(Guerra Insurgente, Intermedio Editores, Bogotá, abril de 2001 )No siempre una guerra insurgente termina con la derrota absoluta de uno de los dos bandos que signifique o la toma del poder absoluto por parte de la guerrilla o la victoria del Estado y la permanencia del statu quo. En muchos casos la imposibilidad de una victoria clara de una de las dos partes obliga a realizar una negociación para dar por terminada la confrontación. En términos generales, para la teoría de la negociación las guerras empiezan porque ambas partes tienen valores que excluyen del espacio de una posible negociación. En efecto, en la mayoría de los casos, las guerras empiezan porque una de las partes demanda más de lo que la otra parte está dispuesta a conceder, ambas tienen términos de eventuales acuerdos que en principio son incompatibles y cada bando espera satisfacer estos términos a través de la guerra, de la que espera al final mejores resultados que cediendo ante las exigencias de su oponente. Estas exigencias pueden variar desde el mantenimiento absoluto del statu quo hasta una rendición incondicional, aún cuando ni el uno ni el otro necesariamente deben ser explícitos. Este planteamiento general que H.E. Goemans hace para la guerra entre naciones y lo utiliza para analizar el fin de la Primera Guerra Mundial, bien puede ser aplicado también a los casos de guerras insurgentes.Antes del comienzo de la guerra, las partes tienen inmensas expectativas en torno a la utilidad de la confrontación, las cuales rebasan en mucho las que le asignan a un posible acuerdo que evite el enfrentamiento . En el caso de la insurgencia, en muchos casos la creencia de estar del lado del progreso histórico, de vislumbrar el triunfo del socialismo como un destino ineluctable de la humanidad y de sentirse, en tanto individuos organizados, como los ejecutores de esa misión, ha sido un factor ideológico que, a pesar de la precariedad de sus medios al inicio de la confrontación, los ha sostenido en su empeño de iniciar y ganar una lucha armada contra el Estado. Las victorias alcanzadas por grupos insurgentes en otros países ha sido también un elemento que les ha incrementado sus expectativas en el inicio de las hostilidades y los ha hecho rechazar en los inicios cualquier posibilidad de acuerdo.Pero las partes en guerra están de manera permanente frente a dos opciones : continuar el combate o llegar a un acuerdo. En cada momento deben sopesar las consecuencias de cada opción. La de continuar la guerra incluye la evaluación de los costos adicionales frente a los potencialmente mejores o peores términos de un arreglo ulterior . Un acuerdo podría dejarlo potencialmente indefenso en una eventual próxima ronda de confrontaciones y tener importantes consecuencias en la política interna. Este aspecto es supremamente crítico para cualquier grupo insurgente. Por lo general, un acuerdo con el Estado que incluye el desarme y la desmovilización de la insurgencia, significa su desaparición como grupo armado y la virtual imposibilidad de reanudar en el futuro la lucha armada, en caso de que el resultado del desarrollo de los acuerdos no sea totalmente satisfactorio. En este caso los dirigentes no podrán evitar el desprestigio y desaparecerá su autoridad para aglutinar y movilizar nuevamente a sus seguidores. Para que la guerra termine no por medio de un triunfo definitivo y absoluto de una parte sobre la otra que obligue a su capitulación, sino por medio de una negociación, al menos para una de las partes las expectativas sobre la continuación de la guerra y sobre la posibilidad de un acuerdo deben cambiar: la guerra debe ser menos atractiva o más atractivo el acuerdo. En términos de la negociación, una condición indispensable es que el espacio de la negociación se abra. Para esto es necesario que las expectativas de la ganancia de un acuerdo se incrementen en relación con la expectativas de la utilidad de continuar el combate. Las expectativas de utilidad del combate cambian cuando esa parte cambia sus estimativos de sus probabilidades de victoria y de los costos esperados de la guerra.Al comienzo de una confrontación, cada parte tiende a exagerar su propia fuerza. En el caso de una guerra insurgente, el Estado cuenta con la absoluta superioridad material y, en algunos casos, con su propia legitimidad política; la insurgencia, no obstante su debilidad inicial, cree contar con la superioridad moral al estar combatiendo contra una situación de injusticia o de tiranía y, además, confía en que la evolución del conflicto le permitirá ganar el apoyo popular para realizar los designios de la historia. Sin embargo, los eventos de la guerra le proveerán a los beligerantes la mejor y más directa información para estimar su fuerza relativa y evaluar los costos de la guerra. Frente a esta situación, entonces, modificarán los términos mínimos para un acuerdo, o para la conducción de la guerra. Obviamente este aprendizaje puede ser más lento o más rápido en función de la velocidad que adquieran los acontecimientos bélicos y políticos, pero también de la perspicacia de quienes están al frente de cada uno de los dos bandos. Por ello, los tiempos en las guerras insurgentes son tan variables e indeterminables.Vista en términos muy amplios, toda guerra es un proceso de negociación. Aun cuando una parte puede optar en cualquier momento por negociar sin luchar, si ella sigue combatiendo es porque considera que la confrontación es una forma de influir sobre el resultado de las negociaciones. De esta forma, cada parte trata de obtener para sí los valores que la otra parte se reserva y que no quiere ceder. Estos valores reservados son un importante concepto en la literatura de la negociación. En una guerra insurgente estos valores están relacionados con las motivaciones aparentes que incitan a la rebelión, una situación de despotismo y falta de democracia, la opresión nacional, diferencias étnicas o religiosas, una situación de gran penuria económica o de insoportable inequidad social. Para que se abra paso un acuerdo político, la última línea de negociación de cada una de las partes debe moverse. Las demandas mínimas de ambas partes deben volverse compatibles para poder crear un espacio de negociación. Los términos mínimos para un acuerdo es el mínimo que se prefiere a la continuación del conflicto. Las guerras terminan cuando para ambas partes la ganancia esperada de continuar el conflicto es menor que la ganancia esperada del acuerdo. Pero para que la línea de la negociación se mueva, las partes deben disponer de una nueva información que antes de la confrontación no tenían y está referida a la evaluación de la fuerza relativa de la que dispone cada una para alcanzar las metas que están buscando. Esta nueva información es provista por el choque de las fuerzas, y esta confrontación es la que hace posible cambiar la propia evaluación y la del contrario y abrir paso a un espacio de negociación para llegar a un acuerdo que termine el enfrentamiento. La teoría del aprendizaje racional plantea que las partes son maximizadoras de las ganancias esperadas. Lo hacen calculando cada ganancia de cada posible resultado estimando la probabilidad de que este resultado ocurra y restando los costos esperados de la guerra. Esto permite deducir que una guerra continuará desarrollándose mientras el máximo que una parte esté dispuesta a ceder sea menor que lo que la otra piensa conseguir en la guerra, deducidos los costos que deba asumir en la confrontación. Según Goemans, lo que cada parte está dispuesta a ceder y lo que la otra demanda depende de la estimación que cada una haga de su fuerza relativa, la resolución y los costos esperados de la guerra.La fuerza relativa depende de un grupo de factores, incluida la calidad de sus líderes, tropas, equipos, moral, tecnología, estrategia, táctica y logística. La resolución es determinada por el valor que se le asignen a los asuntos que se apuestan o que están en juego. Los costos esperados dependen de la creencia en la fuerza relativa, la resolución relativa, factores estructurales como el balance ofensiva-defensiva, y aleatorios como el clima. La interacción estratégica entre las partes permite medir su fuerza y resolución relativa y las de su adversario, sobre la base de sus acciones y desempeños. Esta interacción les va diciendo cosas sobre el resultado final que ellos no podían saber antes de la guerra. Una de las dos partes tiene que descubrir que sus cálculos eran errados. Las dos partes ajustan sus estimativos hasta llegar a estar de acuerdo sobre ellos. De esta manera, los cambios en la valoración de los tres factores, fuerza, resolución y costos de la guerra, dirigen los cambios en las metas durante la confrontación.. Si una parte descubre que es más fuerte de lo que pensaba, estimará que puede continuar la confrontación incrementando un mínimo el costo de la guerra. Sus demandas mínimas se aumentarán. Si, por el contrario, descubre que es más débil de lo que estimaba, se inclinará a desistir de la confrontación y sus demandas mínimas y sus propósitos de guerra disminuirán. Cuando el beligerante aprende que su oponente es más resuelto, bajará sus propósitos de guerra. Si ve que esa resolución es más baja, que la estimada previamente, incrementará sus metas de guerra. La resolución puede medirse por la fuerza que movilice en campo de batalla, es el monto total de recursos que una parte está dispuesta a consumir por el asunto en disputa. Entre más alta es la resolución y su disposición a sufrir, más alta es la ganancia esperada en el combate. En sus comienzos, es frecuente que la aparición de la insurgencia sea subestimada por el Estado pues, dada su debilidad, no la considerará como un enemigo significativo, y esto lo lleve a combatirla sin mucha resolución, lo cual incrementa las expectativas de los insurgentes. El comportamiento ulterior del Estado cambiará o no esta percepción de la insurgencia.Cuando una parte aprende que el costo de la guerra será más bajo que el estimado previamente, la ganancia esperada por continuar el conflicto se aumentará. Si espera la misma probabilidad de victoria, pero ahora a un precio más bajo, pensará que lo que puede lograr continuando el conflicto, menos el costo de la guerra podría incrementarse. Sus metas de guerra se aumentarán. Si los costos estimados resultan ser mayores, reducirá sus propósitos de guerra.En suma, una parte disminuirá sus objetivos bélicos cuando disminuye su estimación de su fuerza relativa, aumenta la estimación de la resolución de su oponente y aumenta su cálculo de los costos de la guerra. El desarrollo de la confrontación no sólo le revela a cada parte nueva información sobre sus posibilidades sino que vuelve pública esta información. Sin embargo, no hay que olvidar que el impacto de esta nueva información sobre las expectativas de cada parte no es automático ni mucho menos inmediato, en primer lugar porque cada una mantiene información reservada en forma de sus planes, estrategias, nuevas armas, etc., y en segundo lugar, porque cada bando tendrá indicadores diferentes para medir su propio desempeño y el de su adversario, lo cual hará que sobre los mismos hechos las evaluaciones y las conclusiones sobre las posibilidades de victoria de cada parte puedan ser diferentes.