En los últimos meses el coronavirus ha dominado por completo la agenda de los medios, de la gente y de los gobiernos. Este enemigo inesperado y letal ha puesto a la humanidad a improvisar sobre la marcha y a diseñar mecanismos para detener a toda costa su propagación. A pesar de las diferentes aproximaciones de los jefes de Estado sobre el manejo de la pandemia, ha existido un consenso general en torno a una idea: hay que mandar a la gente a su casa para controlar el contagio, salvar vidas y evitar el colapso de los sistemas de salud.
A quienes se han atrevido a controvertir ese enfoque los han tildado de irresponsables y hasta de locos. Algunos presidentes y varios congresistas de todas las latitudes han dicho que no se justifica dejar quebrar a los países por una reacción exagerada a una pandemia que puede no ser tan grave como se creía. Trump, Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) e incluso en el ámbito local la polémica congresista María Fernanda Cabal simbolizan esa herejía. Muchos empresarios piensan lo mismo al ver afectados sus bolsillos, pero no se atreven a decirlo en público. En un momento en que el mundo entero vive en un estado de pánico y paranoia, frases como “el virus es una gripa parecida a la influenza” o “puede ser más grave el remedio que la enfermedad” inicialmente cayeron como una patada. El tema es que, paradójicamente, han empezado a aparecer científicos serios que parecen alinearse con esa línea de pensamiento. Sus tesis son minoritarias y están enfrentadas a una mayoría de sabios y premios Nobel que piensan lo contrario. Pero los disidentes también tienen premios Nobel y científicos con credenciales comparables a las de la contraparte.
Jair Bolsonaro presidente de Brasil. La realidad es que sobre el coronavirus no existen certezas, pues la humanidad nunca había enfrentado una situación similar. Así las cosas, los gobiernos toman las decisiones en función de modelos matemáticos que buscan predecir el futuro. El problema es que la calidad de un modelo depende enteramente de la validez de las variables utilizadas y ahí los sabios no están de acuerdo. Si alguno de los supuestos aplicados en un modelo está equivocado, el resultado puede verse seriamente comprometido. Estas estimaciones tienen en cuenta factores como la duración del virus, el crecimiento exponencial del contagio, el tamaño de la población, la densidad poblacional de las ciudades, el número de casos confirmados, muertos y recuperados, las edades de los pacientes, sus preexistencias y la capacidad del sistema de salud. Muchos de estos son valores matemáticos irrefutables, pero otros son más inciertos o pueden haber sido calculados de manera equivocada. "Suecia ha seguido con su vida casi normal y su economía no ha sufrido grandes impactos". Por ejemplo, la tasa de mortalidad. Esta se obtiene comparando los casos confirmados con los muertos por covid-19. Pero al tratarse de un virus en el que la mayoría de los infectados no presentan síntomas y no saben que lo tienen, los casos reportados pueden corresponder a una fracción de la realidad. Eso hace que en términos reales la tasa de mortalidad sea mucho menor.
Donald Trump presidente de Estados Unidos. Para el doctor John Ioannidis, uno de los científicos más respetados de la Universidad de Stanford, están haciendo mal la mayoría de los cálculos. Este último realizó un estudio basado en los tripulantes del crucero Diamond Princess, que entró en cuarentena el 4 de febrero en Japón. Según sus hallazgos, la tasa de mortalidad del virus podría estar entre el 0,025 por ciento y el 1 por ciento. Es decir, comparable a la de la influenza.
Eso contrasta con la mayoría de las predicciones hechas hasta la fecha que oscilan entre el 2 y el 4 por ciento. Lo que sucede es que si el número de casos asintomáticos es diez veces mayor que el de los casos reportados, el 2 por ciento se convierte en 0,2 por ciento. Cuando la canciller alemana Angela Merkel afirmó que el 70 por ciento de los alemanes podía ser infectado, su pronóstico creó un pánico universal. Hoy parece que esos porcentajes de contagio son posibles, sin que el 90 por ciento de los portadores del virus lo sepan y sin que les pase nada grave. La Universidad de Stanford también publicó recientemente un estudio realizado en California. Los investigadores analizaron los resultados de las pruebas de 3.300 voluntarios y estimaron que el número real de casos podría ser entre 50 y 85 veces mayor al número de casos confirmados en esa región. Con este hallazgo, fijaron el cálculo de la tasa de mortalidad entre el 0,12 por ciento y el 0,2 por ciento. La Universidad del Sur de California también sacó un estudio en el que estimó que en Nueva York más del 20 por ciento de la población podría estar infectada. "La comunidad científica ha empezado a cuestionarse y a estudiar caminos distintos al confinamiento total". Con base en la premisa de que la mayoría de los casos pasan por debajo del radar, algunos países han moderado sus estrategias. El portaestandarte de esta forma de combatir el virus ha sido Suecia. Siguiendo las recomendaciones de Anders Tegnell, el jefe de la salud pública, los suecos decidieron irse en contravía del resto del mundo y no entrar en cuarentena. Su decisión ha recibido cuestionamientos y miles de críticas, pero hoy Suecia muestra mejores resultados que otros países de Europa que cerraron la economía.
Andrés Manuel López Obrador presidente de México. La tesis, aunque polémica, es muy sencilla. Para Tegnell, el coronavirus afecta gravemente a las personas de edad avanzada o con preexistencias, pero para el resto de la población es casi como una gripa y menos grave que la influenza. Además, también está convencido de que la tasa de mortalidad es mucho menor de lo que se piensa. Para soportar su teoría menciona también que la propagación va a ser imposible de detener, pero que la gente acabará por desarrollar anticuerpos que le permitirán neutralizar el virus. En esa medida, afirma que la cuarentena no es una solución sino un mecanismo para aplazar lo inevitable.
Por eso Suecia ha seguido con una vida relativamente normal y su economía no ha sufrido los impactos de otras latitudes. Hoy en ese país no aplican sanciones efectivas, sino que invocan la disciplina y la responsabilidad. Recomiendan mantener distancia, lavarse las manos con frecuencia y otras estrategias de prevención, pero en Suecia los cafés están abiertos, así como los colegios, las peluquerías y los restaurantes. Solo prohibieron las aglomeraciones de más de 50 personas y cancelaron los eventos deportivos y los conciertos. De resto, todo parece bastante normal. Con esa estrategia, Suecia registra una tasa de 22 muertos por cada 100.000 habitantes, igual a la de Irlanda y mejor que la de Reino Unido y Francia, cuyas economías van en picada. En ese país, los mayores de 70 años representan el 86 por ciento de las muertes registradas hasta ahora. Lo anterior no quiere decir necesariamente que la estrategia de Suecia funcione en todas partes. Al fin y al cabo se trata de un país de diez millones de habitantes, es decir, un poco más grande que Bogotá. Y en cuanto a disciplina y responsabilidad individual, como dice la famosa frase, “una cosa es Dinamarca y otra Cundinamarca”. Solo hay que recordar que cuando el pánico de la pandemia estaba en su apogeo, murió Édgar Pérez Hernández, alias el Oso y jefe de una banda criminal de Envigado, y a su entierro salieron a despedirlo en masa más de 200 personas. Igualmente, por alguna razón desconocida, en Colombia la mayoría de los muertos no ha sido los mayores sino los que rondan los 45 años. Pero, como siempre, hay argumentos para los dos lados, por ejemplo, la Universidad de los Andes ha hecho un estudio según el cual el cierre de Bogotá produce una caída del PIB del 7,5 por ciento por cada mes que dure. Igualmente, el confinamiento en la capital afecta económicamente en ese mismo periodo a 1,2 millones de personas en situación de vulnerabilidad. Sobre este tema, la verdad de cuál de las dos escuelas de pensamiento tiene razón solo se sabrá con el tiempo. Hoy Suecia muestra excelentes resultados, pero también está demostrado que la cuarentena ha funcionado bien en otros países.
Con el pasar de los días la comunidad científica ha empezado a cuestionarse y a estudiar caminos distintos al confinamiento total y obligatorio. No pocos estudios indican que, de seguir así, en los países emergentes podría haber más muertos por hambre que por coronavirus. El debate está abierto. Va a ser interesante ver los resultados de Bolsonaro y López Obrador, que por instinto y probablemente sin mayor respaldo científico han aplicado la fórmula sueca en países de indisciplina azteca. Lo que se ve hasta ahora no pinta bien. También habría que ver si Trump, desafiando a sus expertos en su afán de reelegirse, acaba quedándose con el pan y con el queso y con la Casa Blanca.