Con el retiro del Congreso del proyecto de reforma a la educación superior y el fin del paro en las 32 universidades públicas del país, empieza el verdadero problema: lo que comenzó como una discusión para modernizar la Ley 30 se ha convertido, tras muchas manifestaciones estudiantiles y una cascada de errores gubernamentales, en un gran debate sobre el modelo de la universidad pública. La primera piedra de la discordia es si esta puede o no ser gratuita.Esa es la bandera insignia del movimiento estudiantil que obligó al gobierno Santos a retirar su proyecto. Y la discusión es mucho más compleja que solo quitar plata dedicada a la guerra, como proponen los estudiantes, para dársela a las universidades públicas.Los ministerios de Hacienda y Educación están tratando de cuantificar cuánto valdría tener una universidad gratuita. El problema es que hay distintos modelos posibles. Una cosa es gratuidad para los estratos más bajos. Otra, como plantean algunos líderes estudiantiles, que cubra a ricos y pobres sin excepción. Y una más, que el Estado pague a todos su carrera, sin importar que estén en la Nacional o en los Andes, pero que, una vez terminen, retribuyan con un aporte de su salario, como ocurre en Inglaterra y Australia."Gratis no hay nada -dice el ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry-. O pagan la educación los papás con impuestos o pagan la educación con matrículas. Pero pretender que se pague solo con impuestos es absolutamente irreal".Actualmente, el Estado financia, según el Ministerio de Educación, el 85 por ciento del valor de la matrícula en la universidad pública, unos 2,2 billones de pesos. Para la gratuidad completa, debería poner otros 654.000 millones que, según el Ministerio, es lo que cobran hoy esas universidades por matrículas. A medida que crezca la cobertura, esa cifra aumentaría. Según José Fernando Isaza, rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, a corto plazo habría que duplicar lo que el Estado les gira a las universidades. Otros expertos dicen que la gratuidad no necesariamente significa que el Estado ponga toda la plata: en Irlanda, por ejemplo, las universidades son gratis, pero generan ingresos a través de múltiples negocios.Un asunto que poco se menciona es que las universidades no saben cuánto vale un estudiante en cada carrera, lo cual complica los cálculos. Además, el gobierno insiste en que es necesario vigilar mucho más rigurosamente qué tan eficientemente se gastan los establecimientos públicos la plata que les da y los dineros que producen con actividades como la contratación. En general, los rectores ven esto como una intervención contra su autonomía.Más allá de su viabilidad financiera, la gratuidad de la educación superior tendría hondas implicaciones en otros ámbitos.Para el reconocido educador y experto Francisco Cajiao, no cobrar a los estudiantes de estratos medios y altos perpetuaría la amplia inequidad del país, pues beneficia a los más ricos, que por sus recursos han accedido a una mejor educación básica y son quienes más llegan a la universidad. Un estudio de la Tadeo encontró que un bachiller de estratos 5 y 6 tiene 3,6 veces más posibilidades de entrar a la universidad que uno de estratos 1 y 2. Mientras que el 3,1 por ciento de la población más rica tiene una cobertura universitaria del 79 por ciento, en los estratos más pobres esta es del 22 por ciento. Y ni hablar de las diferencias en calidad y acceso entre las grandes universidades y las regionales, donde está la mayor demanda en cobertura. "Lo que está haciendo la educación universitaria es perpetuar las inequidades sociales que hay en el país, en el que los ricos se preparan para los cargos de dirección y los pobres, para ser obreros", dice Isaza.De poco sirve la gratuidad en la universidad si no se ajusta la calidad en la educación primaria y secundaria, que es el huevo de la serpiente donde germinan las diferencias sociales (el año entrante, por primera vez, la educación de primero a once será gratuita). "Toda la plata de educación no puede ser para la superior. Se necesita más en la básica", dice una conocedora del tema. Pero se necesitan mayores esfuerzos en calidad, pues la plata no es el único problema ni, a veces, el más importante. Un ejemplo es Bogotá. En los últimos ocho años se construyeron o remodelaron más de 120 colegios, se dotaron con lo mejor y se dio alimentación a todos los estudiantes. Sin embargo, en las últimas pruebas del Icfes, el mejor colegio público de Bogotá quedó en el puesto 147 y dentro de los 500 mejores colegios solo hay 19 estatales. Como no se ha prestado suficiente atención a mejorar la calidad, a cambiar los currículos o a capacitar a los maestros, los jóvenes de estos colegios están llegando mal preparados. Tienen regular conocimiento del español, problemas de comprensión de lectura y de redacción y deficiencias en matemáticas. Un estudiante así tiene pocas posibilidades de acceder a la universidad, así sea gratuita, y si logra entrar, es un candidato a la deserción. Hoy, cuando 400.000 de los 650.000 bachilleres que se graduarán este año no podrán entrar a la universidad, es urgente, no solo el aumento de cupos, sino garantizar que quienes ingresen terminen. Expertos y rectores consultados por SEMANA coinciden en la necesidad de complementar algún tipo de gratuidad con subsidios o créditos condonables para la manutención de los estudiantes de estratos bajos y baratos para la clase media. La clase alta no tendría subsidios. Todo esto muestra que el sueño estudiantil de la gratuidad de la educación superior tiene implicaciones que van mucho más allá de la universidad y que deben ser tenidas en cuenta en la discusión que se viene, para construir el modelo de universidad que el país requiere.   En otras latitudes   FRANCIA El pregado en Francia es gratuito. Los alumnos solo tienen que pagar un impuesto que va de 118 a 372 euros, (entre 300.000 y 960.000 pesos) para hacer un doctorado. Esto incluye el acceso a servicios básicos de salud. El país se gasta cada año 9.280 euros por estudiante (24 millones de pesos). La educación superior privada representa menos del 5 por ciento del total de los estudiantes, sobre todo en ingenierías, comercio y gerencia.   ALEMANIA Desde 2006, una parte de las universidades cobran 500 euros por semestre; otras siguen siendo gratuitas. En Berlín no se paga; en Hamburgo o en Múnich, sí. Según la Ocde, Alemania se gasta 11.000 euros por año por estudiante.   CHILE Hace unos tres lustros el gobierno se la jugó por financiar la educación a través de créditos públicos. Con el tiempo, las universidades públicas se volvieron tan caras como las privadas, lo que dejó a muchos endeudados. Hoy, miles de estudiantes exigen que el gobierno garantice la educación gratuita, pero eso valdría entre 3.000 y 6.000 millones de dólares.   BRASIL Desde tiempos del presidente Cardoso, Brasil combina la educación superior estatal con la privada con ánimo de lucro, lo cual llevó a un salto en la cobertura. El presidente Lula inició un ambicioso programa de ampliación de cobertura, con la creación de 14 universidades públicas, en las que la educación es gratuita, junto con el crecimiento de instituciones privadas con lucro. El programa Universidad para Todos ha otorgado, desde 2004, 130.000 becas anuales para estudiar en las instituciones privadas, que se financian con recursos de las mismas a cambio de exenciones tributarias. En la última década, la cobertura universitaria se duplicó.