En febrero pasado, cuando Kofi Annan estuvo en La Habana, les dio un consejo a los miembros plenipotenciarios de la Mesa de Conversaciones: que compartieran más espacios informales, a lo mejor un partido de fútbol, o una tarde en la playa, o un almuerzo de domingo. Seguramente lo que buscaba Annan es que entre guerrilleros y miembros del gobierno aflorara el factor humano que fue definitivo por ejemplo en Sudáfrica, hace dos décadas, cuando en plenas negociaciones Mandela y De Klerk salían a pescar o hablaban de sus nietos, para tender puentes de humanidad. Para pasar de tratarse como enemigos, a tratarse como adversarios. Pero ni siquiera la Copa América ha hecho que las delegaciones suden juntos la camiseta de la Selección Colombia. Cada delegación celebra de manera aislada los goles, en casas a las que las separan apenas unos metros. Dos años después de haber iniciado las conversaciones y con 38 rondas agotadas, esto es 450 días de estar juntos, todavía se tratan como alienígenas de planetas diferentes. En 20 meses solo han tenido dos cenas informales, con coctel incluido, en casa del embajador de Noruega. El fantasma del Caguán sigue vivo y el miedo a compartir un whisky o un trago de ron es latente. Planetas distintos Gobierno y guerrilla se alojan en El Laguito, un lujoso complejo de 100 mansiones donde vivían los millonarios cubanos y extranjeros en la época del dictador Fulgencio Batista, hoy convertido en casas de protocolo para diplomáticos. El gobierno colombiano ocupa tres casas, una para los plenipotenciarios, y dos para asesores. El equipo negociador desayuna y almuerza junto todos los días durante el ciclo. Cada uno tiene sus añoranzas en materia de comida. El general Jorge Enrique Mora lleva en una nevera de icopor lechugas frescas sembradas por su nuera en Tabio. “Es como un caviar en La Habana”, dice uno de los delegados. Sergio Jaramillo, por su parte, siempre carga un frasco de tabasco en su maleta, pues en Cuba no se encuentra mucho el picante. Mientras Frank Pearl carga con sus cereales, y De la Calle algunos vegetales pues sigue una dieta rigurosa baja en grasa y harinas. Para los miembros del gobierno, ir a Cuba es un sacrificio personal, extrañan sus casas, la vida privada y las familias después de casi tres años de negociación. No tienen lujos y aunque salen a veces a cenar o a beberse un trago o comprar antigüedades, la vida en general es de claustro: lectura, ejercicio, diálogo y, claro, negociación. La delegación de las FARC, por su parte, vive en tres casas, la principal es llamada casa de piedra, una construcción gigante que fue del hijo de Batista y donde, por cierto, se negoció durante la fase confidencial del proceso. Ellos mismos cocinan y tienen la vida colectiva de un campamento, aunque con menos rigor. A las seis todos están en pie, desayunan y a las siete de la mañana hacen una reunión para poner en común lo que se hará ese día, quién leerá el comunicado ante la prensa. Las salidas de El Laguito exigen un aviso a la seguridad cubana, encargada de protegerlos, y suele hacerse, para los ciclos, en carros oficiales de alta gama, tanto para el gobierno como para la guerrilla. A pesar de que los cubanos han sido excelentes anfitriones, unos y otros se sienten lejos de casa. Cuentan que por ejemplo los ‘abuelos’ de las FARC que están allí, como Isaías Trujillo, se aburren mucho y añoran la selva. Aunque para los guerrilleros ir a Cuba ha sido una oportunidad de escapar a la amenaza constante de la muerte y tratarse las dolencias que han producido los rigores de la selva tropical. La diabetes es la dolencia más común, así como los problemas de próstata, en el caso de los hombres veteranos. Casi todos hacen deporte en las tardes. Los miembros de las FARC juegan fútbol –especialmente Marcos Calarcá y Rodrigo Granda–, y otros como Iván Márquez prefieren la bicicleta para aprovechar los 1,2 kilómetros de diámetro que tiene El Laguito, afición que tiene en común pero no a las mismas horas con el negociador Frank Pearl. Algunos del gobierno como De la Calle y Mora van al gimnasio. Hasta ahora las delegaciones no han hecho ni un partido ni una carrera juntos. Es más, salvo las sentadas a negociar no han hecho casi nada juntos. Los de las FARC han ido ampliando su delegación de acuerdo con las necesidades de la Mesa, y al que se sale de la disciplina impuesta por la delegación lo mandan a hacer pedagogía a las selvas, como ocurrió, al parecer, con Andrés París. Otros son devueltos cuando han cumplido tareas puntuales en La Habana. Es lo que ocurrió con Jairo Martínez y Emiro, quienes regresaron a Colombia en octubre y encontraron la muerte en mayo pasado en sendos bombardeos del Ejército en Chocó y Cauca. Ese día hubo llanto y dolor en la casa de las FARC. “Uno no se acostumbra a la muerte”, dicen. También vivieron con intensa tristeza la muerte de alias Becerro, en marzo, pues era uno de los más antiguos militantes de esa guerrilla, tanto que se incorporó el mismo día que lo hizo Timochenko hace ya cuatro décadas. Ambas delegaciones tienen internet, televisión por cable y leen mucho. Muchos de ellos, como Yira Castro, o Alexandra Nariño, o el propio Pastor Álape tienen cuentas de Twitter que usan con frecuencia. El Facebook ha sido un descubrimiento para algunos de ellos que han logrado encontrar a familiares a través de esta red. En las tardes el jefe guerrillero Carlos Antonio Lozada les da clases de lecto-escritura a los guerrilleros que tienen menos escolaridad. Aunque sus salidas son restringidas, ellos pueden recorrer La Habana, en bus o taxi. Alguno de ellos se manifestó confundido con lo que ha visto en las barriadas, la pobreza y la escasez. ¿Este es el socialismo por el que luchamos nosotros?, se pregunta con asombro. En el caso del gobierno es muy diferente. Mientras los guerrilleros llevan 40 años juntos, comparten una historia y un ideario en común, estos apenas si se conocían entre ellos antes de empezar a convivir en una especie de ‘casa estudio’. Hay respeto pero no familiaridad. O por lo menos no entre todos. Aunque han aprendido a conocerse y a tolerarse. Cuando hay tensiones fuertes los rumores llegan hasta el presidente, quien también ha usado la fórmula de mandar a hacer pedagogía como le ocurrió al general Mora. Días en los que lo extrañaron sus colegas porque no solo lo respetan por su trayectoria sino por su sentido del humor. Y días, también, en que su ausencia generó todo tipo de preocupaciones en varios círculos de poder en Colombia que ven en el general un factor determinante para la generación de confianza en el proceso. La guerrilla percibe a la delegación del gobierno como aristocrática y digna representante del Establecimiento. Esta idea se reforzó con la llegada de la canciller María Ángela Holguín y el empresario Gonzalo Restrepo, quienes para la delegación del gobierno en cambio han significado un aire fresco. De la Calle es muy respetado, y Sergio Jaramillo considerado un hombre lejano y misterioso. Fluyen mejor las relaciones con Mora y Naranjo, porque posiblemente son menos ‘aristócratas’ y menos políticos, y porque vienen directamente de la guerra. La delegación del gobierno, por su parte, sufre con el estilo acartonado y retórico de Márquez, al que de todos modos lo reconocen como estratega; y la radicalidad de Santrich, de quien destacan su inteligencia. Santrich además de ideólogo en todo el sentido del término es músico –toca flauta y saxofón– y pintor. Hasta ahora había reinado entre las dos delegaciones el respeto, la prudencia y la reserva sobre lo que opinan unos y otros. Episodios como el de esta semana en el que Jaramillo trató de cínicas a las FARC, y el posterior reclamo de estas, no se habían presentado, y son muestra del deterioro de la confianza entre las partes. ¿Cómo se negocia? Cada ciclo dura 12 días, de los cuales se trabajan tres y se ‘descansa’ uno. En realidad, ese día de intermedio se hacen reuniones, se preparan documentos, se lee y escucha a invitados especiales. Las sesiones comienzan a las ocho y media o nueve de la mañana. En la mesa se sientan rigurosamente de un lado el gobierno y del otro las FARC. Trabajan hasta la una de la tarde, y luego del almuerzo cada delegación prepara lo suyo para el día siguiente. Pocas veces hay mesa plena, pues cada vez más se trabaja en subcomisiones. Las más constantes son la subcomisión técnica para la finalización del conflicto, compuesta por seis generales, encabezados por el general Javier Flórez, y en la que participan Carlos Antonio Lozada y Romaña. Esta avanza rápido, de manera paralela a la mesa de plenipotenciarios y, según ambas partes, se ha construido un lenguaje común. Pero esta subcomisión no decide nada y con frecuencia los acuerdos a los que llegan son devueltos o frenados por los plenipotenciarios. El esfuerzo actual es por encontrar fórmulas para volver a desescalar el conflicto, ya que ambas partes saben que negociar bajo fuego se está volviendo insostenible, y hasta allí llegan los vientos de pesimismo que hay en el país. Según un miembro de las FARC, hay que buscar una fórmula audaz, que sea superior a lo que se tenía antes de mayo, cuando el cese unilateral había bajado la intensidad del conflicto a niveles históricos. La otra subcomisión constante es la de género que cada vez cobra más relieve, especialmente por el peso que tiene en la comunidad internacional. Ese se puede decir que es el enano que se creció en La Habana. Tanto Victoria Sandino, de las FARC, como María Paulina Riveros, del gobierno, han encontrado muchas más coincidencias que desacuerdos en materia de violencias de género y en asuntos como la participación de las mujeres en todos los espacios de las conversaciones y de un eventual posconflicto. Otro enano que se creció es el noticiero que producen los guerrilleros cada semana, y que aunque empezó de manera rudimentaria se ha ido sofisticando. Se podría decir que por lo menos una cuarta parte de la delegación de las FARC se dedica a labores de comunicación y propaganda. Los plenipotenciarios trabajan desde hace meses, para avanzar más rápido, en grupos de dos por dos, tres por tres o cuatro por cuatro; con miembros de un lado y otro, donde se preacuerdan aspectos que luego se llevan a la mesa en pleno. Suele pasar mucho tiempo en intercambios de ideas antes de que cada una de las partes presente su propio documento. Y sobre la base de sendos documentos empiezan a construirse los acuerdos. Cada vez que se acuerda algo se va redactando. La redacción, que es lo más difícil y crítico, está a cargo, casi siempre, de Sergio Jaramillo y de Jesús Santrich, por parte de las FARC, quien se ayuda de un programa de computador que lee su voz. Filólogo el uno, abogado el otro, discuten cada palabra, cada concepto para que nada quede al azar. En el anterior ciclo (el 37), en medio de la crisis del proceso se logró un avance sobre la Comisión de la Verdad porque se trabajó de largo dos días hasta lograr un contenido digno de presentar ante el país. La regla de que nada de la guerra afecte el proceso se ha cumplido, al parecer, en un racional pragmatismo que para algunos raya en la insensibilidad. Cuando los guerrilleros de las FARC mataron a 11 soldados en Cauca, violando su propio cese del fuego, los comandantes de las FARC no se atrevieron a hablar del tema. Del otro lado tampoco hubo reclamos. Solo en la subcomisión técnica para el fin del conflicto, los guerrilleros dijeron que lamentaban esas muertes, que eran parte de la guerra que querían acabar. Luego, cuando las Fuerzas Militares mataron a 40 guerrilleros en una racha de bombardeos tampoco hubo disculpas ni reclamos. Apenas en los pasillos, mientras tomaban el tinto de la media mañana, hubo un par de condolencias y la reafirmación, de nuevo, de que hay que terminar la guerra. Estos episodios, más la ola de sabotajes reciente, han sembrado una gran cizaña en la Mesa, que amenaza con tragarse todo lo construido hasta ahora. Será difícil seguir adelante mientras el país se inunda de sangre y los ríos de petróleo. Los miembros de cada delegación han vuelto a verse como enemigos en guerra y no como adversarios políticos. Algo que de alguna manera ya se había logrado. Y los puentes de humanidad que ayudan a la política, a los que tanto apeló Kofi Annan haciendo referencia al proceso de Sudáfrica, están más lejanos que nunca.