En febrero de 2018, científicos del mundo se reunieron en la sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Buscaban debatir sobre las fuentes más peligrosas de una futura y mortal pandemia. Entre los candidatos salió, por supuesto, el ébola, un virus que deshidrata el cuerpo humano y ya causó epidemias en África. También el nipah, que inflama el cerebro hasta provocar la muerte. Y el SARS, que ataca los pulmones y mata al 13 por ciento de los infectados. Pero ganó el primer lugar la llamada enfermedad X, el nombre con el que designaron a la posibilidad más terrible: un patógeno desconocido que podría difundirse rápida y silenciosamente por el mundo. Sabían que iba a llegar. Solo ignoraban cuándo.

Peter Daszak, ecólogo de enfermedades de Nueva York, presente en esa reunión, dice que solo le dieron un nombre bonito a ese posible enemigo, pero nunca hicieron algo para prepararse. Por eso, dos años después, cuando el día trágico llegó, nadie supo qué hacer. Ocurrió a finales de 2019 en la ciudad de Wuhan, China, cuando los médicos advirtieron un extraño aumento de enfermos con una neumonía severa. En ese momento, y a pesar de la certeza de que se trataba de la enfermedad X, China y el mundo tardaron en reaccionar. Solo en enero 11 el Gobierno de Beijing declaró al primer muerto oficial por el virus que aún no tenía nombre. Sin embargo, la OMS esperó hasta marzo para declarar la pandemia.

Tras nueve meses de batallar contra ella, esta semana la cuenta de casos fatales pasó el millón. Muchos creen que son más, pues las limitaciones en el rastreo y el diagnóstico no permiten ver las dimensiones reales. Aun así, la cifra marca un hito en esa guerra, ya que deja claro que el mundo está lejos de controlar al enemigo.

“Lo subestimamos”, dice en retrospectiva al diario The Wall Street Journal Peter Piot, en su momento director del London School of Hygiene & Tropical Medicine, codescubridor del ébola y quien cayó enfermo por la covid-19 en marzo. Con Piot coinciden muchos otros como David Quammen, autor del libro Contagio, una crónica sobre los científicos que van por el mundo a la caza de los virus más temidos. Considera que el planeta habría realizado un control mejor si hubiera usado el conocimiento científico y las capacidades de salud pública con liderazgo sabio y voluntad. “No lo hicimos”, admitió al diario El País.

Infografía muertos | Foto: SEMANA
Infografía muertos | Foto: SEMANA

En esta triste celebración, los más pesimistas vaticinan que este apenas será el primer millón de muertos. “¿Estamos preparados colectivamente para hacer lo necesario y evitar ese número? Si no tomamos acciones... Sí, observaremos 2 millones de muertos o tristemente uno mucho más alto”, dijo Michael Ryan, director de Emergencias de la OMS.

De hecho, proyecciones del Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud (IHME), de la Universidad de Washington, sugieren que, de continuar la tendencia actual, para enero de 2021 el total de muertes alcanzará los 2,3 millones, una cifra que podría reducirse a 1,8 millones si todos los países adoptaran el uso del tapabocas. Pero en el peor de los escenarios, que implica seguir relajando las medidas de distanciamiento físico y las restricciones de reuniones, el número de muertos llegaría a 3,3 millones en diciembre, con un promedio de 72.700 diarios.

A esto habría que sumarle las muertes colaterales que no entran en los conteos oficiales. Países como España, Francia e Italia ya advierten un aumento preocupante de decesos por cáncer y otras enfermedades crónicas desatendidas por la pandemia. Estas también serían producto del miedo a los hospitales, vacunarse y el aumento del consumo de alcohol y drogas. Según la OMS, la tendencia afectaría por igual a todos los países.

¿Cuánto es un millón?

Ante la dificultad de dimensionar ese millón de vidas perdidas, algunos han tratado de darle sentido al comparar la cifra con la de otras epidemias, como la de malaria que en un solo año, 2018, provocó 405.000 muertos. Otros lo hacen con la población de países como Yibuti o Chipre, y Christopher Murray, director del IHME, lo comparó con la capacidad de los 50 estadios más grandes del mundo. “Los muertos ya llenarían esos estadios, una imagen aleccionadora de las personas que han perdido la vida o sus medios de subsistencia”, dijo.

Al cierre de esta edición, más de 26.200 familias colombianas sufrieron la muerte de un ser querido por el virus. Leyla Vargas perdió a su esposo, Jorge Eliécer Vargas, un lotero bogotano que falleció en abril.

Estas analogías ayudan, aunque la mejor manera de verlo es simple: detrás de cada muerto se esconde un drama humano. Millones de familias despidieron a sus padres, hijos y abuelos por la pantalla de un celular. Muchos, incluso, nunca pudieron decir adiós. Y como relatan los propios profesionales de la salud en las ucis, impacta sobre todo que las muertes llegan sin avisar: muchos ingresan a los hospitales con probabilidades de sobrevivir, pero de un momento a otro su cuadro clínico empeora y fallecen. Porque este virus ha dejado en claro que es traicionero y nadie, sin importar país, edad o raza, sabe cómo resultará su encuentro con él. Algunos ni lo sienten; a otros los acaba en cuestión de días.

Las cifras de esos muertos parecen una competencia de quién ha hecho mejor las cosas. En el extremo más favorable está China con tres muertos por millón de habitantes, y Corea del Sur con ocho. En el opuesto, Estados Unidos con 629, y España con 668.

"Si no tomamos acciones observaremos 2 millones de muertos o tristemente uno mucho más alto”

Michael Ryan, director de Emergencias de la OMS.

Eso ha llevado a pensar si tienen la clave los países autocráticos como China, que pueden controlar el virus con medidas estrictas. Pero para otros es simple cuestión de gestión inteligente. Muchos líderes dejaron de actuar prontamente por proteger sus economías, y otros prefirieron salvar a los ciudadanos. Ninguno de los métodos ha tenido los resultados esperados. Los que priorizaron la salud hoy tienen economías con alto desempleo o poco crecimiento, y los que no, una alta mortalidad, como Suecia.

El número de infectados también es relevante: ya hay más de 33 millones, un dato importante si se tiene en cuenta que 1 por ciento de los recuperados sufre secuelas de la enfermedad, como fatiga, dificultad para respirar y problemas cognitivos, síntomas que aún nadie sabe cómo tratar y que generan incapacidad.

Detrás de la tragedia de las muertes hay avances. Cuando el brote surgió, muchos murieron porque el conocimiento sobre el virus era nulo. Hoy la ciencia ha avanzado bastante en conocer cómo ataca a otros órganos diferentes al pulmón, entre ellos, el corazón y los riñones. Además, los médicos ya saben que el coronavirus provoca la hipoxia silenciosa, un síntoma invisible que produce baja oxigenación sin que el paciente lo advierta, y que detectado a tiempo evita las complicaciones. Según la revista The Economist, esto ha causado un alivio en las ucis.

Ahora también existen tratamientos y drogas que reducen la mortalidad. Es el caso del remdesivir y la dexametasona. Asimismo, los expertos siguen tratamientos como el plasma de convaleciente y vienen prospectos interesantes como la creación de anticuerpos monoclonales capaces de anular el virus. Un estudio de Eli Lilly mostró buenos resultados preliminares y se espera que al final de año puedan servir para prevenir enfermedades severas después de la infección.

En cuanto a las vacunas, los científicos y las farmacéuticas han sido más innovadores y eficientes que nunca. En este momento, hay más de 150 en desarrollo y diez en la última etapa. Los médicos aprendieron que algunas técnicas, como la pronación, sirven para apaciguar ciertos síntomas. Y también reciben crédito las medidas preventivas, como el distanciamiento físico, el lavado de manos y el uso de tapabocas, que, hoy por hoy, son la única manera de protegerse de una infección.

Guerra sin tregua

Aun así, el mundo está lejos de ganar la batalla. Actualmente, se cierne sobre Europa la amenaza de una segunda ola, pues los casos en este continente, que vivió en marzo los efectos más devastadores, aumentaron otra vez. Francia, Reino Unido, Polonia, Holanda y España ya estarían lidiando con ella. Desde la semana pasada, las autoridades sanitarias francesas reportaron más de 10.000 nuevos casos de covid-19 cada 24 horas; y España, con más de 700.000 contagios, es el país de la Unión Europea con la peor incidencia del virus en las últimas dos semanas, con cerca de 300 por cada 100.000 habitantes. India es quizá el país con la situación más crítica. El 29 de septiembre superó los 6 millones de casos luego de registrar 82.000 en un solo día. Con un número de muertes superior a los 95.500, tiene la tasa de infección más rápida del mundo.

Infografía muertos | Foto: SEMANA

América, por su parte, es el continente que más muertes ha puesto. Estados Unidos encabeza la lista mundial con más de 207.000, cifra que representa el 20 por ciento de fallecidos. Mientras tanto, Brasil es el país más afectado de Latinoamérica. Con cerca de 4,7 millones de casos, tuvo que suspender por primera vez sus célebres desfiles del Carnaval de Río. La situación allí es tan crítica que si el estado de Río de Janeiro fuera un país, tendría la segunda tasa de mortalidad más alta del planeta, con 104 decesos por cada 100.000 habitantes.

Colombia, según el epidemiólogo Jaime Ordóñez, ni siquiera ha salido de la primera ola. El número de muertos cayó (pasó de un promedio de 250 y 300 en agosto a 200 y 180 en septiembre), pero la cifra diaria todavía es muy alta. “Llevamos dos semanas seguidas con un promedio de 183 muertes reportadas diarias. Cuando se juntan todos los tipos de cáncer en Colombia, mueren 130 personas. La cifra por coronavirus es bastante más y es porque no hemos hecho lo suficiente para evitarlo”, dice.

De hecho, el Dane reveló esta semana que la covid-19 ya es la segunda causa de muerte en el país en lo corrido del año, solo superada por las enfermedades isquémicas del corazón. La cifra no tiene precedentes si se tiene en cuenta que esta patología llegó hace apenas siete meses. La tasa de infección tampoco ha menguado como se esperaría y en los próximos días Colombia podría llegar al preocupante hito de un millón de contagiados.

Otra triste realidad es que el virus se ensañó con los más pobres, con menos educación y acceso al sistema de salud. Solo en Bogotá, la Universidad de los Andes demostró que alguien que vive en estrato uno tiene diez veces más probabilidades de ser hospitalizado o fallecer por el virus que alguien de estrato seis.

Infografía muertos | Foto: SEMANA

¿Qué viene?

Los expertos dicen que en el mejor de los casos el virus acompañará al mundo hasta finales de 2022. Incluso, si aparecen vacunas, pocos creen que alcancen 100 por ciento de efectividad o que protejan a los más viejos. Además, necesitarán de varias dosis y de complejas cadenas de frío, para lo cual el planeta no está preparado. “Hablamos de millones de dosis para millones de personas. No existen las plataformas de producción ni distribución que lo soporten, por eso no habrá vacuna para todos en un principio”, dijo a SEMANA el experto en vacunas Gregory Poland.

Todo eso produce incertidumbre sobre cómo las distribuirán y quiénes las recibirán primero, lo que indica que el mundo debe prepararse para que el virus siga circulando. Según Poland, si hoy ya existiera una, tardaría en llegar a todos los países al menos un año. Además, no todos quieren ser vacunados con un medicamento “hecho a la carrera” que no se ha probado lo suficiente.

En consecuencia, no se debe bajar la guardia. Hoy los Gobiernos tienen que ser más inteligentes que el virus y desarrollar estrategias que mantengan la economía y las infecciones en niveles aceptables. Ya la excusa de que el virus los agarró desprevenidos no tiene cabida, pues la ciencia es clara y la evidencia, irrefutable. En efecto, el uso de máscaras, el distanciamiento físico y los límites a las reuniones sociales son vitales para ayudar a prevenir la transmisión del virus. Según las proyecciones del IHME, de ahora a enero se salvarían 770.000 personas si el 95 por ciento de ellas usaran correctamente el tapabocas.

Otra estrategia es hacer más pruebas y seguimiento a los posibles contagiados. “En Colombia, uno de cada cuatro muertos llega sin identificar al hospital y muere al cuarto día o menos”, dice Ordóñez. El 11 por ciento fallece antes de 24 horas, lo que quiere decir que “ya llegó en las últimas y el Estado falló porque no los identificó como positivos”. Si el mundo no quiere tener tantos muertos, debe aceptar que el virus llegó para quedarse y que los únicos mecanismos de defensa, aun si llega la vacuna, son el tapabocas, el distanciamiento físico y el lavado de manos.

Pruebas y tecnología

Solo 7 muertes acumula Taiwán en lo corrido del año por coronavirus. Su cifra de contagios apenas llega a los 514.

Hasta ahora, los países que mejor han capoteado la pandemia son China, Corea del Sur y Taiwán. Todos tienen las tasas de infección y mortalidad por millón de habitantes más bajas del mundo, pero también estrategias similares de control. Estas consisten en rastreo y vigilancia exhaustiva, lo que les permite detectar a tiempo a los contagiados y, a la vez, dejar libres a los sanos para mantener la economía.

Taiwán, por ejemplo, rastrea el movimiento de los infectados a través de la sim de sus celulares. Algo similar a los chinos, que crearon una aplicación en la que cada persona debe reportar su día a día. En China, esta semana millones de personas se preparan para salir de vacaciones. Desde marzo el país no supera la cifra diaria de 100 contagiados.

En cuanto a Corea del Sur, Dale Fisher, presidente de la Red Global de Alerta y Respuesta a Brotes de la OMS, dice que “ningún país se ha adaptado tan bien para vivir con el virus y contenerlo” como este. Corea del Sur aprovechó su relativa riqueza para fabricar sus propios kits de pruebas rápidas y tapabocas. También echó mano de su hiperconectividad a fin de alertar por celular a sus ciudadanos si se reportaban infecciones en su área. Como resultado, nunca tuvo que imponer un cierre, por lo que los restaurantes y las empresas pudieron permanecer abiertos.