Los organizadores de la marcha por la paz y las víctimas pueden darse ampliamente por satisfechos. Al mediodía de hoy martes, la plaza de Bolívar de Bogotá estaba completamente llena, mientras en la carrera séptima decenas de miles de manifestantes se apretujaban hasta más allá de la calle 26. Según todas las cuentas, como mínimo decenas de miles de personas, salieron a la calle para respaldar una solución negociada al conflicto armado. Y no solo en Bogotá: aunque la asistencia fue desigual en ciudades como Cali, en el resto del país, muchas manifestaciones también tuvieron lugar. Pese a la polarización en torno a este evento que ha galvanizado la oposición uribista y de derecha y al cual un sector de la izquierda, el Polo Democrático, no concurrió, la apuesta del gobierno del presidente Santos y de los demás convocantes a la marcha del 9 de abril se salda con una contundente demostración de apoyo popular a la paz y las conversaciones que se adelantan con las Farc en La Habana. Una dosis de oxígeno bienvenida para quienes adelantan la negociación y aquellos que respaldan una salida negociada que ponga fin a una guerra de medio siglo. Y que, si bien, no acallará a los opositores, da una muestra de que la fórmula de las conversaciones cuenta con un respaldo ciudadano importante. La marcha en sí misma concentró dos fenómenos opuestos. Por una parte, dejó en claro que sectores muy disímiles, incluso en orillas políticas opuestas, pueden confluir en torno a la paz y la negociación. Por otra, el 9 de abril puso una vez más en evidencia lo profundo de la polarización en Colombia, entre quienes respaldan el intento actual del gobierno Santos de poner fin al conflicto armado de forma negociada y quienes ven en ello solo impunidad y alianza con el terrorismo, como lo han señalado los uribistas. La marcha tuvo participantes de todo el espectro político. La Marcha Patriótica aportó un número significativo de manifestantes, venidos de todo el país en buses y cuyos rostros, oscuros y curtidos por el sol, mostraban esa otra otra Colombia donde truena la guerra. Desfilaron muchas organizaciones del Distrito, docenas de organizaciones sociales, sindicales y partidos políticos. Hubo miles de funcionarios del Estado, con camisetas para la ocasión. Y personalidades como el presidente Santos, el alcalde Gustavo Petro, el vicepresidente Angelino Garzón y muchos otros. Hubo baile y consignas, unas partidarias del gobierno y la negociación, otras críticas de sus políticas. Pero el aspecto más notorio de la marcha fue que todas esas voces, personas y organizaciones se unieron en torno a un solo propósito, que superó, al menos durante el soleado 9 de abril, todas las diferencias: la paz y el respaldo a las negociaciones. La foto del presidente Santos junto con el alcalde Gustavo Petro y el vicepresidente Angelino Garzón, puede ser un resumen del día (el Presidente, eso sí, no marchó hasta la Plaza de Bolívar. Aduciendo compromisos en otras ciudades, solo llegó hasta el Centro de Memoria Histórica, desde donde arrancó la marcha de la Alcaldía. Así que foto del Presidente con Marcha Patriótica y Piedad Córdoba en la Plaza de Bolívar, no hubo) En este sentido, quizá la principal lección del 9 de abril no es simplemente que el gobierno logró un importante apoyo callejero y popular a su política de negociación, sino que colombianos de orillas muy distintas, incluso enfrentadas, lograron coincidir por un día, en completa calma, en torno a un objetivo común. Pasada la marcha, por supuesto, las diferencias seguirán. Pero hay muy pocos precedentes de una alianza que vaya de lo más granado del establecimiento hasta lo más ‘duro’ de la izquierda a favor de la paz y la solución negociada. Hasta las Farc y el Eln dieron su apoyo a la manifestación. Pero el 9 de abril no todo el país salió a la calle. Un sector se marginó, expresando críticas muy fuertes a la marcha y a la negociación. El expresidente Álvaro Uribe, los precandidatos de su movimiento Centro Democrático, y, por razones distintas, el Polo Democrático, de la izquierda, entre otros, decidieron no marchar. Numerososas declaraciones de los primeros y cientos de tuits y expresiones en las redes sociales, alegando que participar en la marcha es dar legitimidad a los victimarios y a la guerrilla, dieron una idea de la feroz polarización que impera en la política colombiana en general y, en particular, en torno a las fórmulas de qué hacer para poner fin al conflicto armado. Expresión de que el país no solo está en guerra militarmente sino ideológicamente y que las posiciones opuestas pueden ser, guardadas las proporciones, casi tan extremas como el enfrentamiento armado. En la sociedad se está decantando una fractura de las élites, nacionales y regionales, como no tenía lugar hace mucho. Los ánimos entre partidarios de la negociación y quienes la critican llegan a niveles extremos. Las conversaciones en La Habana se adelantan en medio de este ambiente polarizado, con sectores significativos de la sociedad en contra de ellas de manera visceral. Reconciliar estos extremos puede revelarse aún más difícil que hacer que el gobierno y las guerrillas lleguen a acuerdos para poner fin al conflicto armado. Esta es la otra lección de un día cuyo saldo más importante fue que, pese a profundas diferencias, sectores claves de la sociedad y la política pueden confluir en torno a un objetivo común. Esto prefigura la reconciliación que, tarde o temprano, tendrá que encarar la sociedad colombiana. Lo otro, muestra lo difícil que será. @cortapalo