Andrea, Sandra y Diana fueron sorprendidas por las autoridades en una fiesta clandestina en la que había más de 40 personas violando el toque de queda y las medidas de bioseguridad adoptadas por el Gobierno para contener la propagación del coronavirus.

En la noche del 12 de enero, las autoridades ingresaron a un local en la localidad de Engativá, Bogotá, en donde se sorprendieron con una reunión monumental.

Decenas de personas encerradas en el segundo piso con escasa ventilación, consumiendo licor y drogas, pasando las botellas de mano en mano. La cuarentena y el riesgo de propagación de la covid para ellos no existían.

No se trataba de una fiesta normal, era una “chiquiteca”, pues, de las 42 personas que estaban allí, 30 eran menores de edad, entre las que estaban Andrea, Sandra y Diana. También había un sujeto, quien sería el organizador de la fiesta, reincidente en este tipo de actividades, por las cuales, según información de la Policía de Bogotá, se han registrado más de 4.000 comparendos.

Como si nada, en lo que seguramente consideraron una aventura o un desafío a las autoridades, no tenían la conciencia de que, ese mismo día, Colombia registraba una alta cifra de más de 14.000 contagiados y 331 fallecidos por covid-19.

Fiestas en cifras

En el último fin de semana, entre el 8 y 11 de enero, la Policía Nacional desactivó 2.070 fiestas ilegales en el país; 858, en viviendas, y 1.212, en entornos públicos. Por ejemplo, en Cali, se recibieron a través de la línea única de emergencia 18.603 llamadas, atendieron 3.999 casos, hubo 657 riñas y ubicaron 39 fiestas clandestinas.

En Antioquia, las autoridades intervinieron 3.465 fiestas familiares y clandestinas. Cifras que contradicen el toque de queda decretado por el Gobierno. En total, en el ámbito nacional, durante el puente festivo anterior se impusieron 32.716 comparendos por comportamientos en contra de las medidas de convivencia, es decir, promover la propagación del virus.

Las fiestas clandestinas se han convertido en un dolor de cabeza para las autoridades de salud y policivas del país debido a que generan propagación del coronavirus.

De hecho, esas cifras se quedarían cortas, expertos reconocen que se detectan menos del 20 por ciento de estas fiestas. “En el año 2020 se identificaron 146 fiestas clandestinas en la ciudad de Bogotá, en diferentes localidades, especialmente en Kennedy, Chapinero y Teusaquillo; se realizaron 1.746 comparendos y también se lograron 449 capturas por violar medidas sanitarias.

En lo corrido de este mes, hemos logrado ubicar nueve fiestas clandestinas”, indicó el general Óscar Gómez, comandante de la Policía de Bogotá.

El boom perverso

La preocupación es clara para las autoridades, pues reconocen que las fiestas clandestinas se incrementaron en los dos últimos fines de semana en cerca de 90 por ciento.

El director de Seguridad Ciudadana de la Policía, general Carlos Rodríguez, advierte que las zonas donde más suceden los encuentros ilegales son la costa atlántica, el Valle del Cauca y Bogotá, pero se teme que exista toda una industria del crimen detrás de estos eventos.

Incluso, ya presentaron las denuncias ante la Fiscalía.El general advierte que “debe haber corresponsabilidad ciudadana para que las personas no asistan a estos eventos donde se pueden presentar contagios masivos de coronavirus (…). Es muy preocupante, encontramos en algunos casos más de 100 personas reunida, poniendo en riesgo a quienes tengan contacto con ellas”.Una industria clandestina

En medio de las restricciones, según las autoridades, nace una nueva industria del crimen que se camufla en el concepto fiesta clandestina, en la que se quiere complacer a clientes cansados de la cuarentena, en busca de un respiro, pero no miden los riesgos. “Ante los confinamientos, a las organizaciones criminales, no les queda más que reinventarse o adaptarse para sobrevivir. Detrás de ese concepto de fiesta clandestina hay toda una industria del crimen”, indicó Iván Díaz, experto en seguridad urbana.

No se trata solo de los festejos. Junto con ellos se mueven actividades ilegales: venta de licor, microtráfico y trata de personas, en especial menores de edad con fines de prostitución. Detrás, a juicio del experto, hay un consolidado control territorial que maneja rentas ilegales.Estas reuniones, denominadas con el eufemismo casi inocente de “chiquitecas”, cuentan con un entramado de roles definidos.

Una cadena de abastecimiento para el licor, y otra que obliga a una conexión con grupos de tráfico y microtráfico de drogas. También, los encargados de conseguir a la gente, a través de redes sociales, y de bandas locales, en los barrios, responsables del marketing. Preocupa la complicidad de las autoridades.

Ruleta rusa en la pandemia

Para el médico e inmunólogo Carlos Patiño, es preocupante la situación provocada por las fiestas clandestinas. Asegura que ellas son un factor detonante de propagación del virus y, en este momento, serían una de las causas principales de transmisión de la covid, con el agravante de que quienes realmente resultan afectados son papás o abuelos de los menores asistentes a las “chiquitecas”.

“Estos eventos clandestinos favorecen la diseminación del virus. Se trata de un juego de ruleta rusa. En principio, las personas que participan de estas fiestas no se preocupan por saber si están infectadas, en estos espacios no hay normas de bioseguridad. Lo más complicado es que quienes asisten son jóvenes que arriesgan la vida de sus familias sin ninguna consideración”, señala Patiño. La irresponsabilidad que representan estos eventos en pandemia no solo preocupa por la presencia de menores, el uso de drogas o la posible complicidad de las autoridades de Policía.

Los servidores públicos también forman parte de la problemática. En evidencia quedaron varios funcionarios de la Alcaldía de Bucaramanga asistiendo a una fiesta, el pasado 26 de diciembre, en donde se puede observar que ninguno cumplió con medidas de bioseguridad.

A los empleados municipales, el alcalde Juan Carlos Cárdenas ya les aceptó la renuncia. Ellos aparecen en videos dentro de un bar, al son del reguetón, bailando como si el coronavirus no existiera, en momentos en que Santander atravesaba por un pico alto de contagios de covid-19.Según el diario Vanguardia, que publicó la información, en el video aparecen Ángel Galvis, asesor del despacho del alcalde; Diego Gallardo, contratista del municipio; y Andrés Villalba, jefe de control Interno Disciplinario de la Alcaldía.

Tanto autoridades como expertos son conscientes de que, mientras exista el coronavirus, fenómenos como el de las fiestas clandestinas, fortalecidas en los últimos meses, no desaparecerán y, por el contrario, seguirán siendo un problema para la salud de todos por la falta de disciplina social y la irresponsabilidad.