Cuatro años después de instaurado, el partido Comunes –anteriormente llamado Farc– no despega. Aunque el proceso de paz de La Habana entre el Gobierno y la desaparecida guerrilla les garantizó diez curules durante dos periodos legislativos, los congresistas parece que no aprovechan la vitrina y la oportunidad de mostrarse tras dejar las armas.
La exsecuestrada Íngrid Betancourt, en su reciente libro Una conversación pendiente, puso el dedo en la llaga. Lo consideró un partido poco innovador. “Su expresión política está anquilosada. No se han sintonizado con esta nueva era, ni el aire fresco que entró al Congreso. Tampoco han encontrado un nuevo lenguaje que los saque mentalmente del monte”, dijo.Lo que afirma la colombofrancesa es cierto, y eso les ha costado políticamente. En el Congreso, por ejemplo, no han logrado ganarse un espacio importante, van de la mano de la oposición, les falta defender más sus ideas, y los demás partidos los tienen en cuenta a la hora de sumar votos, pero no necesariamente para exhibirlos en público. Pareciera que no lograron quitarse el estigma de su vida en la selva. “Están aferrados al pasado, tratando de justificar sus decisiones de guerra, en vez de concentrarse en proponer para el futuro”, remató Betancourt. “Yo no creo que se hayan desmovilizado psicológicamente… Ellos se prepararon para evitar que los mataran y los capturaran, no para gobernar en democracia”, afirmó el analista Rodrigo Pombo.“
¿Era un partido para hacer política o a través del cual estaban haciendo un tránsito hacia la democracia y el desarme? Creo que lo segundo”, se preguntó Alejandra Barrios, directora de la Misión de Observación Electoral (MOE). Saltar del monte al Capitolio no es sencillo. Y menos para un grupo de líderes guerrilleros que durante varias décadas desconocieron cómo funciona el sistema político colombiano. “Están aprendiendo desde cero el funcionamiento de la democracia y el Parlamento. Hay que reconocer que algunos de sus congresistas se comportan a veces con más ponderación y calma que los miembros de partidos tradicionales”, justificó Juan Manuel Santos. “Comunes no surge como propuesta de renovación, sí de un proceso de paz”, añadió Barrios.
Tratar de manejar a Comunes como si estuvieran al frente del grupo armado les ha traído serias consecuencias a los excomandantes e, incluso, una amenaza latente de escisión. Sostienen su jerarquía militar en la que los altos mandos dan una orden y los demás obedecen. Sin embargo, en la vida civil, hay exguerrilleros que tienen claro que gozan de voz y voto y contradicen a sus superiores, porque ya no existe un centralismo democrático, un concepto muy comunista que para ellos quedó en la selva. Por esto, están divididos en dos facciones: la que lideran Rodrigo Londoño –el presidente–, Pablo Catatumbo –el representante legal– y los senadores Sandra Ramírez y Carlos Antonio Losada; y la que orientan los senadores Victoria Sandino, Benkos Biohó, el excomandante Fabián Ramírez y Ramiro Durán, entre otros. Se encuentran atomizados y exigiendo la convocatoria urgente del Consejo Nacional de Comunes para tomar una decisión y dividir la colectividad, como ocurrió con el Polo Democrático tras la salida de Jorge Enrique Robledo. Desde el 10 de agosto pasado, Sandino pidió que se discutiera la escisión, pero solo hasta esta semana Rodrigo Londoño aceptó la propuesta.
Lo más posible es que Comunes termine en dos movimientos. Y la idea es que las curules, el presupuesto y otros beneficios terminen repartidos entre ambos bandos, un tema que deberá dirimir el Consejo Nacional Electoral, que podría extenderse hasta dos meses en tomar una decisión. “El acuerdo no se firmó con un partido Comunes, sí con exguerrilleros”, le dijo a SEMANA un integrante de la Mesa Autónoma de Reincorporación, un espacio que nació hace 15 días en Neiva, Huila, y al que pertenecen, según ellos, cerca de 8.000 representantes reincorporados que no se sienten representados por Comunes. Algunos, por ejemplo, fueron expulsados, y otros renunciaron al movimiento.
Esa ruptura no les hace bien. Máxime cuando los próximos cuatro años son definitivos, pues deberán empezar a recaudar sus propios votos, alcanzar el umbral y llegar por su cuenta. Si no aprenden de las experiencias pasadas –cuando se equivocaron al insistir en llamarse Farc, una marca que les pasó factura en las elecciones legislativas y locales pasadas–, están condenados a desaparecer como partido político después del siguiente cuatrienio.