La gran mayoría de las 58.000 personas que han muerto por el coronavirus en el mundo falleció de neumonía bilateral. La covid-19, ese microorganismo que mide una diezmilésima de milímetro, ataca ambos pulmones en simultáneo, y la víctima, sin posibilidad de respirar, colapsa y muere. La pandemia está ahogando al mundo. Si el virus, como otras infecciones, invadiera un solo pulmón, mucha gente se salvaría porque el otro órgano puede bombear al cuerpo el oxígeno necesario para vivir. Pero este brote bloquea de facto todos los alvéolos pulmonares de los contagiados con mayor riesgo: ancianos y pacientes con un sistema inmune diezmado. Es por eso que los países calculan las vidas que podrán salvar de la pandemia de acuerdo con el número de ventiladores mecánicos que logren conseguir. Su búsqueda es hoy la más angustiosa carrera contra el tiempo.
Un ventilador mecánico es un “tratamiento de soporte vital”, un milagro de la ingeniería biomédica. Cuando el paciente en estado crítico pierde la capacidad de respirar por sus propios medios, el aparato cumple esa tarea. Provee oxígeno y extrae dióxido de carbono. El ventilador ejecuta la función pulmonar el tiempo necesario mientras que los médicos logran contrarrestar la infección. Cuando esto ocurre, los pulmones pueden retomar su función poco a poco. Estos aparatos, de cara a la crisis del coronavirus, son el elemento crucial de las unidades de cuidados intensivos (uci). De ahí que los jefes de Estado estén en una carrera, de vida o muerte, por conseguir respiradores mecánicos.
El problema es que están agotados y los que van a ser ensamblados ya tienen dueño. Ni siquiera las potencias del mundo, con dinero a borbotones, tienen suficientes. Estados Unidos, con 320 millones de habitantes, tiene entre 70.000 y 120.000 ventiladores. Pero se proyecta que necesitará mínimo 1,2 millones de unidades. Nadie estaba preparado. El presidente Donald Trump autorizó a empresas como General Motors, Tesla y Ford a que vuelquen sus esfuerzos en construir cuanto antes los ventiladores que se requieren. En Colombia la situación es más que dramática. De acuerdo con la Asociación Colombiana de Medicina Crítica y Cuidados Intensivos (Amci), el país cuenta con cerca de 5.300 camas uci; pero solo habría disponibilidad de 1.000 porque el 80 por ciento están ocupadas con pacientes que luchan por salvar la vida. A la carencia de camas especializadas se suma que menos del 10 por ciento de las unidades cuentan con aislamiento bioseguro, un encerramiento idóneo; y menos del 2 por ciento están dotadas de presión negativa, un sistema que filtra el aire para evitar que enfermedades de transmisión volátil escapen de la habitación y contagien a otros.
Las proyecciones más optimistas estiman que el 0,4 por ciento de los colombianos se contagiarán de coronavirus, unas 200.000 personas. De ellas, el 15 por ciento llegarían a ser casos graves, o sea, hospitalizados sin ventilación artificial; y 5 por ciento casos críticos con afectación severa: 10.000 pacientes que necesitarían ventiladores y unidades de cuidados intensivos. El panorama se hace aún más preocupante si se proyecta, como lo hizo el Gobierno nacional en uno de los decretos de emergencia, que el país podría llegar a tener 550.000 pacientes que requerirían camas uci. El que se cumpla uno u otro pronóstico dependerá de los resultados que arrojen las medidas de prevención. La más crucial, el aislamiento físico obligatorio o cuarentena con la que se pretende aplanar la curva de contagio para evitar que miles de pacientes críticos lleguen a los centros médicos en simultáneo, lo que significaría el temido colapso del sistema de salud. De cualquier manera, la predicción más favorable resulta escalofriante. Por eso es crucial lograr diferir la epidemia en el tiempo y a la vez ampliar la capacidad médica. “Hoy ya hay 2.640 camas uci disponibles, y con el plan de optimización del Ministerio de Salud esperamos liberar la mayor cantidad posible antes de llegar al pico de la pandemia, que será a mediados de mayo”, explica el ministro Fernando Ruiz. Efectivamente, desde el Gobierno, el gremio de la salud y otros sectores se están implementando medidas de contingencia. Unas menos ortodoxas que otras porque la situación no da espera. Lugares como el hotel Tequendama, la sede de Corferias y los parqueaderos del Hospital de la Policía, en Bogotá, están siendo adecuados para poder atender pacientes contagiados por coronavirus que no revistan gravedad. Los hospitales y clínicas están reprogramando todas las cirugías no vitales y reorganizando sus espacios en función de la crisis. La cuarentena también trae una reducción de la siniestralidad y el crimen, lo cual redunda en menos urgencias. Muchos quirófanos y salas de postoperatorio serán uci.
Así mismo, el país cuenta con 3.200 camas de cuidado intermedio, estas no tienen ventiladores mecánicos, pero sí cumplen con otras disposiciones que se requieren para pacientes críticos. Tras muchos esfuerzos, el Gobierno logró esta semana contratar con varios proveedores internacionales la compra de 1.510 ventiladores. Se espera que pronto empiecen a llegar y que sean instalados en esas unidades de cuidado intermedio.
De otra parte, InnspiraMed, un laboratorio de innovación público-privado, ha desarrollado tres modelos de ventiladores médicos de bajo costo. Los aparatos están en fase avanzada de diseño y varios neumólogos que conocen el experimento creen que se trata de una opción promisoria. “Son tres prototipos, ya que, dada la necesidad de escalar rápidamente, no podemos ‘casarnos’ con un solo diseño porque pueden escasear los componentes o que algo no salga bien en la fase de pruebas”, explica Mauricio Toro, director de la iniciativa. El Gobierno debe acelerar las fases de prueba de esos dispositivos en animales y de simulación en humanos. Luego, de ser idóneos, requeriría impulsar la producción. El laboratorio estima que podrían ensamblar 50 ventiladores a la semana, aunque al liberar los diseños, tal como se planea, otras empresas con capacidad de ingeniería podrían producirlos. Los empresarios también están pujando. Por ejemplo, ProBogotá Región está liderando una alianza con la Andi, la Cámara de Comercio de Bogotá, la Cámara de Comercio Colombo Americana, Foro de Presidentes, Camacol y Asobancaria a fin de juntar cuando menos 35.000 millones de pesos que serán destinados a seis hospitales del país. “El sector privado, a pesar de estar fuertemente golpeado porque la economía está parada, hace esfuerzos por mantener los salarios de sus empleados y redoblará esfuerzos para fortalecer la capacidad del sistema de salud de los colombianos”, dice Juan Carlos Pinzón. De igual manera, los centros hospitalarios están buscándole la comba al palo. La Fundación Cardio Infantil transformó su sede: anuló oficinas, trasladó consultorios y creó pasillos que son rutas exclusivas para pacientes de covid-19. Así mismo, pondrán a disposición de estos varias uci. Sus médicos solicitan más recursos para aumentar la capacidad de respuesta y crearon la campaña La Solidaridad es Contagiosa: en la página web, cualquier persona puede donar desde 20.000 pesos.
Pero además de salas de cuidados intensivos y ventiladores, se requiere personal médico especializado. La pandemia demanda intensivistas, neumólogos, anestesiólogos y cirujanos, entre otros, y personal de apoyo como enfermeros y terapeutas capacitados para el manejo de los equipos de uci. Y todo ese personal –los héroes en acción– necesita trajes e implementos de protección. España, con más profesionales de la salud que Colombia, ha registrado 9.500 integrantes del personal sanitario contagiado de coronavirus. Esas bajas han sido un golpe severo a la capacidad de enfrentar la crisis en el momento más dramático. Aquí hay que evitar a toda costa un escenario como ese. Sería darle una ventaja estratégica a la pandemia; sería concederle muchísimos más muertos.