Como un destello, una colorida rana arlequín salta en su terrario. En un laboratorio de Colombia, decenas de estos exóticos anfibios aguardan a un comprador que los lleve de mascota a otro país, una “solución práctica” contra el tráfico ilegal. La Oophaga histriónica se desplaza dentro de su plácido hábitat artificial, verde y húmedo en Tesoros de Colombia, un reservorio protegido entre los bosques de Cundinamarca (centro) al que se accede por un camino de tierra bordeado por cámaras de seguridad.
Redes ilegales de tráfico de especies acechan a este anfibio de una amplia gama cromática, que no alcanza el medio centímetro en tamaño y cuyo veneno puede causar parálisis respiratoria. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, está en “peligro crítico” en su ambiente natural, el Pacífico colombiano.
“Si hay una demanda internacional de ranas, es importante proveer ranas legales que además se puedan reproducir en (su nuevo) destino” en el extranjero, comenta a la AFP Iván Lozano, fundador de este centro con una población de 14 especies. El tráfico de ranas es castigado con entre 5 y casi 12 años de prisión en Colombia, anfitrión de la COP16 en octubre y paraíso de la biodiversidad.
Pero en Estados Unidos y países de Europa la posesión de estos anfibios está permitida y “millones de animales vertebrados terrestres son sacados vivos de su ambiente en Colombia para el tráfico internacional de especies”, prosigue. Ambientalistas estiman que el 10 % de los anfibios conocidos en el mundo habitan en el país andino, con 895 especies. Para Lozano, el reservorio es una “solución práctica” y legal para su conservación.
“Un lugar mejor”
“No dejan de sorprenderme”, confiesa Alejandra Curubo, zootecnica de 35 años, quien muestra orgullosa cómo otro espécimen “terminó su metamorfosis” al detallarle “manos” y “patas” con una linterna. Decenas de renacuajos guardados en envases plásticos nadan con avidez, como esta vistosa Oophoga histriónica fuego, o la venenosa Oophaga lehmanni, también en peligro crítico. El proyecto autosustentable exporta siete especies al mercado internacional y otras siete están en espera de permisos.
“Cuando (las) exportamos siempre vamos con la idea de que se van a un lugar mejor”, afirma la directora operativa del centro. En caso de escapar, ranas como estas “no podría adaptarse fuera de las condiciones controladas del terrario e inclusive del interior de una casa”, confirma Curubo, a diferencia de otros animales que pueden alterar el ecosistema. Por ejemplo, la rana toro, una de las 100 especies invasoras más agresivas, o la indeseada mangosta en Hawái.
Desde Colombia, algunas ranas viajaron más de 5.000 kilómetros al terrario de Michael Heinrichs, en Colorado, Estados Unidos. Tiene una “pequeña” colección de 40 ejemplares en una habitación que define como su “lugar zen” y apartado, pues el croar “volvería loca a su esposa”. “Puedo pasar literalmente una hora observando las ranas, es un lugar muy tranquilizante y pacífico”, cuenta por teléfono este aficionado de 65 años, que ha pagado hasta 1.000 dólares por un espécimen.
“Me enfoco en ranas de alta calidad”, sostiene. Conoció Tesoros de Colombia en 2021 y le compró una Oophaga histriónica, la “carismática” y “dinámica” rana arlequín. “Es un deleite tenerla”, dice. Salen del reservorio colombiano con una “huella digital” para distinguirse de las traficadas, enviada tanto a autoridades como compradores para evitar “cambios de ranas” o fraudes, señala Lozano, experto en manejo de especies en peligro de extinción.
En su catálogo, los precios varían ante la propia regulación del mercado internacional. La Phyllobates terribilis, conocida como rana dorada, ha pasado de 150 dólares a unos 40 en la actualidad, por ejemplo.
“Arca de Noé”
Con base en el Convenio de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (CDB), firmado por Bogotá en 1994, Tesoros de Colombia aboga por el “biomercio legal”, defiende Lozano. Coincide con iniciativas de otros países como los criaderos de mariposas en Costa Rica o los de ranas endémicas y amenazadas en Ecuador. Es la única institución en Colombia reglamentada desde 2005 para comercializar estas especies, con una licencia “muy compleja de obtener”.
En enero se decomisaron en el aeropuerto internacional El Dorado envases de rollos fotográficos con 130 ranas arlequín. Pero “el mercado para el tráfico ilegal desde Colombia se ha secado”, atestigua Heinrichs. “Sería realmente difícil, muy improbable” hallar estos anfibios en Estados Unidos, sostiene el coleccionista.
Lozano aspira liberar gradualmente las ranas en cautiverio una vez que haya “disminuido la demanda internacional”. El millonario botín del tráfico ilegal todavía le hace sombra, siendo el cuarto negocio ilícito más rentable del mundo, con ingresos anuales de 23.000 millones de dólares, según la ONU. “Espero que no tengamos que ser el ‘Arca de Noé'” ante su extinción, pero de serlo, “estamos listos”, dice con el croar de su prole de fondo.
*Reportaje de AFP.