Cuando el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe se reunieron y estrecharon la mano, tras seis años de distanciamiento, para tratar de hallar una salida al limbo político en que quedó el país luego del plebiscito, cada uno ya había jugado por su lado una carta estratégica para lograr que su respectiva sea la que salga avante: tener de su lado a los pastores evangélicos.En su campaña por el No, Uribe compartió tarima con pastores cada vez que pudo. Y en sus primeras reacciones después del triunfo, mencionó en cuatro oportunidades que había que corregir los acuerdos, entre otras cosas, para preservar el “concepto de familia”. Un mensaje al corazón del credo religioso. Por su parte, Santos, tras asimilar la derrota en el plebiscito, lo primero que hizo fue llamar a pastores líderes para invitarlos a un encuentro en la Casa de Nariño a fin de escuchar sus preocupaciones. Y efectivamente el martes, un día antes de la reunión con Uribe, recibió en palacio a 14 representantes de esas Iglesias. Es lógico el interés de los pesos pesados de la política por los jefes del rebaño evangélico. Esta comunidad es un fenómeno de masas en Colombia, y el plebiscito demostró que su disciplina y unidad pueden pesar mucho en las votaciones. Tres momentos de crisis han puesto en el centro de la política a esos grupos. El primero fue el debate por las cartillas que el Ministerio de Educación proyectó con el enfoque de inclusión de género, y que puso los pelos de punta a los evangélicos a tal punto que se movilizaron con marchas de protesta de la mano con asociaciones de padres de familia. Luego vino la discusión por la polémica encuesta del Dane dirigida a escolares, en la que se les indagaba en lenguaje directo sobre su comportamiento y actitudes sexuales. La tercera disputa –la más costosa en términos políticos para el gobierno– se presentó en torno al texto del acuerdo final de La Habana, concretamente por su perspectiva de género. En los tres pulsos venció el poder de los religiosos: el lío de las cartillas produjo la salida tardía de la ministra Gina Parody, el director del Dane se vio obligado a congelar la encuesta y revisarla, y, contra todo pronóstico, el plebiscito quedó saldado con el triunfo del No. ¿Cómo han logrado concentrar tanto poder los evangélicos? Lo primero que se advierte es que hace mucho dejaron de ser un grupo marginal, y que no se trata de un fenómeno exclusivamente colombiano. Esas Iglesias proliferan por todo el mundo, con particular énfasis en América Latina. Un poco más del 20 por ciento de los 209 millones de habitantes que tiene Brasil ahora profesan esas versiones de la fe cristiana. Y en torno a semejante legión hay un poder económico apabullante no exento de escándalos de corrupción. El principal templo en São Paulo pertenece a la Iglesia Universal del Reino de Dios y es tan colosal como un estadio mundialista, tanto, que su costo se calcula en 320 millones de dólares. Los evangélicos brasileños han desarrollado empresas de ingeniería (especializadas en construir templos), cuentan con una feria de negocios llamada ExpoCristo, controlan decenas de medios de comunicación en radio, televisión y prensa. Incluso la Iglesia Assembleia de Deus, la más grande del país, ofrece dos tipos de tarjetas de crédito a sus fieles, la misionera y la dorada. “Además del gran caso de Brasil, está Centroamérica con Costa Rica y Guatemala como los países evangélicos con mayor presencia de Iglesias cristianas, pero también son muy importantes El Salvador y Honduras”, anota Jimmy Chamorro, senador de La U y uno de los líderes evangélicos más importantes de Colombia.En el país esas Iglesias se aglutinan desde 1950 en el Consejo Evangélico de Colombia (Cedecol), que hoy agrupa 266 organizaciones. “Estamos hablando de 10 millones de creyentes en el territorio nacional, y la función de Cedecol es la de ser interlocutor entre los derechos de esta Iglesia y el gobierno”, explica el pastor Édgar Castaño, presidente de la confederación y uno de los líderes que se reunió con el presidente Santos tras su derrota en el plebiscito. Para posicionar y movilizar su mensaje, los evangélicos cuentan con una profusa red de medios. En Colombia tienen 145 emisoras radiales en AM y en FM. También emiten decenas de programas televisivos, en particular llama la atención las franjas que controlan en el Canal Uno durante las mañanas y buena parte del fin de semana. Además cuentan con el canal internacional Enlace que se ve en todo el país, y es, según su propia presentación, “televisión cristiana vía satélite de índole espiritual y de inspiración durante las 24 horas, 365 días del año”. Igualmente influyen los espacios en la televisión regional. “Nuestra Iglesia tiene programas en Enlace TV y en el canal Televisión Regional del Oriente”, dice el concejal y pastor bumangués Jaime Andrés Beltrán, quien obtuvo la mayor votación de los 19 concejales de la capital de Santander. Según Beltrán, los evangélicos en Colombia están replicando el modelo asiático de Corea, donde las Iglesias ya no dan abasto y deben transmitir sus ceremonias por medio de plataformas digitales. Efectivamente, en Colombia todas esas Iglesias cuentan con página web y muchas transmiten en vivo sus reuniones, vía streaming, para así congregar a sus fieles a la distancia donde quiera que estén. Una clave para explicar la victoria del No en el plebiscito es que contó con el discurso y toda la batería mediática evangélica. La razón para que ello haya ocurrido es que esos fieles sintieron amenazadas sus concepciones frente a la familia y su rol en cuanto a formar la moral de los hijos. “Ni la familia ni los hijos son del Estado, son asunto de los padres. Cuando se metieron con eso inmediatamente sentimos un sacudón, porque nos tocaron una fibra del alma”, dice el líder pastor Héctor Parra. Para muchos, el espacio que han llenado los credos evangélicos es inversamente proporcional al que ha perdido la Iglesia católica. Su crecimiento se expresa en el crecimiento permanente de sus creyentes y en que están copando peldaños en instancias políticas. Los pastores afirman que hoy no hay municipio de Colombia donde no tengan iglesia, y hay al menos siete congresistas cristianos. El fenómeno es aún más visible en Asambleas y Concejos Municipales. Desde la Iglesia católica se dice que el 80 por ciento de la población colombiana sigue su fe y admite que está perdiendo terreno frente a los evangélicos, “pero la Iglesia católica no está muy interesada en la cantidad como en la calidad. El catolicismo está haciendo esfuerzos por cualificar al creyente”, dice el sacerdote Francisco Nel Leudo, director de Pastoral de la Arquidiócesis de Cali. Afirma que los credos evangélicos crecen con mayor fuerza en los lugares de América Latina donde hay más pobres, “es decir, donde hay más ignorancia”, y se pregunta cuál ha sido el aporte de esas Iglesias a la paz del país frente al sacrificio en muertos y décadas de trabajo que ha puesto el catolicismo.Frente al dilema del plebiscito, la Iglesia católica asumió una neutralidad de la que se apartaron algunos sacerdotes como el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, y el propio padre Leudo, quienes se alinearon con la postura del papa Francisco quien dijo que el país no podía negarse la oportunidad de alcanzar la paz. “Respetamos la posición del episcopado colombiano, pero pienso que debimos haber tenido más coraje y decirle a la gente que este país requiere una oportunidad”, dice Leudo. Es probable que en el resultado del plebiscito también se haya reflejado la tibieza de la Iglesia católica, además de la intensa actividad de los evangélicos. Lo que hay sobre la mesa es que el gobierno deberá encontrar una forma de apaciguar el descontento de estos. Los pastores en conjunto afirman que siempre apoyaron el acuerdo de paz hasta que lo empezaron a sentir como una amenaza a sus principios. Así que otro de los desafíos que debe resolver el presidente Santos para desempantanar la paz es el de desaparecer el demonio que ven los evangélicos allí. El mandatario tiene que lograr que, en vez de miedo, le tengan fe.