En las tradicionales corralejas, que se celebran en más de 200 poblaciones de la costa cada año, el toro entra y sale vivo. La gracia no está en atestarle el golpe al animal, sino en bravearlo improvisadamente una y otra vez. Aunque hace algunos años esa hazaña era hecha solo por expertos, ahora cualquiera puede terminar entrando al corral. Para quienes asisten lo que hay es un desafío a la muerte, entre el hombre, llámese mantero, banderillero o garrochero y el toro. Como dijo el diario El Universal en un reciente editorial “son unas corridas de toros que se quedaron a mitad de camino y que se adaptaron a las condiciones del campo del Caribe colombiano”. Por eso, las imágenes de las corralejas de Turbaco, Bolívar, en las que un aficionado hiere enajenado con un puñal al toro hasta desangrarlo conmocionaron al país. Rápidamente la indignación que produjo el hecho se convirtió en una de las noticias más importantes de la semana y en una tendencia en las redes sociales. El animal terminó prácticamente linchado por la multitud, mientras decenas de aficionados lo pateaban y brincaban encima de este hasta matarlo. Las corralejas, que hasta ahora eran consideradas unas de las fiestas más emblemáticas de la costa Caribe, terminaron en el ojo del huracán y con ellas se abrió un enorme debate sobre si el Estado debe permitir el sufrimiento innecesario de los animales. Hasta la polémica de las corralejas, pocos colombianos habían oído hablar de Turbaco,  un municipio ubicado a solo 15 minutos de Cartagena. La corraleja es el evento más importante  de las fiestas en honor a la patrona del pueblo, Santa Catalina de Alejandría. El municipio realmente sigue una tradición de vieja data. Según el cronista José Cisneros la primera fiesta de toros de este tipo se realizó en la Villa de San Benito Abad (Sucre), en 1827.  Así, a lo largo de casi 200 años esta se ha popularizado en toda la región para las fiestas patronales y religiosas. Turbaco no es la excepción. Por eso, en la costa se dice que esa es la fiesta que “une a los ganaderos con el pueblo y al pueblo con Dios”. Lo que no hace parte de la tradición es lo que pasó este fin de año en Turbaco. El empresario que organizó las fiestas, Laureano Severiche, quien lleva más de 25 años en esas lides, se ha defendido diciendo que lo ocurrido fue un hecho atípico y que el joven que mató al toro es un “antisocial”. El alcalde del pueblo, Mayron Martínez, también salió a defender las corralejas a capa y espada. Agregó que aunque el  gobernador lo llamó para pedir que las suspendiera, él no va a acatar esa orden pues podría generar actos de violencia en el pueblo. “Esta es una tradición y un evento cultural que le pertenece a Turbaco y no a sus gobernantes”, dijo enfático. Pero el resto del país no lo vio así. De inmediato la ministra de Cultura, Mariana Garcés, aclaró que las corralejas no son patrimonio cultural de la nación.  “Hay quienes tratan de arropar en un acto cultural un acto de barbarie”, dijo y agregó que este espectáculo es muy distinto a las corridas de toros que tienen protección de la Corte Constitucional cuando hacen parte de la tradición de las ciudades y pueblos. Más enfático reaccionó el ministro de Ambiente, Gabriel Vallejo, quien aseguró que “no es cultura matar a un animal a cuchilladas”. En el Congreso también le sacaron tarjeta roja a la fiesta del toro. El senador Armando Benedetti propuso un proyecto de ley para acabarlo. “Un circo romano es una pendejada al lado de la barbaridad, la morbosidad y la estupidez que hay en las corralejas”, dijo. Sin embargo, el debate que se abrió a raíz de la muerte del toro no es blanco ni negro. Primero porque lo que sucedió en Turbaco, si bien no hace parte de la tradición inicial, sí era predecible. En las corralejas sale a relucir toda la improvisación y la falta de autoridad que hay en las regiones de Colombia. El hombre que le atestó las puñaladas al animal era solo una de las 200 personas que se habían colado en el espectáculo y que terminaron en el ruedo enfrentando a patadas al animal. En Turbaco murió el toro, pero en Riosucio la víctima fue un joven de 25 años, que no solo estaba borracho sino que tenía casa por cárcel y se había fugado ese día. A finales de diciembre, otro joven perdió sus ojos en las corralejas del municipio de Sampués (Sucre). A pesar del terrible accidente, el evento siguió como si nada una vez lo llevaron al hospital. Al camarógrafo de RCN que filmó las cornadas lo amenazaron de muerte con el argumento de que estaba haciéndole mala prensa a las fiestas del pueblo. Desde mucho antes de la muerte del toro de Turbaco, la tradición de las corralejas está amenazada por la opinión pública. Las más tradicionales, que son las de Sincelejo, este año no se realizarán. El alcalde Jairo Fernández explicó que las va a suspender pues no puede arriesgar la vida de sus ciudadanos ni las finanzas de la administración en un evento que no cumple con los requisitos mínimos de seguridad para quienes asisten ni de viabilidad económica.  “Para quienes no lo saben, el Municipio aún tiene una deuda por valor de 5.000 millones de pesos por la caída de los palcos en el año 1980 (en la que murieron más de 300 personas)”, agregó. Y no solo son las corralejas. Los toros en Bogotá no han podido volver a la Plaza. A pesar de que la situación jurídica de la fiesta brava es muy diferente, en la práctica el asunto está aún en veremos. La Corte Constitucional ha dicho que los toros son una expresión válida de la cultura de la ciudad y que por esta razón no pueden ser prohibidos. Una sentencia de tutela le devolvió a la corporación taurina el derecho a realizarlas en la capital, sin embargo, la Alcaldía pidió la nulidad de esa providencia y el caso ahora está en la sala plena del alto tribunal. Tanto el alcalde Petro (que rechaza las corridas), como el alcalde de Turbaco (que defiende las corralejas) han utilizado la misma defensa. Ambos sostienen que es el pueblo quien debe pronunciarse sobre la fiesta brava. En Bogotá ha corrido el rumor de que el alcalde quiere aprovechar la elección del próximo mes de octubre para hacer una consulta popular sobre los toros. El alcalde de Bogotá espera que antes la Corte Constitucional le dé la razón. Para él, en el fallo de tutela solo vieron aspectos administrativos del contrato de la Plaza, pero no tuvieron en cuenta los derechos que tienen los animales a no padecer sufrimientos ni tratos crueles.  La teoría de Petro no es deschavetada. Cada vez más el mundo ha comenzado a reconocer que los animales pueden ser sujetos de derechos, de manera parecida a los seres humanos. En diciembre, la justicia argentina le dio el derecho de hábeas corpus a una orangután de Sumatra llamada Sandra que estaba en el zoológico de Buenos Aires. Ordenó su libertad y la declaró una “persona no humana”. En Francia cientos de ciudadanos salieron a marchar a la calle y la actriz Brigitte Bardot amenazó con renunciar a la nacionalidad cuando el zoológico de Lyon anunció que iba a sacrificar dos elefantes que probablemente tenían tuberculosis. Colombia se ha conmovido igual con el sufrimiento de su fauna. La muerte de los hipopótamos de Pablo Escobar o la lechuza que pateó un jugador de fútbol de Barranquilla se convirtieron en escándalos nacionales.  El Consejo de Estado en un reciente fallo reconoció los derechos de los animales y prohibió su utilización en los circos. Sin embargo, es poco probable que otras cortes sigan esa tendencia por ahora. En el caso del toro de Turbaco finalmente no quedó en nada. La Policía emprendió una búsqueda del agresor que incluyó el análisis de videos y la recopilación de testimonios. Cuando identificaron al sujeto, la Fiscalía aseguró que no existía ningún delito al maltratar al toro y que si mucho se podría alegar un “daño en bien ajeno”. Con esto, el hombre protagonista de las redes sociales de esta semana volvió a su casa.