora el común denominador del paso de Duque por la Casa de Nariño. Y, a pesar de las presiones internas del Centro Democrático, en el Ejecutivo están decididos a abrirles el Gobierno a los partidos para garantizar así las mayorías parlamentarias en este año que comienza. Los alfiles políticos que le hablan al oído al presidente llevan meses repitiéndole que ha llegado la hora de dejar de confundir mermelada con representación política. Y todo apunta a que el jefe de Estado está abriendo esa puerta.

Lo paradójico es que el gabinete de Duque es bastante bueno. La mayoría de sus integrantes tienen idoneidad técnica para las carteras que manejan y trabajan de sol a sol a fin de dar resultados. Entonces, el problema no es su desempeño, sino que este no va acompañado de representación política. El día que entren partidos a la coalición de gobierno los perfiles de los nuevos ministros podrían ser muy parecidos a los de hoy. La diferencia es que si los partidos sugieren sus nombres, las respectivas bancadas apoyarían las iniciativas del Gobierno en el Congreso.

Aunque en principio se habló de acercarse a Cambio Radical, a La U y a los liberales, la puerta con estos últimos quedó cerrada cuando César Gaviria, jefe único del partido del trapo rojo, decidió enfilar a sus congresistas contra la Ley de Crecimiento Económico. Esa reforma era absoluta prioridad para el Gobierno, y es previsible que Duque no quiera llamar a su equipo a quienes hicieron lo posible por tumbarla. Con esa jugada, en términos políticos, Gaviria salió perdiendo y se quedó con el pecado y sin el género. Al final, el Gobierno pasó su reforma sin el apoyo del liberalismo, pero la herida en Palacio quedó abierta. Así las cosas, para romper la dinámica en la que el Ejecutivo propone y el Congreso ataja, como ha pasado desde que Duque asumió el poder, el presidente tendrá que concentrarse en garantizar el apoyo de dos partidos: La U y Cambio Radical. Si lo logra, a pesar de la oposición de los liberales, con esto se habría hecho a unas mayorías lo suficientemente amplias para acabar con el dolor de cabeza del estancamiento en el Congreso. Con esta nueva realidad política, los rumores de crisis ministerial han ido cogiendo cada vez más fuerza y, según fuentes cercanas a Palacio, esta se daría más temprano que tarde. Por lo pronto, está por llenar la vacancia en la cartera de Salud, de la que renunció en días pasados Juan Pablo Uribe, y se especula que podría haber cambios en Interior, Agricultura y TIC. Ha tomado más fuerza la versión según la cual el presidente se alejará parcialmente de su idea inicial de un gabinete técnico y antipolítico, para darles paso a figuras de prestigio avaladas por los nuevos socios.

Para esos efectos, Duque se reunió la semana pasada con los pesos pesados de los partidos que pretende conquistar. No obstante, esa no será una tarea fácil con La U ni con Cambio Radical. Estas dos colectividades están partidas por la mitad entre dos corrientes: los que quieren entrar al Gobierno, y los que afirman que no es rentable montarse a un barco en medio de la tormenta. Por los lados de Cambio Radical, la línea de los Char ve con buenos ojos el ingreso al Gobierno, y la de Germán Vargas Lleras sigue teniendo serias reservas frente a esa posibilidad. En La U pasa algo parecido. En estricto sentido, este es un partido que hace parte de la coalición de gobierno. Pero a la hora de la verdad una mayoría importante de sus congresistas, liderados por el senador Roy Barreras, se ha opuesto vehementemente a las iniciativas de Duque. Desde que el primer mandatario presentó las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de la JEP, el Partido de la U ha estado mucho más cerca de la oposición que de Palacio, y romper esa tendencia no será fácil. Duque tiene ahora un problema adicional. Los partidos que lo han apoyado en todo desde que se posesionó, principalmente el Conservador, ya empiezan a sentir que ese respaldo tiene que ser retribuido con un par de sillas en el Consejo de Ministros. Entre los líderes políticos que quieren participar en la coalición de Duque hay una consigna en la que todos coinciden: de nada sirve ser partidos de gobierno sin hacer parte del mismo. Para reemplazar a Nancy Patricia Gutiérrez han sonado nombres que gustan en las toldas uribistas, como los de Miguel Uribe Turbay, Samuel Hoyos o Dilian Francisca Toro. Muchos pensaban que en las reuniones de la semana pasada entre el presidente y los líderes políticos iban a hablar de puestos, pero en realidad no tocaron ese tema. Más bien hubo un primer acercamiento en torno a los posibles acuerdos programáticos que harían factible la entrada de los partidos al Gobierno. De ese encuentro quedó una gran conclusión: La U y Cambio Radical están dispuestos a hacerlo, pero el ofrecimiento de puestos no va a ser suficiente. Los dos han manifestado la necesidad de que el Gobierno se baje de la idea de cambiar los acuerdos de paz, cosa que no será fácil de vender en el Centro Democrático. Asimismo, le pidieron al jefe de Estado que apoye una serie de reformas, entre las que se cuentan la política, la de salud y la de justicia, para que así los partidos no solo hagan parte de la torta burocrática, sino también de la definición de la agenda. En estas negociaciones de acuerdos programáticos hay algo de cierto y algo de farsa. A la hora de la verdad, los partidos políticos quieren aterrizar en el tema de los puestos. Tanto Duque como sus interlocutores se cuidan de que el ingreso de los partidos al Gobierno se vea lo menos clientelista posible, pero en el fondo siempre hay algo de eso. En todo caso, ha tomado más fuerza la versión según la cual el presidente se alejará parcialmente de su idea inicial de un gabinete técnico y antipolítico, para darles paso a figuras de prestigio avaladas por los nuevos socios. Por eso, Duque ha intentado vincular a su gabinete a gobernantes regionales que han salido con un gran prestigio. Eso ha sido difícil. Los más apetecidos, Álex Char y Federico Gutiérrez, declinaron los ministerios que les ofrecieron.

Lo que está claro es que el uribismo va a luchar por no perder el dominio de los cuatro ministerios claves que hoy tiene bajo su manto: Interior, Defensa, Hacienda y Cancillería. De estos, solo se ha hablado de relevo en la cartera política, pues Carlos Holmes Trujillo García y Claudia Blum están recién nombrados en sus cargos, y Alberto Carrasquilla no parece estar de salida. Para reemplazar a Nancy Patricia Gutiérrez han sonado nombres que gustan en las toldas uribistas, como los de Miguel Uribe Turbay, Samuel Hoyos o Dilian Francisca Toro. Es claro que en Palacio están decididos a jugársela por encontrar la paz política. La pregunta que queda es si va a ser posible, y si alcanzan los ministerios para dejar igualmente satisfechos al Centro Democrático, a La U, a Cambio Radical y a los conservadores. Todo indica que se requerirá una maniobra de malabarismo político para que el presidente pueda hacer los cambios que considera necesarios, sin profundizar la división de su propio partido.