SEMANA: ¿Qué pasó ese 18 de julio?

CRISTIAN CASTAÑO: Ya llevábamos unos 15 minutos ahí en el punto calentando. Antes de bajar muy profundo, hacemos varias inmersiones entre 10 y 20 metros con ese fin. Yo ya había hecho mis calentamientos y estaba a punto de hacer mi inmersión, el objetivo de ese día eran 80 metros. Una compañera me toca el hombro y me dice que no baje porque hay un tiburón, y no bajé. Nosotros ya habíamos tenido la situación con un tiburón, él se queda mirando a ver si tenemos peces y se va. Siempre se avistan tiburones, pero nunca habían atacado. Sin embargo, este sí se puso agresivo.

SEMANA: ¿Pero qué pasó? Porque dicen que normalmente los tiburones no atacan.

C.C.: Sí, pero depende de la especie. La mayoría de tiburones que se ven en San Andrés son de arrecife, que son muy tranquilos. El problema es que este que vimos ese día era oceánico, es decir que es un tiburón que vive lejos en aguas abiertas, muy lejos de la orilla. Entonces, son tiburones que, como tienen tan poco alimento en mar abierto, cada que tienen la oportunidad de comer algo o ven alguna presa, si tienen hambre, van y atacan. Era una hembra y supongo que tenía mucha hambre.

SEMANA: Entonces, su compañera le avisa que hay un tiburón.

C.C.: Yo estaba tranquilo porque los habíamos visto muchas veces, me pongo la careta para ver bajo el agua y veo que el tiburón está demasiado cerca. Ellos están como a cinco metros y dan una vuelta o algo y se van. Lo que hago en ese momento es golpearlo con la monoaleta que tenía en los pies, se va, pero regresa. En ese momento decidimos reunir nuestras cosas y empezar a nadar hacia la orilla.

SEMANA: ¿Y ahí empieza el ataque?

C.C.: Sí, yo decidí quedarme un poquito atrás intentando espantar al tiburón para que no esté encima de nosotros. El problema es que me aparto del grupo y eso me dejó indefenso, porque, supongo, el tiburón me ve solo. Ahí me empieza a atacar intensamente y yo lo empiezo a devolver con las aletas, dándole patadas y poniéndole la aleta para que él muerda la aleta y no me muerda a mí. Al poco tiempo ya me muerde a mí.

SEMANA: ¿La primera mordedura en qué extremidad fue?

C.C.: Realmente, no sé (risas). Hay tanta adrenalina, miedo y uno está en una situación de alerta como que deja de sentir dolor. Lo que empecé a ver fue sangre, supongo que fue la de la pierna derecha. Yo veo un charco de sangre, de película. Obviamente, el tiburón se pone más agresivo en ese momento y empieza a atacar más.

SEMANA: ¿Por la sangre?

C.C.: Supongo que por la sangre y porque vio que sí había carne, que no era solo plástico lo que estaba mordiendo.

SEMANA: Usted ya era la presa del tiburón.

C.C.: Claro, definitivamente él se enfocó en mí después de ese momento. Mis amigos, cuando vieron que me estaba atacando y vieron la sangre, sacaron valor y lo trataron de atraer para quitármelo, pero ya yo era la presa.

SEMANA: ¿Cómo así que no sentía nada de dolor en medio de semejante escena?

C.C.: No sentí dolor, él viene y me ataca muchas veces más, aunque no en todas me muerde. En algunas no me muerde sino que yo lo devuelvo de una patada o de un golpe. Tuve una lucha con el tiburón que duró más o menos 10 o 15 minutos.

SEMANA: Una eternidad…

C.C.: Sí, en esa lucha me muerde ambas manos, los dedos, y eso me genera cortadas muy profundas, pero no sentí dolor. Sentí los dientes, la fuerza del tiburón. En algún momento alcanzo a tener la mano completa dentro de la boca del tiburón, siento la boca y la saco rápidamente para evitar que me la arrancara. Ahí estoy nadando muy rápido para volver a la orilla.

SEMANA: ¿Cómo aguantó esos 15 minutos?

C.C.: Si yo no supiera hacer apnea, si no hubiera estado tan calmado, no hubiera aguantado ese tiempo. El tiburón iba y volvía, nadaba despacio y atacaba. Yo nadaba muy rápido, pero me tengo que agarrar muy fuerte un brazo por la pérdida de sangre, era impresionante, y el tiburón seguía la estela de sangre.

SEMANA: ¿En qué pensó en esos 15 minutos?

C.C.: La mayoría del tiempo en cómo sobrevivir, es un instinto de supervivencia. Llegué a pensar que no lo lograría, que estoy muy lejos de la orilla. Obviamente, en algún momento pienso en Dios y le digo: “Dios mío, ayúdame. Dios mío, sácame de esta”. Y ahí aparece la lancha que nos rescata.

SEMANA: ¿Cree en Dios?

C.C.: Creo en Dios, nunca he sido muy religioso, pero creo que existe algo superior. Creo que hay algo que nos cuida, pero hasta este momento no había sido muy religioso ni de rezar. En una situación de estas uno piensa que se va a morir, sentí que me iba a desmayar por la cantidad de sangre que estaba perdiendo. Ahí me aferro y digo: Dios mío, sácame de esta. Así que, literalmente, lo dije en mi mente y fue muy fuerte desde un punto de vista religioso.

SEMANA: ¿Un milagro?

C.C.: Sí, pero cada quien puede verlo como quiera. La mayoría de la gente con la que he hablado me ha dicho que es un milagro. Los médicos también me lo dijeron, porque es un milagro que no haya perdido las manos, la pierna o la movilidad. Tengo heridas profundas, pero no pasó nada grave.

SEMANA: Además que tampoco tuvieron que amputar una extremidad. Los videos son muy fuertes y se piensa lo peor.

C.C.: Sí, eso es verdad. Yo salí caminando del agua. A mí lo que más me dolió fue la anestesia que me pusieron antes de ponerme los puntos (risas). Esa vaina sí duele mucho, pero el resto no.

SEMANA: ¿Cuántos puntos?

C.C.: 100 puntos solo en las manos y tengo muchos más en la pierna derecha. Calculo unos 150 más o menos.

SEMANA: Pero es increíble que ante el ataque no haya pasado algo más grave.

C.C.: Nada, no tengo nada. Se me hinchó un poquito el pie. Camino normal, aunque me siento muy cansado. El cuerpo está tratando de recuperarse. Hay dolor, pero es normal porque a mí las heridas me llegaron hasta los huesos. Cuando llegué al hospital, no me había visto bien las heridas, me cortaron el traje con tijeras en la camilla y ahí puedo ver las heridas. Me doy cuenta de que me llegaron hasta el hueso las tres heridas, las de las dos manos y la pierna. Yo veo los huesos.

Los animales acuáticos podrían estar siendo alimentados a las orillas de la playa de San Andrés. Foto: Getty Images | Foto: Getty Images

SEMANA: Con el paso de los días, ¿qué piensa de este ataque del tiburón?

C.C.: Yo pude haber muerto, lo tengo clarísimo. Tuve muchísima suerte. Que un tiburón lo ataque a uno es super poco probable. Intento tomar esto ya con humor, porque es la forma de afrontar las cosas y, de hecho, me echan chistes y dicen que me van a poner de carnada para atrapar al tiburón (risas). Pero estoy listo para volver al agua. Tomaré otras precauciones para evitar que esto pase.

SEMANA: ¿Cuánto tiempo de incapacidad?

C.C.: Diez días, pero hay que esperar que quiten los puntos para ver cómo están las heridas. Yo soy de Manizales y voy a estar descansando allá un mes por lo menos, y cuando ya me sienta bien, vuelvo a entrenar empezando en piscina y gimnasio, porque el plan de ir al mundial sigue en pie.

SEMANA: ¿Cuándo es?

C.C.: El primero, el 19 de agosto en Honduras y el segundo, el 19 de septiembre en Chipre. La selección Colombia de apnea estará presente, aunque yo iré al de septiembre por lo de la recuperación.

SEMANA: ¿Cuántos son los de la selección Colombia?

C.C.: Somos cuatro. Dos mujeres y dos hombres. Las dos chicas se llaman Marcela Ávila, que es de Bogotá, y Marcela Vélez, de Medellín. Juan David es el otro integrante y yo.

SEMANA: ¿Y están recolectando fondos para ir a esos mundiales?

C.C.: Estamos recaudando fondos para las cuatro personas. Entonces, lo vamos a partir en cuatro y, obviamente, lo mío será para costear mi viaje a Chipre. En mis redes sociales está toda la información.

SEMANA: ¿Hay un número importante de personas que practican la apnea?

C.C.: Está en un boom impresionante. Cuando empezó éramos muy pocos, pero cada año hay muchísima más gente, porque es un deporte realmente muy bonito. Quienes quieren formarse tienen que buscar a profesionales.

SEMANA: ¿Su familia qué le dijo del ataque del tiburón?

C.C.: Mi mamá estaba muy preocupada y asustada. Cuando hablé con ella, lloró demasiado; mi papá, también, pero me apoyan siempre y los veré pronto en Manizales. También a mi hermana, que está bastante preocupada, y a mi abuela, de 92 años, que todavía no sabe nada y no quiero que sepa porque se preocupa, le voy a decir que me caí de una bicicleta.

SEMANA: ¿No le han dicho que se ponga a practicar otro deporte?

C.C.: (Risas) No, no me han dicho. Mi familia me apoya mucho y siempre me ha dado la libertad de hacer lo que yo crea y lo que me gusta. Sin embargo, otras personas cercanas sí me han dicho que esto es una señal para dejar de hacerlo, pero seguiré en esto porque es lo que me gusta y me apasiona. Prefiero vivir menos tiempo haciendo lo que me gusta que vivir hasta muy viejo encerrado en una oficina.

SEMANA: Y queda claro que el ataque fue culpa suya por meterse al territorio del tiburón.

C.C.: Total, estoy totalmente en desacuerdo con la gente que dice que hay que irlos a matar, que hay que capturar al tiburón y cosas así. Esto es lo natural que hace un animal de estos en su territorio. Nosotros fuimos los que entramos a su territorio. Es un animal salvaje que está buscando comida. Hay que acabar con la sobrepesca, con el cebamiento de animales en el mar para no atraerlos y realmente sí hacer otras prácticas más seguras.